La memoria emocional
14 de octubre de 2016
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Difícilmente podemos tener una vida plena si no tenemos emociones y, de hecho, la alexitimia (ausencia de emociones) es considerada una enfermedad, porque las emociones son de origen biológico, pues nacemos con algunas de estas. Asimismo, no solo son un atributo humano, sino que los animales también poseen emociones; aunque no es menos cierto que son más primitivas y no tienen la posibilidad de ser educadas como en nosotros y, aclaro, que “no igual que nosotros” porque bien sabemos que los mamíferos más desarrollados pueden ser entrenados en este sentido, pero repito NO es igual.
Siempre en este espacio hago referencia a esto: el carácter innato de las emociones humanas y la necesidad de educarlas, de manejarlas con el objetivo de vivir mejor y que no seamos un caldero a punto de explotar por la ira, ni un lagarto que se esconde debajo de la tierra por el miedo, como tampoco una hiena que se ríe y está contenta sin razón alguna. Sin embargo, hoy me referiré a un aspecto que no recuerdo haber tratado antes: aquellas relaciones inconscientes que hacemos entre una situación, una persona y hasta un aroma y una determinada emoción, y que pese a buscar en el almacén de nuestros recuerdos no podemos entender por qué sentimos esa emoción.
Quizás, hasta habría que asistir a un psicólogo para que descifre por qué el olor de un perfume nos hace ponernos nostálgicos hasta las lágrimas, o una persona desconocida nos agrada con solo verla y nos hace sentir optimistas con respecto a una posible amistad o relación amorosa, o todo lo contrario, y la rechazamos sin que haya dicho una palabra, y nos es antipática, y así podría poner muchos más ejemplos. Lo importante es preguntarnos ¿Qué sucede? ¿Por qué nos ocurre esto?
La respuesta es que tenemos una memoria emocional, que al igual que la memoria racional es un almacén donde los recuerdos se encuentran guardados en diferentes niveles de profundidad por determinadas razones. Puede ser porque lo que nos provoca esa emoción sucedió hace mucho tiempo y no se ha usado en años –al igual que el abrigo que hace varios inviernos no usamos porque no ha habido frío para ello–, y por lo tanto está en el fondo del baúl o el armario. Otra razón es que la experiencia haya sido traumática y haya aparecido el mecanismo de defensa de la represión, que quiere decir que ese recuerdo se encadena en el inconsciente, para proteger el equilibrio emocional, como puede suceder con los abusos sexuales en edades tempranas, o sencillamente la vida ha sido larga y llena de muchas experiencias y esa en específico está ahí, esperando por un estímulo que la traiga a la memoria activa.
En particular se le da importancia al olfato, porque es muy veloz y llega a la amígdala y esta puede procesar rápidamente y genera, inconscientemente, lo que se ha denominado el “recuerdo emocional implícito”, provocando una primera respuesta, de carácter instantáneo y automático, que puede ser de acercamiento o rechazo hacia lo que provoca ese aroma, y aunque la persona no puede percatarse racionalmente de las causas de su conducta, de hecho, está condicionada por una experiencia personal. Tal vez usted haya sido invitado a comer en casa de unos amigos y una sencilla sopa de pollo le provoque una sensación de felicidad y nostalgia, y quizás en ese momento se dé cuenta o no que lo que le está sucediendo y es que ese plato tiene el mismo sabor de la sopa que le hacía su abuela cuando era pequeño, y ahí está el desencadenante de emociones positivas, cuando jugaba con sus primos, la familia reunida, y todo un cuadro feliz de su niñez que hace años no recordaba.
Si bien es cierto que puede considerarse el olfato como el más rápido en este asunto de la memoria emocional, no se pueden desestimar los demás, y de forma particular recuerdo que cuando yo esperaba a mi hijo mayor y decidí ponerle de nombre Víctor, mi madre me pidió que no lo hiciera porque le recordaba al bodeguero del barrio donde vivíamos cuando yo era muy pequeña y es que ese señor era muy feo, con un solo diente en la boca, evidentemente desagradable para mi progenitora. Sin embargo me costó trabajo recordar la fealdad que ni madre rechazaba porque mi memoria emocional era la de un hombre muy cariñoso que me decía cosas agradables y me hacía trucos de magia con una moneda, y ese era el recuerdo que yo tenía almacenado (y que no era consciente), y que probablemente fue la razón de haber escogido ese nombre, que es por cierto el nombre masculino que más me gusta.
Y usted ¿se ha encontrado ante un estímulo que sin saber sus causas le provoca una emoción positiva o negativa? Segura estoy que la respuesta es sí, y tal vez si descifra conscientemente sus orígenes pudiera resolver algún asunto que tiene pendiente.
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