Caldos de cultivo terroristas
8 de mayo de 2015
|Eso que llamamos terrorismo o lo que pueda parecer que es, no surge así inopinadamente, ni porque agencias de inteligencia occidentales, amamantadoras naturales, se dediquen a crearlo y se aprovechen de ello.
Sin dudas, el factor principal que lo genera es la pobreza y no entes que lo manejan para fines propios y violatorios de los derechos humanos.
En este contexto, Wang Ming, enviado especial de la República Popular China a las Naciones Unidas, destacó hace unos días la necesidad de eliminar la pobreza para erradicar los extremismos, cuestión que comprendemos perfectamente, al saber que esa nación socialista asiática está luchando para eliminar la grandes diferencias que se producen mediante la reforma y apertura al exterior, que la ha puesto en la cúspide de la economía mundial.
Sus enemigos han aprovechado todo tipo de desnivel económico para tratar de soliviantar pugnas entre las minorías, exacerbación de sentimientos religiosos y penetración en estratos de la sociedad, principalmente el estudiantado.
Y es que los esfuerzos para combatir el terrorismo y el extremismo violento no deben adoptar una doble moral y mucho menos vincularlo con grupos étnicos o religiones específicas.
Por eso, Wang llamó a la comunidad internacional a unirse y realizar esfuerzos conjuntos para combatirlos y usar todos los medios necesarios a fin de cortar su fuente de financiamiento, considerando finalmente que “solo a través de la comunicación y el diálogo podrán las diferentes civilizaciones, culturas y religiones disolver los malentendidos y coexistir en armonía”.
La posición china es boicoteada en la práctica por quienes se dedican a agitar las diferencias entre civilizaciones, culturas y religiones, y que, lamentablemente, tienen éxito en gran parte del mundo.
Y aunque hay otras causas que explican el terrorismo, la miseria generada por un sistema económico y el empobrecimiento son dos formas de aterrorizar a la población, al provocar la esclavitud y la explotación laboral.
Bajo el terror del hambre y de la miseria generalizada, la supervivencia y el miedo a la vida propia obligan a millones de personas a aceptar unas condiciones de vida y de trabajo que están claramente en contradicción con el derecho a la dignidad y a la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Los inmigrantes económicos, millones de personas en todo el planeta, son víctimas de un desplazamiento forzado.
Ese terrorismo, que afecta a la mitad de la población del planeta, no recibe ninguna atención prioritaria por los gobernantes que podrían evitarlo fácilmente. Pero un profundo sentimiento racista de superioridad convierte a esa población en “daños colaterales”, como se puede apreciar en el caso de los africanos que tratan de huir a Europa.
Las acciones de Al Qaeda y el Estado Islámico, ambas con promoción directa e indirecta de Estados Unidos, no pueden calificarse en modo alguno de propias de una guerra, sino que es terrorismo puro.
Aunque estén sus combatientes armados como si fuera un ejército, el objetivo de sus acciones es terrorista, sea por geofaguismo o venganza religiosa, porque la mayor parte de las víctimas son civiles inocentes.
En realidad, son pretextos para respuestas militares desproporcionadas, y ahí están los ejemplos de las fracasadas guerras imperiales en Iraq y Afganistán.
La llamada “guerra al terror”, causante de las invasiones de esos dos países, no ha hecho sino incrementar esa actividad.
Los datos objetivos y los hechos son evidentes: el terrorismo no ha disminuido después de las invasiones imperialistas, más bien todo lo contrario, porque sus reales autores están ligados a quienes promocionan los conflictos y son responsables generalmente de fomentar sus caldos de cultivo.
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