Adolescentes irresistibles
2 de mayo de 2015
|Con la revista elegida en la mano, buscó el banco preferido. Las ramas del árbol lo cubrían del sol y los gorriones no molestarían, andaban en búsqueda de la merienda. Encontró la sección favorita, la de los temas internacionales y bajo el epígrafe “Oriente Medio”, inició la lectura. Al placentero sonido de las ramas movidas por la brisa, pronto se unió el causado por el chachareo de dos adolescentes apoderadas del resto del banco. Por el uniforme y la hora, el anciano concluyó que eran un par de escapadas de clase. Se le detuvo el regaño en la garganta al recordar los números de su última toma de presión sanguínea. Vino al parque en busca de paz y solo entraría en las guerras narradas por el comentarista leído.
Imposible la concentración. Las agudas voces de las muchachas, atravesadas en el asalto a una aldea. Erizado primero el sistema auditivo, tambaleante la zona cerebral al recibir aquellas palabras, dócilmente las trasladó al lenguaje del educado anciano, en evitación de que el corazón sufriera una paralización por el susto.
Después que el envejecido cerebro se adaptó a la velocidad vocal, a las oraciones encaramadas unas en otras, más o menos logró una traducción, aunque los nombres de artistas o novios y títulos de canciones fueron sustituidos por letras del alfabeto ya que en ningún hemisferio craneal aparecieron archivados iguales o similares:
El último fichurín de A y B están… (Sonido de guá, guá, guá). Porque ella se cambió el look. El pelo verde le queda mejor que el rojo. Ella está usando las lentillas verdes. Y se aumentó las nalgas. ¡Ay, si yo pudiera inyectarme silicona en las mías! A la hija de una amiga de mi mamá, allá afuera le inyectaron más silicona en una nalga que en la otra. (Sonido de guá, guá, guá). Esta Matemáticas está terrible, peor que la del año pasado. El domingo voy a una piscina, pero no puedo invitar a C. porque mi padre me dijo que no le pagaría la entrada como la otra vez y él no tiene ni un c.u.c. Fallaste, chica, hay que buscarse novios con clase. Pero todas me lo envidian porque él está tan lindo con esos músculos y son de verdad porque ni una hora de gimnasio puede pagarse y menos una inyección de aceite.
El anciano cerró el periódico. Estaba avergonzado. A ese parque llegó en huída de los regaños de la esposa. Lo acusaba de perseguir con sus críticas a los nietos con expresiones repetidas. Que si en su tiempo esto o lo otro. Los atormentaba. Y ella insistía en que los muchachos eran buenos estudiantes, conformes con lo que se les daba. Se vestían a la moda sin caer en los extremos, cantaban y bailaban con músicas de ritmos acelerados porque esa era ¡su música! Hablaban demasiado alto y, a veces, se les iba una palabra incorrecta. Pero decían lo que pensaban, ayudaban a los compañeros en los estudios, respetaban a los mayores y, sobre todo, tenían esperanza en el futuro y en ellos mismos. ¿Qué más se les podía pedir?
Al pasar por al lado de la esposa, el anciano canturreó un ¡bailando, bailando!, aunque no se atrevió a intentar el movimiento. Sonriente, ella captó el mensaje conciliatorio de generaciones.
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