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Simón Sarasola, s. j., tras los sismos y huracanes del Caribe -Segunda parte-

12 de marzo de 2013

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En 1940 Simón Sarasola renuncia al cargo de Director del Servicio Meteorológico colombiano, y junto al padre Jesús Emilio Ramírez, s. j. (1904-1981), crea un nuevo centro: el Instituto Geofísico de los Andes Colombianos, también con sede en Bogotá, pero de marcada orientación sismológica. Claro que la permanencia de Sarasola en Colombia no transcurrió libre de contratiempos, pues en ese lapso hubo de afrontar espinosos desacuerdos extrainstitucionales y hasta conflictos en el orden filosófico y político. Viene al caso recordar, por ejemplo, que en 1942 el gobierno colombiano modificó sustancialmente un acuerdo denominado “Concordato”, mediante el cual se puso fin a la autoridad de la Iglesia sobre el sistema educacional de la nación.
Mientras tanto, se agrava en La Habana el estado de salud del padre Gutiérrez-Lanza, y el 29 de julio de 1943, cuando la temporada ciclónica recién comenzaba, se dispone su urgente regreso a capital cubana para hacerse cargo de Belén. Por entonces el Mar Caribe occidental se vio libre del azote de ciclones, pero al año siguiente correspondió a Sarasola la responsabilidad de pronosticar la trayectoria del intenso huracán del 18 de octubre de 1944, de fatídica recordación por haber causado más de 300 muertos en el occidente de la Isla y cuantiosos daños materiales.
Durante su vida como forjador científico, el padre Simón Sarasola, s. j., integró la nomenclatura de prestigiosas instituciones, tanto meteorológicas como sismológicas. Entre otras merece señalase su designación en 1916 como delegado al Congreso Panamericano de Washington, representando oficialmente a la República de Cuba; y después, por Colombia, se le pidió asistir a la Conferencia Internacional de Directores de Observatorios convocada por la Organización Meteorológica Internacional, efectuada en Varsovia.
Llegó a ser miembro de la Comisión Regional Tercera de la Organización Meteorológica Internacional, y concurrió a las reuniones celebradas en Lima, en 1937, y a Montevideo en 1939. Era miembro correspondiente de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. El gobierno de Colombia le honró con su más alta distinción; la Cruz de Boyacá, como testimonio de gratitud por su contribución al desarrollo de la ciencia colombiana.
Sarasola redactó y publicó textos de importancia, algunos de los cuales son aún hoy citados por los especialistas. Durante su permanencia en Colombia dirigió los Anales del Observatorio de San Bartolome desde 1922 a 1937, y fue por espacio de tres años editor de las Noticias del Observatorio. Fue además cofundador de la Revista Javeriana, publicación de la Universidad Pontificia Javeriana.
Una mención especial merece su famosa obra Los Huracanes en las Antillas, escrita en Bogotá y con varias ediciones. En ella Sarasola plasma su experiencia como meteorólogo pronosticador e incluye un esbozo de climatología de los ciclones tropicales. En el libro es posible constatar su propósito de dilucidar una probable relación entre la actividad solar y la ciclónica. En la edición de 1928, publicada en Madrid, se incluye un epígrafe redactado por su hermano en la fe y colega en la ciencia, padre Gutiérrez-Lanza, s. j., el cual contiene un estudio de caso sobre el huracán del 20 de octubre de 1926 e incluye una cronología de ciclones que aún es referencia imprescindible en los estudios sobre Ciclonología Tropical.
Entre los elementos que dieron fe de la importancia de Los Huracanes en las Antillas está su prólogo, escrito por el ingeniero José Carlos Millás, director del Observatorio Nacional y sobresaliente meteorólogo cubano. Al decir de Millás:

Muchos estudios especiales se han publicado en español sobre el mismo tema; pero otra obra moderna, dedicada exclusivamente a los huracanes de las Antillas, en nuestro idioma, no la conocemos. Es pues recomendable su libro a los navegantes que atraviesen estas latitudes; a los que habiten en las zonas afectadas por los huracanes, y, en general a toda persona deseosa de conocer algo más sobre los grandes remolinos que barren frecuentemente nuestras tierras y nuestros mares.

Sarasola redactó también un interesante libro titulado Los creyentes en las Ciencias, que tiene una segunda edición publicada en La Habana y que resulta útil leer. Por su acertado trabajo en relación con el huracán de 1944, ya citado, el gobierno de la Capital le hizo entrega de las llaves de la Ciudad de La Habana, y por el mismo motivo fue objeto de diversos homenajes como el que le tributó la villa de Batabanó —tanto a él como a Millás— como testimonio de agradecimiento por las vidas salvadas gracias a los pronósticos emitidos.
El padre Simón Sarasola, s. j., llevó la dirección del Observatorio de Belén hasta 1947, el mismo año de su muerte. Sus restos reposan en San Sebastián, en el seno de su tierra natal. Ojala estas líneas coadyuven a que su recuerdo también quede cerca de nosotros, porque en Cienfuegos, como en Bogotá o en La Habana, nos dejó los mejores años de su fértil vida dedicada a Dios y a la ciencia por la que tanto hizo la Compañía de Jesús.

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