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La música y los compositores cubanos (II)

12 de septiembre de 2014

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Alejandro García Caturla

Damos continuidad hoy en nuestra sección al ensayo así titulado, el cual el crítico y musicógrafo español Antonio Quevedo publicó el 15 de septiembre de 1957 en una edición especial del “Diario de la Marina”, con motivo de cumplirse entonces 125 años de la fundación de tal rotativo habanero.


Los pioneros sinfónicos

Amadeo Roldán (1900-1939). Si la muerte no hubiera tronchado esta vida en plena madurez, Amadeo Roldán sería hoy el primer compositor sinfónico cubano, afirmación que no pretende aminorar ningún otro valor nacional. No es posible entrar aquí en detalles biográficos de su vida, intensa como la que más. En cuba dedicó muchos años al estudio de la música afrocubana, siendo el primer compositor que utilizó estos ritmos en la música sinfónica. De una vasta cultura en todos los órdenes, logró la notación sistemática de los instrumentos típicos cubanos. El haber llevado estos a la orquesta sinfónica, integrando con ellos una instrumentación de alta originalidad y raigambre cubana, es un logro que Roldán alcanzó por vez primera en Cuba. Su obra tuvo resonancia internacional, y famosos directores de música nueva se disputaron el estreno de sus obras. Su importancia como compositor es enorme, teniendo en sus manos un formidable instrumento de prueba, que fue la orquesta Filarmónica, dirigida por él desde 1932 hasta su muerte. Cuba tiene que agradecerle el estreno de la Novena Sinfonía, de Beethoven (febrero de 1933), con la Coral de Habana. Fundador del Cuarteto de La Habana, de los Conciertos de Música Nueva, de la Escuela Normal de Música (con César P. Sentenat), director del conservatorio Municipal de Música. Obras principales: ballets “La rebambaramba” y “El milagro de Anaquillé”. Obras sinfónicas: “Obertura sobre temas cubanos”, “Tres pequeños poemas”, “Tres toques”. Música de cámara: “Rítmicas”. Canto: “Danza negra”, “Motivos de son”, “Curujey”, etc., etc.
Alejandro García Caturla (1906-1940). Fue un autodidacta, puesto que, ni el maestro Pedro Sanjuán, que lo guió en sus primeros pasos por la composición, ni más tarde Nadia Boulanger en París, pueden, a justo título, llamarse sus maestros, y apenas sus consejeros. Nadia Boulanger ha dicho que las lecciones de instrumentación que dio a Caturla en París, más bien fueron para ella un aprendizaje, pues la invención armónica, los experimentos de timbres orquestales que a Caturla se le ocurrían en las clases, la dejaban asombrada, y que, en resumen, no llegó a saber cuál de los dos era el maestro y cuál el discípulo.
No sin razón dijo Baqueiro Foster, y lo ha comentado Adolfo Salazar, que en América había tres genios musicales: Villalobos, Silvestre Revueltas y Alejandro G. Caturla. Al autor de este ensayo le ha asustado siempre la palabra “genio”. Pero, alguna palabra hay que emplear para distinguir entre los compositores por estudio y disciplina, y los creadores por la gracia de Dios.
Caturla volvió de París más o menos como había salido de La Habana. Hay una diferencia radical entre Roldán y Caturla: Roldán fue un compositor “civilizado”; Caturla un “fauve”, un alucinado de los ritmos negros y de los timbres exóticos en la orquesta. Las melodías de Roldán fueron descubiertas en el piano, y a la mayoría se les ve su filiación, mientras que las de Caturla son dardos de luz que aparecen unas veces con inocencia angelical (“Berceuse campesina”, “Canciones para canto y piano”), otras veces desbordadas entre choques armónicos de feroz violencia. Para decirlo con un símil pictórico: son como figuras de Fray Angélico, transmutadas por Braque o por Dalí. Obras principales para orquesta: “Bembé”, dos suites cubanas, “La rumba”, “Obertura cubana”. Para coro: “Canto de los cafetales”, “El caballo blanco”; un cuaderno de canciones para voz y piano; obras para piano solo, etc.

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