Obras paradigmáticas en La Habana de los sesenta
25 de diciembre de 2015
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El júbilo de la joven revolución de 1959 trajo consigo la apertura y extensión de nuevos programas constructivos en Cuba, marcando los años sesenta como una década pródiga en obras diversas y en especial sociales.
A la par que prolifera la experimentación con los elementos prefabricados, se impone un gusto estético por dejar a vista el material utilizado, como si la estructura misma encerrara toda la belleza de la obra. Así, en 1965, rendían culto a la expresión del ladrillo los arquitectos Josefina Rebellón, Félix Riva, Sulma Saad y Natacha de la Torre, en el Policlínico Nguyen Van Troi en la Avenida Carlos III, y del mismo modo, Gustavo Boted, con la concepción del célebre restaurant El Conejito, de 1966, en El Vedado. Pero no hay dudas en que la obra por excelencia de este discurso arquitectónico, en particular por el uso de la bóveda catalana, lo constituyen las Escuelas de Arte de Cubanacán, de los arquitectos Ricardo Porro, Vittorio Garatti y Roberto Gottardi. Iniciadas en 1960, aunque sin concluir, estos nuevos espacios para la enseñanza se levantaron como verdaderas esculturas rojas, gigantes y transitables, capaces de atrapar por su sensualidad, encanto, y esa profunda sensación que se percibe ante lo excepcional e imperecedero.
Junto a las Escuelas de Arte, la otra gran obra dedicada a la educación fue la Ciudad Universitaria José Antonio Echeverría, inaugurada en 1964. De magnífico diseño, de Salinas, Alonso, Rodríguez y Montalbán, la CUJAE continúa siendo el mejor ejemplo del uso de elementos fundidos in situ, con el hormigón a vista y una concepción espacial novedosa de edificios conectados en estructuras continuas, con espacios abiertos y cubiertos, con múltiples variantes de transformación y crecimiento. Su mayor aporte ha sido la influencia ejercida en la evolución posterior de la arquitectura escolar.
Asimismo, el hormigón vistió sus mejores galas en formas esbeltas y firmes como las del Pabellón Cuba, recinto expositivo de 1963, autoría de Juan Campos y Enrique Fuentes, al cual se le añadió un diseño paisajístico original, obra de Lorenzo Medrano. En otra céntrica esquina del barrio capitalino de El Vedado se construyó la popular heladería Coppelia, nacida en 1966, fruto del talento de Mario Girona y Maximiliano Isoba. Esta espléndida araña de hormigón armado supo integrar en su concepto la relación nada excluyente entre la obra de arte y su uso social.
En el sentido propiamente monumentario destaca la creación del Parque Monumento de los Mártires Universitarios, de Mario Coyula, Emilio Escobar, Sonia Domínguez y Armando Hernández. Inaugurado en 1967, transformó desde entonces la intersección de las calles San Lázaro e Infanta con la severidad de sus muros de hormigón trabajados con bajorrelieves.
En el tema de la vivienda fueron numerosas las obras que respondieron con inmediatez a su carencia. Sin embargo, el más importante conjunto habitacional de carácter social construido en Cuba fue, y sigue siendo, la Unidad Vecinal No.1 de La Habana del Este, hoy Reparto Camilo Cienfuegos. Con ella se inició la primera gran experiencia urbanística para 10 000 habitantes, concluida en 1963, fábrica de Mario González, Hugo D’Acosta, Gonzalo Dean, Mercedes Álvarez, y otros. Su gran mérito radicó en el trabajo en equipo emprendido que logró una obra de excelente factura, completamente terminada, con servicios sociales, espacios verdes, áreas deportivas, electricidad soterrada, calles de hormigón y una estratégica ubicación al Este de la ciudad. El Reparto Camilo Cienfuegos fue declarado Monumento Nacional en 1996.
La complicidad de los artistas plásticos con este período de renovación urbana y arquitectónica, alcanzó su más alta manifestación en el rediseño de las aceras de La Rampa, convertidas, a partir de 1963, en auténticas galerías que exhibían abiertamente las obras de Wifredo Lam, Mariano Rodríguez, Amelia Peláez, René Portocarrero, entre otros pintores de talla universal. Realizadas en granito integral, con la intervención de los arquitectos Fernando Salinas y Eduardo Rodríguez, contribuyeron al realce y animación de una de las escalas más vitales y completas de La Habana. Fue una de las acciones relevantes realizadas a propósito del Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos (UIA) celebrado ese año en la capital cubana.
La década de 1960 fue el período de creación de los grandes conjuntos simbólicos funcionales, de la experimentación de las novedosas técnicas del prefabricado y substancialmente fue respuesta inmediata, sin precedentes, a los temas sociales. Sus construcciones asimilaron con creatividad y lenguaje propios los códigos del Movimiento Moderno que le antecedieron y ennoblecieron el mérito individual de arquitectos, ingenieros, artistas plásticos y creadores en general del mundo del diseño y la ambientación.
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