Palabra del Cimarrón (I)
19 de febrero de 2016
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En la era de las tecnologías y los artefactos aún se yerguen la Palabra, la Memoria y el Olvido; sobreviven frente a la velocidad y el afán consumista y depredador. Los humanos que en otras edades tenían “hambre y sed de justicia” eran llamados bienaventurados; hoy solo tenemos deseos, prisa y gula. Consumimos “alimentos espirituales” de digestión rápida, recientes y servidos en mesa variopinta, y tiene eso la apariencia de ser bueno, solo la apariencia. Al preguntamos si realmente lo es o no, si es lícito escoger y mezclar, si vale la pena, la sabiduría de los negros viejos nos responde con sorna: “lo que se sabe no se pregunta”. ¿Y qué es lo que sabemos si no sabemos nada? Aparecen de súbito los gurúes de la postmodernidad, los profetas apocalípticos, los maestros de la ceguera como solución para tuertos, por aquello de que es mejor la invidencia que la visión a medias.
Las identidades y las culturas son el resultado de las mezclas –transculturaciones– más eso es un proceso colectivo, invisible, lentísimo, irreversible, independiente de nuestros deseos, intenciones y necesidades, que se da en lo profundo de los pueblos y que no es nunca el resultado de la voluntad individual de escogencia de aquello que es fácil o rentable o de apropiación ligera. El crisol de las culturas es arduo, doloroso, desgarrador y hasta puede ser un sitio sangriento. La sociedad postmoderna quiere escapar del dolor y de la responsabilidad. El ensañamiento terapéutico, la eutanasia, el culto a la “belleza por la belleza”, el desprecio de lo feo, lo viejo o lo enfermo, la cultura de la muerte, la tolerancia más que el disfrute de lo diverso, el libertinaje, la economía como espacio humano desprovisto de ética y de responsabilidades sociales, la política entendida como trueque o negociación y no como intercambio, la mentira sostenida como verdad y la verdad como valor relativo y cambiante, sujeto a las reglas de la conveniencia, la magnificación del carácter instrumental de la Cultura; en fin, propuestas engañosas que se esconden tras conceptos que pueden ser tan válidos como calidad de vida, igualdad y libertad. Fíjense que nunca asimilamos de la tercera proposición de la modernidad: fraternidad. Y es que ella entraña una concepción colectiva de la vida. La fraternidad es la deuda pendiente de la civilización.
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