Brian de Palma: coreógrafo de imágenes
12 de diciembre de 2016
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Cuánto sentimos los asistentes a la ceremonia inaugural del 29. Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en diciembre del 2007 que al final de la proyección de Redacted no hubiera podido estar presente su realizador, Brian de Palma, para que presenciara la ovación tributada a esa lúcida y desgarradora exploración de la guerra de Iraq. Entonces habían transcurrido casi dos décadas desde que en Pecados de guerra (Casualties of War, 1989), rescató de un artículo testimonial de una revista uno de esos tantos episodios oprobiosos de la guerra genocida en Vietnam que su país prefería olvidar. En ambos filmes, la cámara inquieta, registra y nos transmite el horror provocado por un grupo de soldados estadounidenses fuera de control, inmersos en contiendas absurdas.
Finalmente, el certamen puede rendir homenaje personal a este hombre nacido en Newark, New Jersey, en septiembre de 1940, sin el cual no puede escribirse la historia del cine norteamericano de las últimas cuatro décadas. Invitado por el Sector Industria del Festival de La Habana, De Palma impartirá una clase magistral en el Salón Vedado del Hotel Nacional de Cuba el 14 de diciembre a las 3:00 p.m. Asiduo asistente a la salitas de la Calle 42, nunca olvida que cuando consiguió su primera cámara de 8 mm no pudo desprenderse de ella y la llevaba siempre con el fin de filmarlo todo a su alrededor. Repetía la experiencia del protagonista de The David Holzman’s Diary (1968), de Jim McBride, uno de los títulos alternativos que le influyeron mientras estudiaba en la universidad. Confesó ser un frenético apasionado de Samuel Fuller (El beso amargo), John Boorman (A quemarropa) y Alejandro Jodorowsky (El topo), una inquietante trilogía. A esos placeres ocultos sumó al a veces menospreciado William Castle de Homicida, los Westerns de John Ford y Anthony Mann, a los que sumó más tarde al Luchino Visconti de La caída de los dioses y Ludwig.
Incapaz de permanecer por más tiempo como espectador pasivo pasó a la acción con el largometraje The Weeding Party (1963), realizado junto a sus amigos Cynthia Munroe y Wilford Leach, pero en el que desempeñó además las funciones de coproductor, coguionista e intervino en la edición. En el reparto figuraba un tan jovencísimo como desconocido Robert de Niro, a quien volvería a dirigir en otros dos títulos contraculturales: Greetings (1968) y Hi, Mom! (1970), en gran parte fruto de la improvisación. Cimentaban una filmografía poblada por héroes traumatizados por su pasado. El inmenso Orson Welles actuó a las órdenes de este aprendiz en Get To Know Your Rabbit (1970). Demostró una temprana madurez como director dotado para conducir a sus intérpretes en el tríptico de Sisters (1973), Phantom of the Paradise (1974) y Obsession (1976). Sus restantes obras de ese decenio la consolidan: Carrie (1976), espléndida adaptación de una novela de Stephen King con una rotunda labor del dueto Sissy Spacek-Piper Laurie, The Fury (1978) y Home Movies (1979), ambas con el experimentado Kirk Douglas.
Pero sería Vestida para matar (Dressed to Kill, 1980), todo un virtuoso ejercicio estilístico como tributo a Alfred Hitchcock, con quien comparte preocupaciones, el que lo consagraría para unos mientras otros lo denostaron como «plagiario» del mago del suspenso, específicamente Vértigo y Psicosis. De Palma no disimula su admiración, se apropia de sus códigos, los reelabora y expone abiertamente su impronta, algo que reitera más tarde en Doble de cuerpo (Body Double, 1984), con el influjo de La ventana indiscreta. El sonidista de su guion Estallido mortal (Blow Out, 1981), que debe grabar un alarido de muerte convincente y se ve involucrado en una angustiosa trama, con persecución y víctima incluidas, podría añadirse a esa peculiar galería hichcockiana en la cual recurre a la pantalla dividida como efectivo recurso.
El impacto ejercido sobre él por Get Carter (1971) y A quemarropa, que calificó de surrealista, lo reflejó en la que es conceptuada como su trilogía gangsteril, conformada por Caracortada (Scarface, 1983), su muy operístico remake del clásico de Howard Hawks a partir de un guion de Oliver Stone que trasladó la trama en tiempo y espacio, Los intocables (The Untouchables, 1987) magistral transposición a la pantalla grande de la exitosa serie televisiva contrapunteada por la música de Ennio Morricone que insertó un remedo de la secuencia eisensteiniana de la escalinata de Odesa en El acorazado Potemkin, y Carlito’s Way (1993), con Al Pacino y Sean Penn enfrentados en una batalla campal.
No pocos proyectos personales –entre estos algunos guiones que fueron a parar a otros directores–, quedaron en el trayecto de Brian de Palma, quien volvió a evidenciar su dominio de los dispositivos de la tensión en Raising Cain (1992). Intentó afrontar los engranajes de la despiadada industria con La hoguera de las vanidades (The Bonfire of the Vanities, 1990), una polémica versión, mejor apreciada por los desconocedores del best seller de Tom Wolfe, y aceptó gustoso un encargo digno de su maestría puesto en función del estelar actor-productor Tom Cruise: Misión imposible (1996).
La contradictoria convivencia del realizador con los mecanismos hollywoodenses dentro de los cuales trata de resistir la resumió el crítico argentino Sergio Wolf: «Cuando puede hacer sus obras propia logra films extraordinarios que son sistemáticamente vapuleados por la crítica e ignorados por el público. Hay un vaivén entonces que –salvando las distancias– lo aproxima a Cassavetes, en la que medida en que este actuaba en series de televisión o en films que no le interesaban, y lo hacía para luego poder hacer sus propios proyectos. La apuesta de De Palma es menos radical y al mismo tiempo entraña un desafío: intentar dejar su marca en esas producciones que suelen ser una notoria impersonalidad».
Tras ese derroche de adrenalina, y de presupuesto, llegó el momento de acometer un argumento original en el que se involucró como productor: Ojos de serpiente (Snake Eyes, 1998), cautivante exploración del creciente poderío y omnipresencia de las cámaras. «Siempre es estimulante ver en acción a un realizador –escribió un crítico de la revista Rolling Stone– que todavía es capaz de organizar un relato sobre ideas propias y desde múltiples puntos de vista, con la habilidad de un consumado coreógrafo». Incursionó excepcionalmente en la comedia (Wise Guys, 1986) y la ciencia ficción (Mission to Mars, 2000) para legar por medio de Black Dahlia (2006) un título estimable al film noir, uno de sus géneros preferidos.
Furibundo exponente de la modernidad, provocador de filias y fobias en idéntica proporción, Brian de Palma, insatisfecho retratista en Femme fatale (2002) que prosiguió en Passion (2012) su exploración del complejo universo femenino, es un nombre imprescindible.
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