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Rearme japonés

20 de mayo de 2015

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Durante años Estados Unidos mantuvo atado a Japón para evitar el rearme del que fuera su enemigo durante la Segunda Guerra Mundial, y contra el cual había escrito uno tras otro genocidios, sobresaliendo las dos únicas bombas atómicas lanzadas contra ciudades japonesas, (Hiroshima y Nagasaki) y el primer bombardeo con napalm sobre una urbe, la bien poblada capital, Tokio, donde se calcula murieron calcinadas unas 140 000 personas, cifra que superó la de los golpes nucleares en sus primeros momentos.
Siempre he pensado que ni el pueblo ni las autoridades japonesas –no importan los tiempos que corran- olvidarían tal crimen, aunque sí sirvió para desarrollar el espíritu pacifista, cuestión reflejada en su Constitución y que EE.UU. pensó mantener, con el fin de evitar el rearme nipón.
Tal como con Alemania se utilizan otros medios y modos para llegar a lo mismo, Tokio ha aprovechado la presencia militar norteamericana en su territorio y la confrontación con China a fin de emprender el tortuoso camino, con serios intentos del actual gobierno de reformar la Carta Magna y lograr el acceso del país a medios bélicos ultramodernos de combate, y no presuntamente defensivos como hasta el presente.
Veamos lo que dice el Artículo 9 de tal constitución:
1.-Japón renuncia para siempre a la guerra como derecho soberano de la nación y a la amenaza o el uso de la fuerza como medio de resolver disputas internacionales.
2.-A fin de cumplir con lo anterior, no se mantendrán fuerzas de tierra, mar y aire, así como otras de potencial bélico.
Sin embargo, con la profundización de la Guerra Fría y el avance del movimiento comunista en Asia, tan temprano como 1954, el general MacArthur presionó a Japón para que revisara su interpretación de ese Artículo, argumentando que no prohibía a Japón contar con “Fuerzas de Autodefensa”.
De este modo se dio inició a un largo y gradual proceso de ampliación de las facultades militares que la constitución supuestamente dejó abiertas a Japón. La primera, por supuesto, tenía que ver con la reinterpretación de la renuncia a la guerra y al uso de la fuerza que proclama la constitución. Se ha impuesto desde entonces la tesis que dice que dicha renuncia se refería exclusivamente a la guerra ofensiva más no al derecho de Japón a defenderse ante un ataque.
En adelante, la creación de fuerzas terrestres, marítimas y navales de “autodefensa”, bajo el control del Ministerio de Defensa desde el 2007, ofrecieron las condiciones para convertirlas en cualquier momento en fuerzas ofensivas de gran poder, sobre todo si se tiene en cuenta que cuentan con la última tecnología en armamentos y equipos para un combate “defensivo”.
Y como reflejo de los nuevos vientos que soplan, desde el 2005, existe una propuesta de modificación de la Constitución de 1947, que, si bien mantiene el “espíritu pacifista”, incorpora todo lo avanzado en el proceso de ampliación de las posibilidades bélicas de Japón, incluyendo el desplazamiento de fuerzas al exterior, en abierta violación del supuesto carácter defensivo de las fuerzas armadas japonesas.
Como indicamos anteriormente, la rivalidad con China había provenido tanto de Estados Unidos como de Japón, y a ello se suma la de ambos con la República Popular Democrática de Corea, poseedora del arma nuclear, a manera de disuasión, afirma, ante el peligro de una agresión norteamericana.
El anterior problema se avivó, por la pertenencia de unas pequeñas islas al noreste de Taiwán. Tanto China como Japón reclaman derechos soberanos sobre los islotes (llamados Diaoyu por los chinos y Senkaku por los japoneses) y exponen los antecedentes históricos de esos derechos.
Cuando estos antiguos enemigos de guerra restablecieron relaciones diplomáticas en 1972 y suscribieron un tratado de amistad en 1978, acordaron dejar para el futuro la solución de sus diferencias sobre este problema territorial. Sin embargo, Japón, actuando unilateralmente, se embarcó en el proceso de compra de algunos de los islotes en disputa, llegando a un acuerdo con su propietario privado y anunciando su posterior nacionalización, es decir, su incorporación como territorio japonés.
Se argumenta que las razones para la iniciativa japonesa que provocó este conflicto internacional tienen que ver con la presencia de petróleo y la necesidad que Japón tiene de este recurso. Pero más allá de los motivos económicos, este conflicto expondrá el comportamiento de fuerzas con intereses contrapuestos en esa parte de Asia.
Es importante resaltar que China es el país con el que Japón tiene más comercio,  y Tokio es el principal inversor extranjero en territorio chino. Sabiendo, además, que Beijing tiene una de las fuerzas armadas más poderosas del mundo, ¿con qué cuenta Japón para respaldar sus acciones?
Y es que, como indicamos antes, la fuerza de presión de todas estas modificaciones ha sido Estados Unidos, el primer interesado en contar con un fuerte aliado militar en Asia, para servir de contrapeso y contención a China y Corea Democrática. Ya había hecho algo parecido, apenas concluida la Segunda Guerra Mundial, cuando priorizó la recuperación de Alemania, por encima de los otros países, incluyendo sus aliados Inglaterra y Francia.
El imperialismo norteamericano consideró que sólo una Alemania fuerte era capaz de hacer frente a la “amenaza” comunista en Europa, cuya parte oriental había instaurado regímenes de Democracia Popular aliados a la lamentablemente desaparecida Unión de República Socialistas Soviéticas.
Y es aunque parezca otra historia, esta se liga con lo que se puede considerar ya el rearme japonés, como parte intrínseca a la actual estrategia norteamericana de dominación.

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