Las enseñanzas del cuento Meñique
3 de julio de 2015
|José Martí destacó que el mundo tiene más jóvenes que viejos y aseguró que la mayoría de la humanidad está conformada por jóvenes y niños.
Él, además, apreció la trascendencia que tiene la etapa de la infancia y la juventud y también enfatizó la necesidad que había de lograr la correcta formación de seres los humanos desde los primeros años de su existencia.
En múltiples oportunidades en cartas, discursos, trabajos periodísticos y en sus poemas y obras de teatro, trató temas relacionados con la formación y la relación adecuada entre los hombres y mujeres, y por supuesto particularmente tuvo muy en cuenta la relevancia que esto tenía en los niños y adolescentes.
De manera especial Martí se propuso mediante la edición de la revista La Edad de Oro, que circuló entre julio y octubre de 1889, contribuir a la formación y desarrollo de los infantes.
Precisamente en la introducción de los materiales contenidos en el primer número de La Edad de Oro, Martí afirmó que ese periódico “se publica para conversar una vez al mes, como buenos amigos, con los caballeros de mañana, y con las madres de mañana…” y más adelante al referirse a los jóvenes lectores les manifestó que “todo lo que quieran saber les vamos a decir, y de modo que lo entiendan bien, con palabras claras y con láminas finas.”
Seguidamente expuso: “Les vamos a decir cómo está hecho el mundo; les vamos a contar todo lo que han hecho los hombres hasta ahora.”
Como parte de los trabajos incluidos en la primera edición de la citada revista se encuentra el cuento de magia titulado Meñique, cuya autoría corresponde al escritor francés Lefebvre de Laboulaye, en el que se narra la historia de tres hermanos con diferentes características físicas y nivel de inteligencia y la importancia que tenía el proceder con sabiduría y a la vez ser bueno.
Ellos eran hijos de un campesino muy pobre quién atendiendo a la precaria situación que presentaba les rogó que por su bien salieran de su choza infeliz a buscar fortuna por el mundo.
De los tres había uno muy pequeño que resultaba conocido como Meñique. Se precisa en el relato que al poco tiempo de haber salido de su hogar, los tres jóvenes conocieron la gran oferta que había hecho un rey si alguien lograba resolverle varios problemas.
Uno de esos era eliminar un árbol encantado que crecía en forma desproporcionada y que no había hacha que pudiera echarlo a tierra, porque se le mellaba el filo por lo duro del tronco, y por cada rama que le cortaban salían dos.
El rey ofreció dar tres sacos llenos de pesos a quien le quitara de encima al palacio aquel árbol.
El otro gran problema era que en el palacio no había agua. El rey había prometido hacer marqués y dar muchas tierras y dinero al que abriese en el patio del castillo un pozo donde se pudiera guardar agua para todo el año, pero nadie lo había logrado, porque el palacio estaba sobre una roca, y en cuanto se escarbaba la tierra de arriba, salía debajo la capa de granito.
El rey incluso había señalado que entregaría a su hija por esposa a quién resolviera dichos problemas.
Meñique y sus dos hermanos se interesaron por ir hacia dicho palacio aunque fuese para conocer a personas que tal vez le pudiesen dar algún trabajo.
Por el camino Meñique solía ir interesándose por todo lo que veía ó escuchaba y pese a las burlas de sus hermanos, se detenía e internaba en el bosque para averiguar lo que le inquietaba.
Descubrió primero un hacha, después un pico y por último una cáscara de nuez de donde salía a borbotones el agua clara. Guardó en su bolso tanto el hacha, como el pico y la cáscara de nuez encantadas.
Finalmente los tres jóvenes llegaron al Palacio y conocieron que ante las decepciones sufridas por aquellos que intentaban cortar el árbol sin lograrlo, el rey había dispuesto que todo el que fracasara en el empeño recibiría como castigo que le cortaran las orejas para enseñarle a conocerse a si mismo y a ser modesto, que es la primera lección de la sabiduría.
No obstante la advertencia planteada por el rey, los dos hermanos mayores de Meñique intentaron cortar el árbol pero no pudieron. Entonces les fueron cortadas las orejas.
Meñique se dispuso a encarar el reto. El rey se opuso. y dijo que quitaran a ese enano de ahí, pero éste sin inmutarse le respondió: “Señor rey, tu palabra es sagrada. La palabra de un hombre es ley, señor rey. Yo tengo derecho por tu cartel a probar mi fortuna.”
El rey no pudo negarse, aunque le advirtió que si no lo lograba además de las orejas le cortaría la nariz. Meñique con el empleo del hacha pudo hacer trizas el árbol. Después también con el pico cavó el pozo y finalmente con la nuez llenó dicho pozo con el agua deseada.
Pese a ello el rey estuvo remiso a entregarle como premio a Meñique a su hija y entonces quiso ponerle otra prueba muy difícil: la de vencer a un gigante que se hallaba en el bosque.
Meñique aceptó el nuevo reto y fue al encuentro del gigante a quién venció con el empleo de la inteligencia. Finalmente regresó al Palacio teniendo como criado a dicho gigante.
Aún así la princesa puso condiciones para aceptar que Meñique fuese su esposo y lo sometió a otras pruebas que el diminuto personaje igualmente con inteligencia alcanzó a vencer.
Fue así como no sólo se casó con la princesa sino que después de muerto el rey asumió el gobierno y mandó tan bien, que sus vasallos nunca quisieron más rey que Meñique ya que no tenía gusto sino cuando veía a su pueblo contento, y no le quitaba a los pobres el dinero de su trabajo, para dárselo, como otros reyes, a sus amigos holgazanes, o a los matachines que los defendían de los monarcas vecinos.
En la parte final de este cuento se reflejó una gran enseñanza para los niños y jóvenes lectores de La Edad de Oro, al hacerse la siguiente reflexión en torno a lo que significaba ser bueno: “Bueno tenía que ser un hombre de ingenio grande, porque el que es estúpido no es bueno, y el que es bueno no es estúpido. Tener talento es tener buen corazón, el que tiene buen corazón, ése es el que tiene talento. Todos los pícaros son tontos. Los buenos son los que ganan a la larga…”
Este cuento, incluido por Martí en la primera edición de La Edad de Oro, presenta además como gran enseñanza que el saber vale más que la fuerza y también la trascendencia de ser bueno.
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