Estudiar es emocionante
23 de octubre de 2015
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¡Es emocionante! ¡Es apasionante! Decimos al referirnos a un libro, una historia, un filme, aunque rara vez escuchamos esas frases al referirnos al estudio, al trabajo a excepción de los que como yo tenemos una “adicción” a estudiar y trabajar; o como se le llama en inglés, y que se ha generalizado, tenemos lo que se le llama una studyalcoholic y/o una workalcoholic. Sin embargo, estudiar es apasionante y tengo la opinión que no gustar de estudiar es algo que se aprende –desafortunadamente–, y está ocasionado porque los encargados de motivar a estudiar no lo han hecho bien; para que los conocimientos sean tan interesantes como la última película “famosa, única y fabulosa”.
Les digo que, de una manera u otra, consciente o inconscientemente, las emociones son imprescindibles en el proceso de aprendizaje, y dependiendo de si son positivas o negativas favorecen o interfieren en la adquisición del conocimiento. Así la alegría, el entusiasmo producen estados beneficiosos para avanzar en los estudios, y por el contrario, la tristeza, el enojo, el miedo funcionan como perturbadores de este proceso e incluso pueden llegar a interrumpirlo.
Es por la relación e influencia de las emociones en el aprendizaje que, en la preparación de los niños para entrar a la escuela, los padres deben manejar –primordialmente con el pequeño– las emociones positivas que le va a provocar la escuela, lo que va a aprender, por qué es más fácil para ellos entender lo bueno que es estudiar. Esto debe hacerse no por el hecho racional y comprensible de los adultos de lo importante que es cultivarse, sino por los buenos ratos que pasará en su nueva condición de escolar y lo divertido que resultará relacionarse con nuevos amigos y profesores, y aparejado, también, lo que aprenderá y que después demostrará para orgullo de él y de su familia.
Hace poco más de un mes mi nieta más pequeña empezó en la escuela. El primer día de clases, de los niños que comenzaban preescolar había uno que enojado y lloroso se negaba a salir de detrás de la madre porque no quería entrar al aula, a diferencia de nuestra Marcela que alegre nos decía que nos fuéramos porque estaba disfrutando mucho su nueva condición. Yo traté de alegrarlo y quise fotografiarlo con su uniforme, pero se negó y no reaccionó a mis palabras de aliento. Días después, mi hija me contaba que ese niño todos los días llora para entrar al aula y sigue desadaptado, manteniéndose muy disgustado parte del día, según la maestra, y con gran resistencia a realizar las actividades escolares. Si viviéramos en el siglo XVIII o XIX, tal vez no sería imprescindible que se le motivara a ese niño a aprender en la escuela porque podría realizar un oficio de forma eficiente sin tan siquiera saber escribir su nombre. Pero vivimos en el siglo XXI, y resulta imprescindible no solo pasar los estudios primarios, sino seguir adelante mucho más, sobre todo en Cuba que el promedio de estudios es de terminar 12 grados completos, y quien no se involucra en este aprendizaje se queda al margen del desarrollo social y del éxito personal, porque no tiene la más mínima posibilidad de entrar al mercado laboral. La pregunta que me hago entonces, y que seguro ustedes seguramente se están haciendo, es: ¿Qué le pasa a este niño? Con certeza no puedo decirles en este momento porque no he investigado, pero me aventuro a hacer conjeturas, y creo que los familiares encargados de su educación no se preocuparon por prepararlo, incentivarlo y motivarlo adecuadamente para entrar a la escuela, pues –para mi asombro– la madre se reía y tomaba la conducta del niño como una malacrianza graciosa y decía “no se le puede mencionar la palabra escuela”, e incluso –voy más lejos y casi estoy segura que a esa madre no le gusta estudiar– no deben haber faltado las historias “simpáticas” de lo detestable que es ir a la escuela y lo aburrido que es estudiar, pero de aburrido a burrito hay una diferencia mínima.
Lo lamentable es la pérdida doble de esta historia, y es lo que la sociedad se va a perder porque ese niño no va desarrollar sus potencialidades y con respecto a él, la apasionante aventura que es estudiar que va a perderse.
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