El Comendador del Imperio
13 de septiembre de 2016
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No es ni un peón del imperialismo, ni siquiera su punta de lanza en el Medio Oriente: Israel es todo un comendador que comparte con Estados Unidos un poder que hace y deshace en una zona vital para los intereses monopólicos, bajo un disfraz seudorreligioso, que no respeta la vida de creyentes y elimina a las etnias a las que no puede sacar provecho y considera inferiores, tal como lo hizo la Alemania de Hitler con los judíos en la Segunda Guerra Mundial.
En compensación a las pataletas de Tel Aviv por el acuerdo nuclear de Occidente con Irány quizás por el aparente abandono de EE.UU. de sus planes de utilizar al Estado Islámico –engendro terrorista que nunca molestaa nada que huela a sionismo– contra Siria, Washington acaba de elevar la ayuda militar que concede anualmente a su aliado, en una cifra que, aunque aún no revelada pudiera de ser de 38 000 millones de dólares en diez años, es un récord en este tipo de concesión.
Claro, esa cifra es lo que se dice oficialmente, pero ello no conlleva el sostén económico de los multimillonarios sionistas residentes en Estados Unidos, ni los gastos que hay que correr por la ayuda judía en todas las esferas –incluidos pilotos de guerra– proveniente del resto del mundo.
Si conocemos extraoficialmente que centenares de bombas atómicas permanecen en los arsenales del sionismo, que Tel Aviv puede orquestar impunemente razzias antipalestinas, como en Sabrá y Chatila, en el Líbano, y las que realiza regular y metódicamente contra la poblaciónde Gaza, podemos inferir que la paz está aún muy lejos de conseguirse en el Medio Oriente.
No importa que el Estado Islámico y sus aliados puedan ser destruidos, que EE.UU. diga que colabora con Rusia en este sentido y hasta Turquía disfrace sus intenciones para tratar de borrar la negativa imagen de su política contra los kurdos, porque el creciente poder militar israelí mantendría las cosas tal como están o aún puede empeorar la situación para los pueblos que se encuentran inermes ante tanta amenaza.
Los colonos que arrebataron Palestina comenzaron a ejercer el papel imperial, cuando se convirtieron en un aparato militar victorioso, con capacidad de acción sobre toda la región.
Los ocupantes sionistas vetaron primero el retorno a su tierra de los pobladores originarios, que escaparon de la guerra perpetrada en 1947-49. Ese despojo fue posible por el clima de reparación internacional hacia los judíos que sucedió al holocausto. Pero la confiscación por éxodo forzado de la población no pudo repetirse en 1967, cuando los habitantes aprendieron la lección de los refugiados y se quedaron en sus hogares. Esa permanencia determinó el comienzo de una resistencia, que Israel ha respondido con mayor anexionismo.
Washington y Tel Aviv se burlan del mundo e imponen la lógica de genocidio en una era de descolonización y, aunque parezca increíble, repiten el exterminio que sufrieron los amerindios, la esclavización que padecieron los africanos y el destierro que predominaba en la Antigüedad.
Y para completar el mal, las autoridades sionistas hacen regir un dispositivo que reemplaza a la población local por inmigrantes seleccionados con criterios étnicos. Esta política imposibilita la coexistencia de las distintas comunidades.
La anexión se implementa con un ropaje de negociaciones de paz que en los papeles promueve la consolidación de dos estados y en los hechos obstruye ese objetivo. El futuro de Jerusalén, losderechos de los refugiados y el fin de los asentamientos quedan fuera de las tratativas, mientras que la implantación de nuevos colonos anula la eventual formación de un estado palestino real.
La expropiación de tierras, el robo del agua, la creación de rutas exclusivas y la erección de muros separando a las ciudades bloquean esa posibilidad.
Los bantustanes que el Apartheid diseñó en Sudáfrica han resucitado. Cisjordania ha quedado convertida en una prisión gigantesca, que obliga a los palestinos a elegir entre la emigración y la supervivencia en cantones aislados.
Israel sostiene esta política de ocupación con atroces campañas militares. Masacres repetitivas, bombardeos a refugios de la ONU, ataques con fósforo blanco y demolición de escuelas, mezquitas y hospitales, que se conjugaron en el 2009 en Gaza, han sido perpetradas con el pretexto de eliminar cohetes de fabricación casera, que ni siquiera rasguñaron la fortaleza israelí.
Específicamente en Gaza, el ocupante mantiene un cerco sobre un millón y medio de personas que sobreviven entre la basura, la oscuridad y las aguas albañales. Como la anexión de este minúsculo territorio superpoblado se tornó inviable, hubo retiro de colonos y reforzamiento del terror.
Israel repite el libreto de todos los colonialistas. Porta la bandera de la civilización y esgrime derechos de defensa para ocultar su dominación. Pondera su “democracia moderna” y descalifica las costumbres de los pueblos árabes.
Las libertades públicas que enaltecen los sionistas, solo rigen para discutir la mejor forma de vulnerar los derechos en los territorios ocupados. Quiénes exaltan la tolerancia religiosa del estado hebreo suelen olvidar el carácter confesional de esa institución.
En la región no impera un conflicto entre “extremistas de los dos bandos”, porque en las situaciones coloniales hay victimarios y víctimas, y ello ocurre en los territorios ocupados, donde el Comendador del Imperio cataloga cualquier crítica como un acto de antisemitismo que debe ser extirpado.
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