Ray Tico
30 de septiembre de 2016
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Una de las canciones más bellas dedicada a la capital cubana no la escribió un compositor del país, sino un cantante costarricense cuya huella casi se pierde en la década del 50 del pasado siglo XX. Se llamó Ramón Jacinto Herrera, pero la celebridad le vino con su sobrenombre artístico: Ray Tico.
En Romance a La Habana, título de la canción, se escucha:
Habana paraíso encantado, / Habana princesita del mar, / tus playas, tus mujeres preciosas / traen a mí esta ensoñación / Palmeras y sol en un marco de dulce ansiedad / que nos hace vibrar de emoción…
Romance a La Habana la han cantado numerosos intérpretes, pero el trío Taicuba hizo de ella una verdadera creación que mantuvo en su repertorio durante años.
Tico llegó procedente de Honduras y en enero de 1954 la revista Bohemia ofrece su fotografía a los lectores, allí apuntaba que “el valioso cantante costarricense nos visita. Ray Tico se ha presentado ya, conquistando palmas y loas, ante nuestros micrófonos y cámaras de televisión”.
Por espacio de semanas se presentó en el cabaret habanero La Campana, pero terminó siendo contratado, a partir de julio de aquel año, para el célebre cabaret Tropicana, en show compartido con Olga Guillot, Miguelito Valdés y otras importantes figuras.
Ray Tico se insertó en el ámbito musical capitalino, estableció contacto con el compositor Adolfo Guzmán y conoció a los autores del filin, César Portillo de la Luz, Ángel Díaz, José Antonio Méndez y el Niño Rivera, entre ellos.
En Costa Rica se le considera uno de los mejores boleristas, su éxito Eso es imposible lo llevó a ser conocido en el mundo.
Tico nació en Puerto Limón el 8 de noviembre de 1926, aprendió a tocar la guitarra por sí mismo, llevó una juventud bohemia e inquieta. Actuó en diversos escenarios de América Latina (Brasil incluido) y España, aunque Cuba significó para él un punto de giro en su vida artística.
Con los años, varias naciones le reconocieron sus aportes al pentagrama. Murió en San José de Costa Rica, el 15 de agosto de 2007. Por petición suya, sus restos fueron incinerados y las cenizas arrojadas al mar, muy en consonancia con su alma de empedernido romántico.
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