Hoover tras el “Gabo”
9 de septiembre de 2015
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Persecuciones, amenazas, presiones, chantajes y todo tipo de intimidaciones han sido prácticas habituales en Estados Unidos por parte de los poderes dominantes –ya sean económicos, políticos, policiacos, legislativos, mediáticos o de cualquier otro tipo– contra los sectores o las personalidades que dentro de la intelectualidad del país imperial mostraron en cualquier momento tendencias o simpatías favorable a las ideas consideradas “de izquierda” o con elementos progresistas o contestatarios más allá de lo que el sistema puede tolerar.
Los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial contemplaron la aparición del llamado fenómeno del “macartismo”, una exacerbación obsesiva e histérica de todo lo anterior, inspirada por el senador Joseph McCarthy, quien llegó a incluir en su lista de sospechosos o simpatizantes de la idea comunista al fallecido presidente Franklyn D. Roosevelt, y se ensañó –especialmente con los representativos del sector del arte y la cultura– con artistas y escritores de renombre y no pocos directores y estrellas de cine.
Hollywood, meca del cine, se convirtió para Mc Carthy en centro de sus delirantes acusaciones, que –aunque no fueron unánimemente aprobadas– tampoco fueron totalmente rechazadas por una sociedad al menos desconectada o contaminada por los poderosos medios de comunicación, que se hicieron eco constante de los procesos macartistas en medio de la guerra fría y los presagios de un supuesto ataque de la URSS, ya poseedora del arma atómica.
Como se sabe, la ejecución de los esposos Rosemberg y el juicio amañado y manipulado contra ellos, no es ajeno a aquella pesadilla de la cual Estados Unidos no ha logrado liberarse completamente.
Una importante pieza de todo aquel entramado fue J. Edgar Hoover, entonces jefe del Buró Federal de Investigaciones (FBI), quien complementó febrilmente todas las indagatorias del macartismo y aun después siguió manteniendo una política de obsesiva observancia sobre el mundo intelectual y artístico estadounidense, dentro del cual contaba con colaboradores como Ronald Reagan quién –según se ha publicado– cooperaba desde el sindicato de actores de Holywood.
No es sorprendente, por tanto, que según acaba de revelar el diario “The Washington Post” fuera el escritor colombiano Gabriel García Márquez (Premio Nobel de Literatura) un objetivo de observación y seguimiento para Hoover a partir de su llegada a Nueva York –en febrero de 1961– para incorporarse laboralmente a la corresponsalía de la agencia de noticias Prensa Latina en ese ciudad, en su condición de periodista.
Para cualquier seguidor de la trayectoria literaria y periodística y de la obra del Gabo (como popularmente se le conocía) tampoco es de extrañar que el obcecado Hoover lo incluyera en su extensa lista de intelectuales sospechosos, como ya había hecho –según el propio diario– con Ernest Hemingway, John Dos Passos y Norman Mailer.
Conociendo del sentido del humor y del buen humor personal del “Gabo”, lo imaginamos en estos momentos riendo de buena gana ante los dolores de cabeza que parece haber causado al indagador.
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