El mal y buen humor
18 de noviembre de 2016
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El humor puede expresarse en positivo –buen humor– o en negativo –mal humor–, y aunque es una manifestación emotiva que parece sencilla, ha sido estudiada seriamente, pues no son pocas las teorías que la analizan desde posiciones muy diversas y hasta distantes. Hoy me dedicaré a uno de esos puntos de vista desde mi posición personal.
Así por ejemplo se relaciona el humor con lo cómico, por lo que los artistas que se dedican a este género, en la actualidad se le designan como “humoristas”. Hay quienes clasifican esta manifestación de tres formas: lo jocoso, lo serio y lo ridículo, y si nos ponemos a pensar en los diferentes “cómicos” o humoristas que hemos disfrutados o sufrido en dependencia de cómo manejan el humor, ciertamente esta designación se ajusta a la realidad.
No cabe dudas que hay artistas muy serios que nos llevan a la risa fácilmente porque usan la inteligencia, o sea, nos hacen reflexionar y no se me ocurre mejor ejemplo que los maravillosos Les Luthiers, y además (lo cual es fundamental) nos hacen pensar y aprendemos. Otros son jocosos, los cuales usan el humor de forma más ligera, y nos divertimos porque son simpáticos, alegres, buenos improvisadores; aunque con frecuencia hacen críticas sociales muy reales con aparente ligereza que nos impide ponernos serios, aún cuando no estemos de acuerdo con lo que dice.
Estas dos formas, el humor serio –en el sentido de la expresión del artista, porque cualquier humorista que se respete tiene que hacer su trabajo seriamente– y el humorista jocoso deben tener varios talentos: un buen manejo del lenguaje, tanto verbal como extraverbal, para poner en “situación” al público; buen nivel cultural e información actualizada; además de esa aptitud o habilidad para hacer reír, lo cual no todos tenemos. Por lo que el humor, es una profesión muy seria, ya que hacer reír debe llevar no solo el movimiento de esa cantidad enorme de músculos (no sé cuantos, pero un amigo anatomista me dijo que dependiendo de la risa pueden ser más de 30), sino que significa la movilidad de una serie de procesos intelectuales y conductuales que nos provocan cambios que pueden ser simples, pasajeros hasta complejos y perdurables, en dependencia de nuestras necesidades personales y el aprendizaje que nos deja.
Y dejé para el final la tercera forma de humor que les dije al principio y es el ridículo, pero de antemano les digo que a mí no me gusta porque además de ser primitivo, creo que al basarse en lo grotesco, las imperfecciones físicas y conductas ridículas tiene éxito en públicos conformistas que por regla general no gustan mucho de usar el análisis o que por poca instrucción les provoca risa asuntos o situaciones simples.
No quiero decir que lo serio, lo jocoso y lo ridículo no puedan ser una familia armoniosa, y que el ridículo tenga su espacio en el humor y en nuestras vidas para hacernos reír; pero creo que las dos primeras manifestaciones son más complejas y hay que saber manejar con inteligencia y elegancia. El ridículo, en vez de promover a la alegría y el buen humor, nos sentimos ofendidos con situaciones como puede ser burlarse de un espectador por su gordura o su vejez o que el propio artista base su actuación en caídas, asustando a la personas, simular un asesinato, decir malas palabras, insultos y otras formas de mal gusto que se pueden ver más como agresiones de un artista poco talentoso que como la tan honorable y compleja profesión de humorista o cómico.
Finalmente solo me queda por decir lo que me parece muy importante, y es que sea jocoso, serio o ridículo, el humor lo que no puede perder es el sentido del respeto que merecen lo demás, porque a fin de cuenta el único animal que puede reír es el hombre y eso es porque podemos pensar, así que es preciso que un artista nos ponga de buen humor y no de mal humor.
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