Heinrich Schliemann
18 de marzo de 2016
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Heinrich Schliemann se detuvo en La Habana del siglo XIX. El visitante alemán fue nada menos que el arqueólogo que localizó los restos de la muy antigua ciudad de Troya, la misma cantada por Homero.
Llegó a La Habana el 10 de enero de 1886, en el vapor Ville de Bordeaux. El diario El País comentaba que se trataba, “sin disputa, del más notable personaje científico que ha visitado esta Isla desde Humboldt”.
El viajero contaba 64 años (había nacido en 1822) y además de investigador, era un muy próspero negociante, con acciones en el ferrocarril cubano y además interesado en la industria azucarera. Eran esos los motivos reales que lo tenían en Cuba. El escritor Emil Ludwig comentaría muchos años después que Schliemann llegó “con el objeto de vender unas cuantas acciones, por valor de 30 mil libras, que tenía en los ferrocarriles de La Habana, de los cuales fue fundador con la casa Schroeder. Por no haberle resultado las negociaciones entabladas por carta, se decidió a personarse en el país, donde era muy conocido como financiero”.
En La Habana recorrió la Academia de Bellas Artes de San Alejandro y la Real Sociedad Económica de Amigos del País. En uno y otro lugar se le recibió con entusiasmo, se reconocieron sus hallazgos y su presencia constituyó un significativo acicate para las investigaciones arqueológicas.
Pese a ser alemán, fue hallándose en Holanda donde Schliemann aprendió varias lenguas que después le resultarían importantes en sus estudios. Así llegó a dominar 11 idiomas, entre ellos el griego, el árabe y el latín. Primero viajó e hizo fortuna como financiero. Recorrió Europa, Siria, Egipto, Turquía, India, China, Japón. También vivió en Estados Unidos, cuya nacionalidad adoptó.
Una vez en posesión de una cuantiosa fortuna, hizo realidad sus sueños de arqueólogo. Practicó excavaciones en la colina de Hissarlik, Turquía, que le permitieron descubrir varias ciudades superpuestas unas sobre otras, hasta hallar una que por sus características fue reconocida como la mítica Troya.
Sus hallazgos y sus libros motivaron a muchos a adentrase en las investigaciones arqueológicas, siempre esperanzados en desvelar algún nuevo misterio, confirmar una especulación o, sencillamente, sentir el placer inenarrable de tocar el pasado con las manos vivas del presente.
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