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Evocación a Fray Junípero Serra

16 de septiembre de 2015

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Estatua de Fray Junípero Serra en la Plaza de San Francisco de Asís de Cuba

 

La historia se ha encargado de darle su lugar. Su amor por la justicia humana ha inspirado un monumento levantado precisamente en la Plaza de San Francisco de Asís de Cuba, develado oficialmente el 11 de junio de 2005, justo en una de las esquinas del Convento que lleva el mismo nombre. El Beato Fray Junípero Serra ha quedado inmortalizado con una estatua de bronce situada no por gusto en ese lugar tan apreciado de la tradición habanera.

El misterio se ha cernido sobre la existencia de este misionero de la orden franciscana. Pocos han podido conocer y admirar la magna obra que llevó a cabo. De esta forma se refiere a él en una carta el Padre Maynard J. Geiger, franciscano, de la Provincia de Santa Bárbara de California, el cual se consagró, por disposición de los superiores, a la investigación y estudio de la vida y obra de Fray Junípero Serra: “Sangrante, fatigado y con dolor caminabas por los campos misionales, como la fiera herida que cojea a través del bosque que ama. No obstante, con todo este dolor, aun te parabas y contemplabas las rosas, aunque sólo por breves momentos, porque el único pensamiento ardiente de tu mente y la única pulsación de tu corazón eran las almas de los indios (…) Las únicas rosas en tu vida fueron las de la orilla del camino; tu cama, una tabla. Cada paso que dabas era un dolor, cada movimiento era una angustia para tu alma, porque aquellos que debían ayudarte gozaban de colocar obstáculos sobre tu camino. Pero como lograste tal éxito, a pesar de la escasa ayuda recibida, la gente hoy te aclama como un héroe y pionero de pioneros”.

Descubramos entonces el velo del tiempo y “alcemos” la vista y la mente al conocimiento para dignificar a este hombre que, gracias a esta bella imagen plantada en nuestro Centro Histórico pues todas las vistas en un momento determinado se posan en ella, ocupa un lugar “privilegiado” dentro del entorno habanero.

 

La memoria vuelve

Mallorca fue el lugar escogido por el destino para que viera la luz por primera vez el niño nombrado por sus padres Miguel José, un 24 de noviembre de 1713. Desde bien temprano profesó, debido a la educación de su familia, la más ferviente inclinación por la fe católica y por el amor a Dios. Quizás porque sintió el llamado de ayudar al prójimo y en aquel tiempo ser religioso era la mejor manera de lograr su máxima vocación. Lo que sí es seguro es que asistió a la escuela del convento franciscano de San Bernardino. Aquí aprendió las primeras letras e hizo grandes progresos en su formación, por lo que pronto cursó estudios superiores y más profundos. Con solamente 15 años toma los hábitos en el convento franciscano de Jesús y en 1731 cambia el nombre de Miguel José por el de Fray Junípero.

(José Miguel Serra y Ferrer; Petra, España, 1713-San Carlos, México, 1784)Gran fama adquiere como profesor de Filosofía, alternando esta tarea con la predicación. Por aquel entonces la famosa Universidad Luliana de Palma de Mallorca fue testigo de su talento al encontrar coro para sus tareas docentes. Pero los honores no fueron motivos suficientes para que Fray Junípero dejara a un lado su verdadera vocación, la de predicador. Después de un tiempo de solicitar los permisos necesarios a las autoridades eclesiásticas, le hicieron saber que podía trasladarse al Colegio de Misioneros de San Fernando, situado en la capital de México. Así, partió a América incluso ocultándole a sus padres esta fatigosa travesía.

Después de una larga estancia en Cádiz, como tránsito a su lugar de origen y tras un agotador viaje de 99 días, llega a las costas mexicanas, exactamente a Veracruz donde moviliza todas las fuerzas, para solo en seis meses partir frente a un grupo de voluntarios hacia Sierra Gorda de Querétaro; allí sería el impulsor de un cambio radical para los pobladores de esa zona y comenzaría su destacada carrera misionera. Durante muchos años, cerca de ocho, Fray Junípero estuvo en esas tierras agrestes, en las que enseño a sus pobladores, los indios, a cultivar la tierra, a montar granjas y talleres. Además les inculca los más elementales principios de las artes y las letras occidentales y la doctrina de la fe católica.

