Por un recuerdo entero
11 de junio de 2016
|En la puerta del círculo, la mamá de la amiguita le dio la noticia. La llevaría para su casa y podrían jugar las dos en la computadora. A ella le encantaba jugar a las modas, vistiendo a las muchachas lindas para el desfile. Su abuela le contó que también ella jugó a las modas, pero con muñequitas de cartón vestidas con modelos de papel. La niña se asombró un poco. Aquella mamá le dijo que esa noche dormiría en la cama de la amiguita. Se bañarían juntas, comerían juntas y tendrían permiso para jugar con el cachorro del vecino. Ella ya sabía hablar por teléfono y esperó que la mamá o el papá la llamaran. Y nadie la llamó.
Al otro día, vestida con la ropa de la amiguita marchó al círculo. Las dos niñas reían, recordando los juegos del día anterior. La niña esperó encontrar a la abuela por el camino porque seguro que quería darle un beso. No la encontró.
En las pequeñas mesas, las dos niñas colocaban los cartones según “la seño” decía los colores. Ninguna de las dos se equivocó y menos al situar los cartones cuadrados y redondos.
En el jardín, varios niños cuchicheaban bajito. Uno se decidió y se acercó a la niña. Le contó lo que había oído en su casa. “Tu abuelita se murió”. Al principio, la palabra “murió” se le escapaba. Abrió los ojos porque una imagen la sacudió. Aquel día en que la abuela la llevaba al círculo y aquel gato lindo de pelo tan negro estaba en pedazos en la calle y lleno de sangre. Lo reconoció por el pelo tan negro. La abuela apuró el paso y le dijo: “El gatico murió. No lo veremos más. Se fue”.
No se atrevió a preguntarle a “la seño”. Ese día tenía una sonrisa chiquita.
En la tarde, vino el abuelo a buscarla. Estaba más viejo porque tenía los ojos rojos. Le apretaba la mano muy fuerte.
Al llegar a la casa, ella buscó a la abuela detrás de los butacones, debajo de la mesa del comedor, abrió las gavetas en que se guardaban las cucharas, los tenedores y los cuchillos. Vio en la cocina el delantal de la madre, no estaba el de la abuela. Tampoco estaba el vaso amarillo y el pomo de la medicina.
El abuelo, el padre y la madre la observaban en silencio.
La niña corrió a la habitación de la abuela. El anciano, tambaleante, la siguió.
La pequeña buscó debajo de la cama, abrió el escaparate, las gavetas de la cómoda. En el balcón, registró detrás de las macetas que esperaban el riego olvidado de esa tarde.
La niña se enfrentó al abuelo ya decidido a narrar el cuento de la muerte. La sentó en sus rodillas.
La nieta no le dio tiempo ni a la primera palabra.
“Mi abuela se fue junto al gatico, pero se fue linda, no en pedazos y con sangre”.
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