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Debemos y podemos

28 de diciembre de 2015

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Un encuentro con los perritos Xico, en la Plaza San Francisco de Asís, me hizo respirar paz y tranquilidad, al ver aquellas figuras inertes pero vivas , entre cientos de turistas foráneos y una población cubana de jóvenes, niños y menos jóvenes, que se confundían con las palomas tradicionales que habitan en el lugar.
De esa Habana Vieja, llena de encantos y de esperanzas, se puede escribir todos los días porque por sus callejuelas y avenidas recuperadas a la inercia del tiempo, transita una obra grande que cada día deja ver un fruto que se suma.
Sin embargo, voy a referirme también a la “otra” Habana, esa que recorro por sus repartos que pueden ser Marianao o La Víbora, Centro Habana, Arroyo Naranjo y hasta el propio Vedado.
Esa urbe que siempre me ha dado la impresión de una gran concentración poblacional que se debate entre un ir y venir de ciudadanos que van a su trabajo; niños y jóvenes que van a la escuela; y otros muchos que no van ni a un lugar ni a otro: se dirigen a la “lucha”.
Estos últimos es fácil encontrarlos en las entradas de los grandes centros comerciales, proponiendo para vender lo divino y lo humano, aunque sean productos de dudosa procedencia; o asediando a turistas, para venderles algo, lo mismo una moneda cubana que la opción de entrada a alguna paladar o bar, siempre particular.
En el Vedado, por Paseo y 17, observo a diario como un hombre, con apariencias de poseer cultura; que domina el inglés, y hasta hace creer que es un guía turístico, irrumpe ante cada viajero extranjero que pasa por aquellas aceras o por la calle porque las aceras en muchos casos tienen una topografía intransitable. Como me comentaba un vecino, es el típico “jinetero”. Ese está “luchando” ilegal e inescrupulosamente, y —que yo sepa o que sepan mis vecinos— nunca ha sido al menos multado por las autoridades que deben encargarse de que estas malas yerbas no crezcan en nuestra sociedad.
Ahí se hace presente la desidia. El déjalo, eso no es problema tuyo. O quien me dice: para qué vas a coger lucha si eso es un problema de la policía y ellos lo ven igual que lo vemos tú y yo.
Pero en mis recorridos por varias zonas de la capital “de todos los cubanos”, veo males —muchos males— donde la desidia o insensibilidad de quienes tienen que, o resolver o dar respuesta a los problemas, se pierden entre el lamento de “no tenemos recursos” o la burocracia, o la explicación de que el municipio no tiene asignados medios suficientes para pavimentar calles, arreglar o construir aceras que una vez fueron; o asignar a una familia una vivienda de las que algún organismo o propietario abandonó a su suerte y hoy sobre ellas crecen árboles y faltan puertas, ventanas y marcos que, como ocurre con una edificación de dos plantas en calle 17 entre Paseo y 2, en el Vedado, lleva casi una década sin que nadie haga algo por ella o la entregue para que se convierta en una casa de abuelos, un círculos infantil o una vivienda para dos o más familias, lo cual fue denunciado en el diario Granma hace más de un año y nadie dio respuesta.
La desidia no nos puede llevar a olvidar que mientras el deterioro avanza, varios miles de personas viven albergados por falta de viviendas.
Quizás, muchas de estas instalaciones, de ser entregadas a familias necesitadas, las mismas pudieran terminar su arreglo o reconstrucción con recursos propios. Seguro que aparecerá la solidaridad de vecinos y familiares que ayuden a convertir en realidad la satisfacción de una necesidad vital para un ser humano.
El tema de las calles literalmente convertidas en caminos sin asfalto, conlleva, a su vez, a un gran problema —que en mi opinión cuesta más que pavimentar una vía— que es la rotura sistemática de ómnibus del servicio público; accidentes cuando un auto cae en uno de los incontables huecos existentes; y hasta piernas rotas de personas que caen en los mismos orificios en las que una vez fueron aceras.
De la basura que pulula en esquinas, pará qué comentar. Se ha denunciado una y otra vez por la prensa. Los funcionarios de Comunales explican pero no convencen… y la basura sigue invadiendo La Habana. En esto la ciudadanía también tiene una buena dosis de responsabilidad y las autoridades deben encargarse de hacerla cumplir.
Ver como cada día el deterioro de la capital es mayor, causa incertidumbre y tristeza. Lo primero porque el tiempo sigue pasando y son cada vez más las viviendas sin arreglar o los derrumbes; las calles donde se hace casi imposible el tránsito vehicular o las aceras inadecuadas para que circulemos por ellas.
Las más de las veces la desidia es parte inseparable de la falta de control; y ambas, caminando por tierras enlodadas, conducen inevitablemente a la corrupción o al menos al maltrato al pueblo.
Recientemente —en busca de un artículo que no encontré— visité la tienda La Época. El ascensor era guiado por una mujer de esas que lamentablemente hoy “no abundan” como diría una de las que viajaba hasta el segundo piso. Comprobé en ella la existencia de personas con deseo de trabajar, amables, educadas, sensibles. Ella es todo un amor y así se lo hicimos saber antes de bajar del equipo, que sustituye a una escalera eléctrica que nadie me pudo explicar desde cuándo no funciona…y para cuándo está previsto su arreglo.
La otra cara —no de la telenovela brasileña— sino de la susodicha tienda, la vimos en el sótano donde se venden alimentos. Allí, de momento, me percaté que varios empleados de ese centro seleccionaban manzanas de varias cajas que por presentar algún deterioro le habían bajado el precio.
Por un lado los empleados seleccionaban una a una y escogían las mejores, las que estaban sanas. Mientras, al otro lado del mostrador una cola de público crecía cada vez más a la espera de que comenzara la venta y las quejas se hacían mayores por la indiferencia de quienes se supone estaban para no permitir aquella violación en la que se ponía de manifiesto, una vez más, ese maltrato al consumidor del que tanto se habla y contra el que poco se hace.
Fui entonces en busca de la jefa de piso, quien muy amablemente me atendió y junto a mí acudió al lugar donde varios trabajadores cargaban con sus jabas llenas de manzanas sanas. Las restantes quedaban allí para el cliente.
Por cierto, pregunté: ¿No es mejor vender las manzanas a menos precio y así se evitaría en gran parte que se pudran ante la falta de compradores que, con deseo de adquirirlas, no pueden llegar a pagar el alto precio de esas frutas?
Golpeadas o podridas valen más baratas, pero…
Le dije a la jefa de piso que escribiría algo sobre este hecho, aunque solo fuera para dejar constancia, como en los demás casos que preceden a este, de que una desidia perniciosa y maligna nos está penetrando cual comején que quiere acabar con el sostén o la base en que nos asentamos.
Estamos a tiempo. Si todos queremos, todos podemos; y los comejenes escondidos en la desidia y la insensibilidad, podrán ser eliminados y con ellos, las plagas que se propagan.
Hagámoslo. Para eso no hacen falta presupuestos o papeles con varias copias. Todos podemos aportar un poquito para seguir construyendo esta obra grande.
La Habana Vieja que nos hace respirar y vivir, es el mejor ejemplo de que debemos podemos.

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