Conducta
11 de diciembre de 2014
| |¿Puede una maestra salvar a un niño de los bajos fondos de la sociedad? ¿Cómo podrá inculcarle valores como la honestidad y la solidaridad si vive en un solar, con una madre drogadicta, y malviven porque el niño trabaja en un sitio donde ocurren peleas de perro?
La película de Ernesto Daranas fotografía el lado más oscuro de la sociedad, donde una niña no puede asistir a la escuela porque no tiene registro de identidad, y aquel otro debe trabajar para sostener la muy precaria economía familiar. En ese contexto también es posible que surja el amor entre los niños, que se rebelen ante las injusticias, que reconozcan de qué lado está el bien.
En tiempos en que los valores éticos no están de moda, la entereza moral de una maestra se alza para defender el derecho de sus alumnos a recibir educación. Ni la intolerancia ni los prejuicios la frenan, sabe que puede contribuir al mejoramiento humano y no duda en dar la batalla. Lo hace con palabras fuertes y claras porque “le gusta que suenen las palabras”. Y llega aquí el momento de aplaudir el desempeño de Alina Rodríguez, una actriz extraordinaria, cuyos roles en el teatro y la televisión le han valido numerosos elogios. Su Carmela conmueve hasta las lágrimas porque arroja destellos de esperanza, y uno al verla se debate entre el agradecimiento a los maestros que tuvo y en el deseo de que el ejemplo de esta mujer se multiplique a lo largo y ancho de la isla. Ojalá en la noche de clausura del Festival se alce con un Coral que reconozca su actuación muy meritoria.
Narrada linealmente, sin adornar cierta parte de nuestra realidad que duele mucho, la cámara revela el deterioro de la ciudad. Tal vez sean esas algunas de las razones de la impresionante reacción de los espectadores ante la película. Habría que añadir la contribución de los actores, todos, niños y adultos.
Como hace muchos años no sucedía, las colas de los cines de estreno para ver Conducta doblaban la esquina, los espectadores -sobre todo los más jóvenes- sentían la necesidad de verla en la sala oscura, no en la comodidad de la sala de la casa, porque era urgente el deseo de compartir las emociones con los otros. Los choferes de almendrones se asombraban ante las colas, es que los espectadores regresaban al cine para aplaudir esas imágenes duras, pero conmovedoras del país en que vivimos.
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