Se dice en varias crónicas de la época que “fue tal la transformación realizada en aquella zona montañosa que, de un erial infructuoso, sus valles se transformaron en fecundo vergel”.

Pero este no fue el único lugar que recorrió el sacerdote en su afán misionero. San Saba, Texas, y el Territorio de Nueva España fueron algunos de los territorios en los que Junípero revertió toda su dedicación y principio evangelizador.

Muy recordado es también en Baja California, a donde fue enviado por quedarse los territorios españoles sin los jesuitas. Por tal razón frente a una expedición de dieciséis religiosos parte hacia allí el 14 de marzo de 1769, para ganarse una vez más el corazón de los indios.

Serra también ayuda durante esos años en Norteamérica a la realización de un plan oficial para la conquista de la costa oeste de esa nación. Es por eso que peregrina y avanza hacia el norte y el 1 de julio de 1769 llega al puerto de San Diego y, mientras las tropas izan la bandera de España y levantan el campamento, el apóstol enarbola la cruz y funda la primera misión en la Alta California.

La firmeza de Fray Junípero fue decisiva para la conquista de esos parajes, pues al principio los pobladores se resistieron e incluso llegaron a la violencia; además el apoyo de la corona llegó a último momento cuando ya las esperanzas eran casi nulas, y no contó con la total incondicionalidad de los gobernadores de esas tierras. Pero el recorrido del predicador prosiguió, fundando la segunda misión en Monterrey, la que se convirtió en su sede habitual.

A Fray Junípero se deben las nueve primeras misiones de las veintiuna constituidas por los franciscanos en Alta California –San Diego, San Carlos en Carmelo, San Antonio, San Gabriel, San Luis Obispo, San Francisco, San Juan de Capistrano, Santa Clara y San Buenaventura; además, inicia la fundación de Santa Bárbara, no concluida por su repentina muerte–; todas instituidas con mayor o menor apoyo del Virreinato de México, específicamente del Virrey D. Antonio María Bucareli.

Incansable a pesar de sus limitaciones físicas; firme en sus principios evangelizadores, de esa forma caracterizaríamos a este perseverante hombre. Veamos un fragmento de una de sus biografías para comprender la trascendencia de su tarea catequista: “Su celo por las almas y su dinamismo por levantar más obras, lo espoleaban continuamente para trasladarse de cerro en cerro, entre valles y montañas, y así poder congregar al indio disperso y desprovisto de todo, dándole cobijo y sustento junto a la acogedora misión. Miles y miles de kilómetros pisó en su fecunda vida. Cojeando y valiéndose de un bastón, cruza repetidas veces los floridos campos californianos para visitar las misiones y estar con sus hermanos los misioneros. A todos escucha y atiende. Se hace cargo de cada situación concreta”.

”Busca y presenta acertadas soluciones. Da nuevas orientaciones y consejos acertados. Predica, bautiza, confirma, confiesa y aún le queda tiempo, para él el más precioso, en el que se ocupa de los problemas y necesidades de sus queridos indios. Aquel hombre de temperamento fuerte y de carácter firme, pero afable, de dotes singulares y de ambiciosas iniciativas, nunca cedió ni jamás retrocedió. Pero al fin cayó rendido en el encuentro con la hermana muerte. Su fallecimiento ocurrió el 28 de Agosto de 1784, en la Misión de San Carlos Borromeo, junto al río Carmelo, cerca de Monterrey”.

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Fray Junípero Serra, fundador de las primeras misiones de los franciscanos españoles en la Alta California

Su vida y obra, humana y espiritual, han sido exaltadas desde entonces por personas de la orden eclesiástica y por estudiosos y filósofos de todo el mundo. Máxima consagración fue cuando el 25 de septiembre de 1988, el Papa Juan Pablo II, que había asistido a su tumba en la Misión de San Carlos, lo beatificó solemnemente en Roma.

