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Delincuente y aislado

7 de diciembre de 2015

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Cuando hace muy poco Estados Unidos fue condenado una vez más abrumadoramente en Naciones Unidas por el injusto y criminal bloqueo impuesto a Cuba, recibía el rechazo de la comunidad internacional –incluidos sus aliados, excepto Israel– a la política de terror que trata de imponer a aquellos gobiernos que defienden soberanamente los verdaderos intereses de sus pueblos.
Esa decisión lo aisló aun más internacionalmente, a la vez que quedó al desnudo por una política que ha costado la vida a millones de seres humanos.
En las últimas seis décadas, más de 50 gobiernos y decenas de movimientos sociales en distintas partes del mundo han sido víctimas de la política delincuencial de Estados Unidos, que ha creado el caos y la ingobernabilidad en decenas de sociedades, como ocurre en el Medio Oriente y África sahariana.
No se debe confundir aislamiento con aislacionista. El primero
se inició poco más de medio siglo después de finalizar hacia 1920 su estrategia “aislacionista”. Pudiera parecer paradójico pero, en realidad, ambos acontecimientos son consecuencias del propio sistema imperialista impuesto al mundo, debido a la profundidad del sentimiento antiestadounidense y lo frágil de la tradición de lo que consideraba sus libertades civiles.
Empero, esto no ocurre con la opinión pública interna –la que más le interesa al establishment gobernante–, debido al poder de unos medios masivos que distorsionan la verdad e impregnan a una gran parte de un espíritu patriotero y chovinista.
De ahí que la economía norteamericana dependa de la industria armamentista, que en su momento menos ostentoso tenía dedicada a la defensa un presupuesto doble que Europa y superior en 60% al de todos sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
Porque mientras en nuestro mundo, el revolucionario, sobresale la solidaridad, en el que se mueve el imperialismo norteamericano aumenta el aislamiento por una política delincuente.

 

Ejemplo mexicano

Por estar muy cercano a nosotros, México constituye un ejemplo de cómo el imperialismo delinque una y otra vez, a costa de los pueblos y sus necesidades.
Precariedad, pobreza y aislamiento es lo que representa una línea fronteriza de 3 169 kilómetros en la que se ha levantado una barrera fuertemente militarizada y controlada.
El despliegue de seguridad y armamento que controla la frontera resulta muy similar al de dos estados en situación de tensión armada. No hay ni un solo tramo libre de vallas de acero, cámaras, helicópteros Blackhawk, drones Predator, agentes de patrulla fronteriza, inmigración y protección de aduanas, cuya presencia se ha doblado en los últimos tiempos, llegando a 25 000 agentes.
Cada año la militarización fronteriza aumenta: en el 2014 el gobierno de Estados Unidos aprobó el despliegue de hasta mil agentes de la Guardia Nacional, que actúa como milicia estatal, especialmente en la zona del río Bravo, barrera natural que marca la división entre los dos países, una decisión que el gobierno justifica por la necesidad de combatir el tráfico de drogas.
A este despliegue de componente militar se le suma la nueva ley que el gobernador de Texas, Greg Abbott, ha aprobado este mismo año, que supone un aumento del presupuesto hasta 800 millones de dólares para entrenamiento, compra de tecnología y equipamiento.
Para entender el papel de la barrera hay que profundizar en la situación social que encontramos a ambos lados y su extensión más allá de ella, así como su razón de ser como dique de contención y de mantenimiento del status quo a través del uso de la fuerza.
Con apenas unos kilómetros de diferencia, las regiones colindantes a la barrera del lado de EE.UU. tienen el índice de desarrollo más bajo del país, que, a pesar de todo, resulta ser más elevado que el de las regiones del otro lado, que tienen el más alto de México.
Así, mientras alejarse de la barrera por un lado promete mejoras para el desarrollo de la persona, por el otro promete mayor precariedad. Esto no solo sirve para explicar el evidente sentido de los flujos migratorios, sino también la manera en que la barrera establece un modelo de relaciones políticas y sociales Norte-Sur acorde a intereses económicos, necesarios para la supervivencia del estado neoliberal y capitalista.
Estas relaciones se hacen patentes a lo largo de la frontera mexicana a través de la masificación de la precariedad laboral, nutrida de la inmigración de las regiones del sur de México. Encontramos la presencia de maquiladoras, centros de ensamblaje que producen productos de exportación donde lo común es la mano de obra barata, impuestos casi inexistentes y autoridades poco cuidadosas en control de derechos laborales. Todo ello a pocos kilómetros de la principal potencia mundial.
Esta tendencia anula la cooperación social, económica y política entre los estados, se dirige hacia la militarización creciente de los bordes, ya no sólo entre fronteras estatales, sino entre realidades sociales y crisis humanitarias, generando un modelo de contención a través de la fuerza ejercida por la política delincuencial que, en su aislamiento, deja poco espacio para la cooperación social y la paz.

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