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Neoliberalismo a lo “americano”

13 de febrero de 2015

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El mundo actual sigue estando controlado por las políticas neoliberales, esa amalgama de mala globalización que empezó golpeando fuertemente en América Latina, región en que, paradójicamente, el oneroso sistema recibió luego los más fuertes rechazos.
Cuando en el título nos referimos a lo “americano”; es porque ese neoliberalismo se refleja indistintamente según en la región del mundo donde se  implante, siempre con esa propaganda en la que se enaltece un crecimiento que no refleja lo dispar de la situación real.
Según el neoliberalismo, la estabilidad monetaria y fiscal debe ser la meta suprema de cualquier gobierno, lo que requiere poner un límite a los gastos que benefician a la mayoría insolvente y las intervenciones económicas del Estado con fines sociales.
Para todos los fines prácticos, el capitalismo empieza a operar a modo de un socialismo corporativo: socialismo de facto para el capital, es decir, el Estado puesto al servicio suyo, mientras el resto de la sociedad se las tiene que ver con el salvajismo capitalista. Como apuntara  el catedrático universitario puertorriqueño Carlos Rivera Lugo, “es el fin del capitalismo como se había conocido bajo el neoliberalismo”.
Así se llega a una nacionalización que da la bienvenida a lo que el economista norteamericano Nouriel Roubini denominara la Unión Socialista Soviética de América, pero con la advertencia de que es “un socialismo para los ricos y Wall Street… donde los beneficios son privatizados y las pérdidas socializadas”.
Por eso, digo, ninguno de esos banqueros u hombres de negocios se suicida, como sí ocurrió en la crisis de 1929, porque tienen resarcimientos y ganancias garantizados a costilla del pueblo, además de que el estallido fue más grave con sus socios europeos, afectados por este fenómeno de la globalización de los mercados financieros.
Porque, y no hay que ser muy ducho para llegar a esta conclusión, las pérdidas en general de las instituciones financieras europeas a causa de la diversidad de la crisis en EE.UU, comenzando por la subprime, fueron mayores que en el lugar de origen. Es decir, todo un “embarque” orquestado por el capital financiero estadounidense.
Por suerte, esta situación no funcionó en la mayor parte de América Latina, donde Estados Unidos pretendió dictar cátedra sobre las condiciones imprescindibles para la existencia de un libre mercado, incluyendo la reducción de todo intervencionismo estatal en la economía, a fin de compensar las irracionalidades que surgen en esa esfera.
El nuevo siglo arrancó en América Latina con un sorprendente comienzo. El continente, que había sido un territorio privilegiado para el neoliberalismo y donde primero fue aplicado –en Chile y Bolivia–, se ha convertido rápidamente en el área privilegiada no sólo de resistencia, sino de construcción de alternativas al mismo.
Las décadas de 1990 y 2000 han sido radicalmente opuestas. Durante la primera, el modelo neoliberal se impuso en diversos grados en prácticamente todos los países del continente, si exceptuamos Cuba.
Clinton, que ni siquiera cruzó el río Grande para firmar el primer
Tratado de Libre Comercio de América del Norte, se vio obligado poco después a aprobar un superpréstamo de Washington cuando estalló en México la primera crisis derivada del nuevo modelo. Estados Unidos continuó presionando en pro de una Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), presentando tal iniciativa como el resultado natural de la extensión sin fisuras de las políticas de libre comercio.
En el encuentro de la Cumbre de las Américas celebrado en el 2000 en Canadá, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, fue el único líder que votó contra la propuesta formulada por Clinton de una ALCA, mientras que Cardoso, Menem, Fujimori y sus colegas aceptaron dócilmente la propuesta.
En ocasión de su primera Cumbre Iberoamericana, recordaba Chávez, el máximo dirigente cubano, Fidel Castro, le pasó una nota en la que había escrito: “Al fin, no soy el único diablo dando vueltas por aquí”. En el 2003, por consiguiente, Chávez –elegido presidente de Venezuela en 1998– asistió con cierto alivio a las investiduras de Lula en Brasilia y de Néstor Kirchner en Buenos Aires, antes de las de Tabaré Vázquez en Montevideo. en el 2004 y Evo Morales en La Paz, en el 2006, así como a las de Daniel Ortega en Managua y Rafael Caldera en Quito en el 2007, a la que siguió en el 2008 la de Fernando Lugo en Asunción. Entretanto, la propuesta de libre comercio estadounidense, que había sido casi unánimemente aprobada en el 2000, estaba muerta y enterrada en el 2004.
Los hechos posteriores, con mayor o menor ritmo, y algún que otro retroceso, como el golpe de Estado en Honduras, significó el rechazo al modelo neoliberal, solo presente en pocos países en este continente. Pero este es un tema para otro comentario.

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