Un coral de honor para Ruy Guerra
10 de diciembre de 2015
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Marcel Martin, célebre crítico francés, definió al cineasta brasileño Ruy Guerra –nacido en Lourenço Marques, actual Maputo, en la entonces provincia portuguesa de Mozambique, el 22 de agosto de 1931– como “un maestro en el arte de evitar las trampas del esteticismo y de lo pintoresco, y con un temperamento de argumentista y de director que le aseguran un lugar privilegiado entre los grandes ‘jóvenes’ del cine brasileño”.
EL 37. Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano le entregará el viernes 11 a las 5:30 p.m. en el cine 23 y 12 el premio Coral de Honor como reconocimiento a la trayectoria en el cine de quien se inició con el largometraje Los inescrupulosos (Os Cafajestes, 1962), en torno a la tentativa de dos vividores por chantajear a un hombre rico con fotos comprometedoras, involucrando a la sobrina y a la hija del hombre. El siguiente título situó a Ruy Guerra entre los exponentes cimeros del Cinema Novo para convertirse en un clásico del cine iberoamericano: Los fusiles (Os fuzis, 1964), filmada con la decisiva contribución del fotógrafo argentino Ricardo Aronovich. Para el cineasta aún es una película que le gusta mucho y le ha proporcionado muchas compensaciones y, al respecto, declaró: “Salió exactamente en el año 1964, cuando el golpe de Estado militar, y aportó –no solo a mí en lo personal– una carrera dentro del movimiento del Cinema Novo Brasilero, que fue completamente aplastado por la dictadura. Tengo mucha lucidez de que perdimos muchos años de nuestras vidas y una época de creatividad muy fuerte, muy importante, y eso es irrecuperable”.
Guerra cursó en 1952 estudios en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos de París (IDHEC) y fue asistente de realizadores como Jean Delannoy y Georges Rouquier, e incluso consejero artístico de Abel Gance en Valmy (1967), además de actuar ese año para Serge Roullet en Benito Sereno. Los dioses y los muertos (Os Deuses e os Mortos, 1970) fue una historia de supersticiones, misticismo y miseria desde un prisma visual alucinante, casi de delirio. Para el germano Werner Herzog es una de “las mejores películas de la historia” y le invitó a interpretar a Pedro de Ursúa en Aguirre, la cólera de Dios (Aguirre, der Zorn Gottes, 1972). Un año más tarde, escribió junto a su amigo Chico Buarque de Hollanda: “Fado Tropical”, un álbum censurado por las autoridades. Varias de sus canciones fueron difundidas solamente en su versión instrumental. El músico egipcio Georges Moustaki lo dedicaría a la Revolución de los Claveles de Portugal en 1974.
Ruy Guerra –quien más ha filmado la obra del Gabriel García Márquez–, coincide con el escritor colombiano en lo engañoso de su literatura, pese incitar a filmarla por su universo eminentemente visual. “Lo que sí es muy cinematográfico es la justeza del diálogo y la mirada que él tiene sobre la vida”, explica el director de El veneno de la madrugada (2004), su aproximación a “La mala hora”. Si la increíble y triste historia de la cándida Eréndira, referida en un fugaz pasaje de Cien años de soledad, fue primero un guión antes de publicarse como relato, gracias a la tenacidad de Guerra retomó luego su tratamiento original como un filme en 1983 con una abuela desalmada personificada por la griega Irene Papas mientras la joven forzada a prostituirse para pagar su deuda eterna la asumió Claudia Ohana.
Ella protagonizaría a continuación La ópera del malandro (1986), sobre la pieza original de Chico Buarque, que a juicio de su realizador: “tiene todos los elementos del cine musical y, al mismo tiempo, los fundamentos; pero es la antítesis de la llamada comedia musical marcada por el cine norteamericano. Creo que su valor es que ser una comedia musical brasileña, latinoamericana. Hay que rescatar nuestra música porque es parte integral de nuestra cultura”. Guerra insistió en traducir al lenguaje fílmico el universo de Gabriel García Márquez al recrear el amor difícil de Orestes hacia Fulvia, la bella palomera, luego convirtió a Hanna Schygulla, actriz fetiche de Fassbinder, devenida luego la señora Forbes de un verano nada feliz, en la enigmática mujer decidida a apoderarse de la mansión de la familia Morán y Castellá, que anhela desde hace mucho tiempo. Para ello, acepta alquilarse para soñar a solicitud de Don Diego, a quien coloca al borde de una crisis nerviosa con sus premoniciones y el torbellino onírico que desata.
Tras filmar en locaciones habaneras la serie de seis capítulos Me alquilo para soñar (1992), producida por Televisión Española e International Network Group, S.A., Ruy Guerra retornó a la capital cubana para rodar Estorvo (2000), su adaptación del libro homónimo de Chico Buarque, que reproduce la pesadilla existencialista de un personaje anónimo que vaga por una gran ciudad de hoy en una fuga sin destino.
A las 5.00 p.m., poco antes de la entrega del Coral honorífico, en la galería de la sala 23 y 12, sede de la Cinemateca de Cuba, se inaugurará oficialmente la exposición fotográfica “De sertãos, malandros y sueños” –con la curaduría de Sara Vega Miche– que pretende reflejar la impronta de Ruy Guerra en el cine iberoamericano, así como sus vínculos con la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. Con la entrega a Ruy Guerra del premio Coral de Honor del 37. Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano se efectuará la première del documental El hombre que mató a John Wayne (O homem que matou John Wayne, 2015), codirigido por Bruno Laet Zecchin de Souza y Diogo Oliveira. Es una aproximación no lineal a un artista múltiple, el cineasta Ruy Guerra, cuya vida y obra resultan inseparables. Haciendo amplio uso de material nuevo, el largometraje entreteje ficción y realidad, entrevistas con antiguos colegas y escenas de sus filmes como actor y director; todo ello enmarcado por sus canciones y poemas.
El octogenario director de Kuarup (1989), el telefilme Monsanto (2000) y de Portugal, S.A. (2004), se resiste a abandonar su puesto tras las cámaras. No cesa de recordar con cierta nostalgia un bellísimo proyecto coescrito con el Gabo, U.S. Navy, con el que soñaron por mucho tiempo, que califica Ruy Guerra como “el Romeo y Julieta de los tiempos modernos”, porque cierto día, el autor de El amor en los tiempos del cólera le llamó por teléfono para decirle: “Soñé una historia que es para ti”.
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