El camino del anciano
9 de abril de 2016
|Escozor le daba pagar dos pesos por el guarapo. Allá en el batey, lo consumían los muchachos hasta el aburrimiento y el lujo era zamparse un refresco de esos que venían en botella de cristal y costaban a medio. En verdad, de todos los guarapos consumidos últimamente, a este lo enfriaban con legítimos cubitos de hielo y el azúcar estaba limpia. Y las frituras acompañantes también a dos pesos, no sabían a grasa vieja y las preparaban con perejil y utilizando un poco la imaginación de las glándulas salivares, evocaban a las de dos quilos de los puestos de chino, aquellas de bacalao perdidas para siempre porque según conoció en un documental, ya no quedaba un bacalao en el mar del Norte y no sabía si todavía adornaban las etiquetas de aquella emulsión que no sabía a fritura, sino a rayos.
Después de limpiarse las manos y la boca en el pañuelo, siguió el camino de todos los días. En la hoja médica con las recomendaciones, estaban las caminatas obligadas a cumplir sin detenerse. Y menos los domingos, las hacía. Solo que en cada cuadra ocurría una parada por respeto al prójimo porque algún viejo amigo lo detenía y no podía evadirlo, o el graznido de un vendedor, los pregones, quedaron archivados en discos patrimoniales, lo hacía mirar la mercancía que podía ser un anón enano o un litro de detergente líquido hecho en casa.
Al regreso a las once, porque el sol implacable hacía sudar y el esfuerzo físico lo exigía, se detenía en la juguera particular como el patio de la casa de aquella canción que ya no cantaban las niñas porque no está en tiempo de regatón y bebía un jugo frío de una fruta exótica, antes avecindada en el país. Lo acompañaba con un pan con croqueta de sabor indescifrable, pero agradable a un paladar vencido por el vicio aplatanado de no aquilatar.
Sentado en el sillón del portal, leía el periódico hasta que la esposa lo llamaba para el almuerzo. La anciana, día por día, preparaba un menú para él y otro para los demás componentes de la familia. Le agradaba comprobar como aquel otrora glotón aceptaba las cantidades limitadas, la poca sal, la exclusión de los dulces caseros, los refrescos gaseados, la grasa en extinción y demás limitantes para este recién augurado diabético tipo B, puesto en observación y plan por el médico durante tres meses para un futuro examen a fondo con el endocrino.
Ella nunca imaginó ese cambio veloz en las costumbres alimentarias y la incorporación a las caminadas de pasos rápidos. La dieta exclusiva para él, significaba un ajuste en el balance financiero del hogar pues las frutas por su precio parecían arrancadas del Jardín del Edén. Hasta surgieron restricciones impuestas a los nietos. Evitarían hasta el movimiento de mandíbulas que expresara la chupada de un caramelo frente al abuelo para no tentarlo. Y en este tiempo de papas hermosas, evitar la freidera en escapadas nocturnas a la cocina, pecado comprobable por el descenso del pomo de aceite puesto en el aparador.
Después de tanto esfuerzo del clan, comprobaron en el primer mes que el anciano no bajaba ni una libra y los otros síntomas proseguían. Por suerte, la preocupación la destrozó una vecina porque en este archipiélago de gentes amigables y preocupadas al máximo por el vivir de los demás, relató el camino de Santiago, así se llamaba el anciano en todas sus paradas engrosadoras de sus grasas y azúcares y del bolsillo de los emprendedores.
Esta noche está convocada una reunión en el hogar en que será sometido a juicio. La pena capital pedida es la entrega de la chequera para que no pueda optar siquiera por un guarapo de a peso.
Galería de Imágenes
Comentarios