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Un violinista excepcional

1 de enero de 2016

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Luego de hacer un breve recorrido por la historia del arte violinístico universal, y de referirme al genio de la luthiería, Antonio Stradivari, no puedo dejar de comentar sobre el genial violinista del siglo XIX, Niccolo Paganini, de quien tantas leyendas se han tejido, sobre todo aquella de que era hijo del diablo, cuando en realidad un genial violinista, un caso único de su época.
Paganini nació en Génova (Italia), el 27 de octubre de 1782, y falleció el 27 de mayo de 1840, víctima de una enfermedad que nadie conocía, y que le permitió ofrecer su arte interpretativo hasta ese día. Aunque solo tenía 58 años, dejó su virtuosa e irrepetible huella en los recitales y conciertos que han quedado en la historia como únicos pero, además, fue un excelente compositor.
El entorno familiar de la infancia de Niccolo fue la pobreza, pues las ganancias del negocio de su padre (Antonio), no alcanzaban para cubrir las necesidades mínimas del hogar y, mucho menos para costearle estudios al hijo, que había nacido tocado por el duende del arte. Sin embargo, este hombre de apariencia ruda, poseía una sensibilidad especial para la música, e interpretaba melodías populares en una pequeña mandolina, para amenizar las reuniones familiares. Y fue, precisamente Antonio, quien enseñó a tocar la mandolina, la guitarra y el violín a su pequeño hijo, a quien hacía practicar, de la mañana a la noche e, incluso, lo dejaba sin comer cuando le parecía que no había estudiado lo suficiente, algo que repercutió negativamente en Niccolo, quien siempre estaba triste. Pero antiguamente era frecuente aplicar aquello de que “la letra con sangre entra”, algo que hoy día es muy criticado. Pero continuemos con la trayectoria que siguió la vida del futuro virtuoso, Niccolo Paganini.
Cuando Antonio comprendió que no tenía nada más que enseñarle a su hijo, decidió llevarlo ante un amigo que era violinista de la orquesta de su ciudad natal, Giovanni Cervetto, quien reconoció el talento del pequeño y decidió tomarlo como alumno. Más tarde, continuaría sus clases con Giovanni Niecco y Giacomo Costa, con quien aprendió los principios básicos de las antiguas escuelas clásicas italianas de violín. Fue entonces cuando, a la edad de trece años, ofreció su primer recital en una iglesia, según era habitual. Nadie imaginó aquel día, que la situación política de Italia, influiría en el arte del futuro genio, al despertar en él el espíritu romántico, incentivado por las guerras de ocupación napoleónica. Pero Paganinni comenzó a escribir a los veinticuatro años, llevando al papel pautado sus Veinticuatro Caprichos para violín solo, opus 1, cuando ya en numerosas ciudades italianas se le consideraba un intérprete único, y comenzaron a tejerse las más absurdas leyendas, que hicieron crecer los contratos. A la obra mencionada siguió: El Carnaval de Venecia, que por ser un verdadero tratado sobre su técnica, se convirtió en partitura indispensable para sus continuadores.
En 1831, Paganini llega a París, donde existía una gran pugna entre los partidarios del arte clásico y el romántico y, de inmediato se convierte en un ídolo de multitudes, por su romanticismo desbordante y su virtuosismo técnico, influyendo en otros virtuosos como Franz Liszt.
A manera de resumen puedo decir que Niccolo Paganini revolucionó los conceptos interpretativos de su tiempo y que, independientemente de su dominio técnico y las innovaciones que introdujo, gustaba del efectismo. Su violín –un Guarnerius del Gesu– se conserva en el Museo de Génova, y es tocado, cada año, por el mejor violinista que visite Italia. Para homenajear su memoria, se creó el Concurso Internacional Paganini.

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