El primer día
26 de agosto de 2016
|Otra vuelta a la redonda y el espejo la alegró a medias. Si bien mostraba la perfección de sus piernas y una porción de los muslos, en lo de arriba, apenas se adivinaba la redondez y firmeza. En los primeros días, obedecería a la abuela. No pertenecía a las extremas, pero tampoco usaría conjuntos anticuados. La situarían fuera del alcance de las miradas de ellos y sí en las bocas burlonas de ellas. Sí seguiría sus consejos respecto al maquillaje de día. Si el cutis es terso, ¿por qué ocultarlo con excesos de cremas y polvos? Acentuar la línea de las cejas y ese color que le engrosaba los labios.
Madrugó. La expectación la despertó antes de tiempo. El padre lo prometió. Se sacrificaría y adelantaría su viaje a la firma. La depositaría en la colina, como la llamaba la abuela.
Obtuvo la carrera solicitada en la primera opción. Nada de los estudios desesperados de los finalistas y de quienes acudieron en el último año a preparadores costosos. Los profesores a mano, en la propia casa, atentos a sus dudas y requerimientos a pesar de sus tiempos complicados. Aquella abuela le controlaba los estudios desde la primaria y también a ellos, para que no perdieran el contacto con su desarrollo personal e intelectual. Desconoció las dudas en la elección, a la que vio sometidos a algunos compañeros y que con pena presentía, abandonarían en el primer año y si conseguían graduarse, la insatisfacción los haría propicios a otros intentos desastrosos.
La responsabilidad era de ellos, pero… Comprendía que todos no vivían en un hogar equilibrado en bienes materiales y espirituales. Y no convivían con un ángel de la guarda siempre de guardia.
Esa abuela, esa abuela adorada. Todavía dormía en cuna y empezó a cercarla con las luminosidades de los libros. Los juegos en el jardín en que ambas seguían el nacimiento y muerte de una flor o asistían al parto de una gata cobijada. Los paseos por la ciudad en que la historia se abría en sus labios. Aprendía el nombre de los ilustres, los árboles, las nubes en un enlace interminable. Al llegar los juegos en la computadora estaba preparada para preferir los instructivos, los rellenos de imaginación. Todas las preguntas a la abuela, a los padres, tenían respuestas. A veces, abiertas y provocadoras de nuevas inquietudes. De esos primeros años, solo guardó una interrogación pendiente.
Cursaba la primaria y la maestra la regañaba por su vocabulario calificado de extraño. Los niños comenzaron a burlarse. Al saberlo, la abuela sostuvo una reunión larga con la maestra y le ocultó el resultado. Las burlas desaparecieron. Aquella maestra no las permitió más.
Terminaba el cepillado de la larga cabellera, su presunción principal. Sintió el toque conocido en la puerta. Corrió a ayudarla. ¡Entra, abuelita, entra! Auxiliada del andador se recuperaba de la fractura. A la muchacha en abandono de la adolescencia, le retornó la sonrisa infantil. La anciana la observó complacida. En susurro, en el oído, le recordó: “No dejes de subir la escalinata”. Y le dio la bendición.
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