El recuerdo ha vuelto para rescatar del olvido la presencia de Fray Junípero de quien su discípulo, amigo y biógrafo, el Padre Francisco Palou, dejó grabadas estas proféticas palabras: “No se apagará su memoria, porque las obras que hizo cuando vivía han de quedar estampadas entre los habitantes de la Nueva California”.

Inmortalizado por las letras que nos cuentan sus proezas y glorias; por la pintura y la escultura que plasman, de forma variada, su figura. Representado más de una vez en varias partes del mundo –precisamente en lugares donde irradió su profunda vocación religiosa– por la piedra y el bronce, a través de efigies que honran su legado histórico, cultural y social.

Santiago de Querétaro, México, conserva una estatua de uno de sus más queridos misioneros, la cual forma parte del apreciado conjunto arquitectónico declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Cerca del Jardín de las Camelias, el así nombrado espacio del Parque del Capitolio en California, Estados Unidos, se recuerda, con otra representación, al elegido para fundar el sistema de misiones de ese territorio norteamericano.

Faltaba un espacio en La Habana, un monumento que rememorara la visita que realizara Fray Junípero a la sede de la orden franciscana en Cuba en el siglo XVIII. Y qué mejor lugar para erigirlo que precisamente la Plaza de San Francisco de Asís, en una de las esquinas del Convento que lleva el mismo nombre y que fue testigo del paso del apóstol. En ese lugar de ensueño y realidad histórica, esta efigie –donada por la fundación Iberostar y que es una réplica de la escultura del artista Horacio de Eguia (1914-1991), cuyo original se halla en la Plaza de San Francisco de Palma de Mallorca– corona parte importante de la tradición de una construcción cuyos antecedentes datan del siglo XVI.

Desde la propia Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís partieron los frailes para la “evangelización del continente”. Instituido tempranamente como centro religioso y cultural, allí los misioneros aprendían las lenguas nativas –además de las materias imprescindibles para todo franciscano: Latinidad, Teología, Artes, Gramática y Filosofía– para ir hacia los distintos territorios ocupados por la Corona.

Como bien afirma el Historiador de la Ciudad de La Habana, el Doctor Eusebio Leal Spengler, “Fray Junípero Serra y San Francisco Solano fueron algunas de las más brillantes figuras de la etapa inicial del Convento, que se vieron magníficamente sucedidas por hombres símbolos de la ilustración cubana, tales como Félix Varela y José de la Luz y Caballero”.

Manos laboriosas y emprendedoras levantaron el recuerdo esculpido en bronce por suerte ya perenne, en esta legendaria área de nuestra capital. Hombres que con su esfuerzo ayudaron a realzar la memoria de uno los más importantes apóstoles de la fe católica.

Fray Junípero levanta su cruz en señal de protección, de amparo. A su lado, un joven indio busca refugio, resguardo. “Un indio sin redimir hacía sangrar tu corazón; la misión sin fundar espoleaba tu celo, mas con todo tú eras paciente y prudente. Los niños de piel cobriza de los desfiladeros y los llanos se acercaban confiados a ti, porque veían en ti al ser sin egoísmos e interesado solo por ellos. A sus almas dispensabas el alimento espiritual de los Santos Sacramentos y a sus cuerpos dabas comida y vestido”, así expresa uno de sus biógrafos, el Padre Geiger, en una carta dirigida al evangelista Serra simbólicamente.

La Habana, nuestra ciudad, se honra de poseer, de perpetuar a Fray Junípero Serra, por su ejemplo y su celo constante. Ya su huella ha quedado registrada para que no vuelva a diluirse con el paso del tiempo, para que pueda ser evocada y conocida por los que transiten por la bella Plaza de San Francisco. No por reiterada esta máxima martiana deja de tener total validez, es que no hay mejor manera de crecer espiritual y humanamente como la de honrar y honrarnos. Conocer nuestra historia y sus cultores es la mejor manera de reafirmarnos como lo que somos, hombres y mujeres de nuestra generación.

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