Nuestra bella Habana
15 de noviembre de 2016
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El Pueblo Viejo fundado en la costa sur y descrito por el Adelantado Diego Velázquez como “un gran batey rodeado de bujíos, en un llano fértil y ancho sobre el río Güinicaxina” fue bautizado como San Cristóbal en franca alusión al calendario Juliano, allá por 1514. Pocos años debieron transcurrir para que ese asentamiento poblacional en las inmediaciones de la actual Melena del Sur se trasladara en mudanzas sucesivas al señorío del cacique Habaguanex.
En 1519 La Habana se convirtió en Pueblo Nuevo, fusionó el nombre de los dos sitios que en un momento determinado existieron a la vez, como quedaron reflejados el uno y el otro en el mapa de Hondius y Mercator fechado en Ámsterdam en 1613. La urbe creció y se tornó en epicentro económico y gubernamental del archipiélago bajo el dominio de los Reyes Católicos.
Hoy la Ciudad Séptima Maravilla cuyo Centro Histórico ha sido declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad se defiende del tiempo, asume el reto de su preservación en medio de una creciente afluencia turística, enfrenta el deterioro acumulado, batalla por conformar ese necesario respeto a los valores acumulados que la identifican y definen. La cercanía de su 500 aniversario marca la urgencia de asumir el derrotero de un esfuerzo colosal por defenderla a capa y espada.
.¿Cuáles nos enunciaría en esta fecha como esos valores de La Habana que vamos salvando de cara a su medio milenio?
La celebración es realmente justa. La Habana lo merece; es Patrimonio Nacional, Patrimonio de la Humanidad, y ha sido reconocida como Ciudad Maravilla por un voto múltiple en distintos rincones del mundo. Hay razón para todo ello: La Habana es una ciudad hermosa, completa. Una ciudad que a pesar de estar cubierta, a veces, por ese velo decadente – por distintas razones -, cuando se le toca bien emerge como la ciudad espléndida que es.
Restaurar es difícil, es más difícil que construir cuando se hace bien. Hoy tenemos una gran amenaza, y es que va surgiendo una especie de arquitectura simplista, ramplona que va invadiendo lugares aún céntricos de la ciudad. Se ven construcciones de ese tipo, inexplicablemente, en la Quinta Avenida; en barrios céntricos de La Habana; en la zona de San Lázaro; en Centro Habana; aún en La Habana Vieja. Esa amenaza está latente para otras ciudades. Quizás el despegue económico lleve a algunos por un camino equivocado; y creo que nuestro deber es prever y, al mismo tiempo, contribuir con ejemplos posibles.
Para celebrar este aniversario de La Habana con un discurso positivo, hemos entregado, por ejemplo, el Muelle de Luz, que es el punto de partida hacia el ultramarino pueblo de Regla y Guanabacoa. Este emboque ha reutilizado una estructura antigua de acero y se le ha dado una versión moderna, pero al mismo tiempo conciliatoria con la ciudad. Se termina, en la Plaza de la Catedral, el Palacio del Marqués de Arcos, una obra larga pero muy importante que restituye el Liceo Artístico y Literario a la Ciudad de La Habana. Así como el Mozarteum es hoy una obra tan importante, de peso cultural internacional, para la Oficina y para el Instituto Superior de Arte, lo es también para La Habana el renacimiento de su liceo literario en el mismo lugar en que se reunió toda aquella pléyade de pensadores, de mujeres y hombres ilustres.
Otras muchas obras se han realizado, y se están haciendo, como es la del Gran Teatro, acometida por el Ministerio de Cultura; la Manzana de Gómez, que está siendo concluida con gran esfuerzo por parte de los organismos correspondientes –del Grupo de Administración Empresarial (GAE) y de las organizaciones constructivas que se han implicado en ellas–; el Prado va sufriendo un cambio en este sentido muy positivo, y yo creo que son ejemplos de lo que nosotros queremos que sea La Habana. Si hoy nos asomamos a ese mismo Prado, vemos cómo se ha respetado la antigua estructura del Hotel Packard, y se ha insertado una sólida construcción moderna que va a tener un discurso contemporáneo al mismo tiempo que preserva los valores. Y un esfuerzo colosal como es el del Capitolio Nacional; es una obra más que compleja, pero cuyos primeros resultados estamos viendo ya.
¿Qué más podemos hacer para que las personas comprendan el valor de la ciudad que habitan o visitan, y lograr ese cuidado y apreciación necesarios del espacio urbano?
Tiene que ser un pacto entre las instituciones y el pueblo; entre la escuela y la familia; entre las organizaciones políticas y de masas y toda la sociedad cubana que deben comprometerse de una manera real y objetiva a poner las cosas en su lugar. Hay monumentos que requieren la sobriedad al contemplarlos, y también, al llevar la cultura a ellos. Te pongo un ejemplo: La Fragua Martiana, el Monumento de los Estudiantes del 71, son lugares de reverencia donde pasó algo demasiado fuerte, demasiado terrible a veces.
Hay monumentos que son festivos, que marcan la gloria de personalidades que contribuyeron de una forma directa a la construcción de la nación: el parque del Mayor General Antonio Maceo, de Calixto García, del Generalísimo Máximo Gómez; son lugares que tienen otra implicación. Hay jardines públicos, hay lugares en los cuales el pueblo tiene solaz y esparcimiento. Cada árbol, cada planta, cada jardín, cada lugar, cada fuente tiene un significado.
Si queremos vivir en una ciudad de verdad, el pacto tiene que ser generalizado. No puede tampoco convertirse mi discurso, en ocasión del 497 aniversario de La Habana, en una suerte de regaño para que se piense que nosotros somos los únicos que tenemos la posición de la verdad. No. Creo que el pueblo cubano, el pueblo de La Habana por generaciones ha construido su ciudad y, por tanto, descansa en él la posibilidad de conservarla. La Universidad, por ejemplo; he recorrido campus universitarios en todas partes del mundo; pero qué cosa tan bella es la escalinata, el ágora de la Universidad, el Alma Mater. He ahí la ciudad de los saberes. La necrópolis, la ciudad de todos, la ciudad de los difuntos, de las generaciones anteriores. Así es como vemos la ciudad, en tres, cuatro… dimensiones múltiples.
¿Qué tiene La Habana, que no tienen otras ciudades del mundo?
Todo y nada, como decía Luz y Caballero. En ella se han volcado todas las escuelas de arquitectura, buscando una solución a lo que nos gusta, a lo que nos llama la atención: gárgolas increíbles, atlantes, sirenas, figuras sorprendentes, pájaros, vitrales, balconaduras, ventanas, un urbanismo tan moderno en que han intervenido desde los Antonelli, hasta Richard Neutra o Forestier, o los grandes arquitectos contemporáneos cubanos que han dejado una obra tan importante y que debe ser reconocida. Quiere decir que a mí no me interesa solo La Habana pretérita, me interesa La Habana contemporánea al estilo de las escuelas de artes. Esa ciudad legado del tiempo que nos tocó vivir que no solo está representada en sus arrabales. Tiene que ser inevitablemente la bella Habana.
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