Mario Bava: un cineasta que logra poner los pelos de punta
15 de agosto de 2014
| |Si el británico Alfred Hitchcock recibió el calificativo de Mago del suspenso, el italiano Mario Bava, nacido en San Remo hace un siglo: el 31 de julio de 1914, disfrutó hasta su deceso en Roma en febrero de 1980 el título de Maestro del miedo. Entre sus propuestas para este verano, la Cinemateca de Cuba ha programado en la sala Charlot de su sede capitalina, el cine Charles Chaplin, un ciclo conmemorativo de este centenario: “Mario Bava, director italiano de cine terrorífico”. Se inicia el viernes 15 de agosto a las 2:00 p.m. con “Caltiki, el monstruo inmortal” (“Caltiki, il mostro immortale”, 1959). Lo integra un total de diez películas —todas en calidad de estreno— de las veinticuatro que consiguió filmar con no pocas estrecheces económicas a lo largo de dos décadas.
Mario Bava, hijo de un escultor, si bien rodó media docena de frustrantes cortos artísticos a fines de los años cuarenta, poseía ya una sólida carrera como director de fotografía iniciada en 1943 antes de verse obligado en funciones de director de la segunda unidad, a terminar las películas “La batalla de Maratón” (“La bataglia di Maratona”, 1959), de Jacques Tourneur, y la citada Caltiki…, cuya dirección abandonó el veterano Riccardo Fredda —oculto tras el nombre de Robert Hampton—. Bajo otro seudónimo, John Foam, Bava integraba el equipo de rodaje como fotógrafo y responsable de los efectos especiales. Relata las fantásticas aventuras de un grupo de arqueólogos que al destruir con fuego un monstruo viscoso descubierto mientras investigan en unas ruinas mayas, ignoran que a partir de un fragmento este se multiplica cuando recibe cargas radioactivas del cometa que señaló el fin del imperio maya.
De inmediato, Mario Bava se situó detrás de la cámara para rodar su opera prima: “La máscara del demonio” (“La maschera del demonio”, 1960). En el cuento “Vij”, original del autor ruso Nicolai Gogol, acerca de una hechicera condenada a la hoguera varios siglos atrás, que regresa para vengarse de sus verdugos, descubrió las posibilidades de renovar el anquilosado tema del vampirismo. Al mismo tiempo, halló un vehículo para mostrar como una seductora bruja a la novel actriz británica Barbara Steele, de labios insinuantes, en sus maniobras para valerse de un médico, un muerto viviente y una descendiente con el fin de lograr sus propósitos. Fellini, siempre en busca de tipos físicos, convertiría pronto a la Steele en una de las mujeres que deambulan en torno al protagonista de su genial “8 ½”. La repercusión de “La máscara del demonio” por la estilización conseguida por Bava en los decorados, y apelar al uso del blanco y negro en aras de la atmósfera tenebrosa, lo elevó a la categoría de filme de culto.
Continuó su exploración de esta lucrativa vertiente en otra pieza magistral, incluida entre las mejores producidas en Italia en la etapa 1960-1987 por la reputada publicación “International Film Guide”, “Las tres caras del miedo” (“Tre volti della paura”, 1963), coproducción ítalo-francesa conocida también con el título anglófono “Black Sabbath”. Su trascendencia estriba en la diferencia de estilos empleada con destreza para narrar la trilogía de relatos que lo conforman: la versión en clave de cine negro de “El teléfono”, cuento del norteamericano F. G. Snyder, sobre la llamada anónima que detalla a una mujer la forma en que será asesinada, “Los Wurdalaks”, cóctel de vampirismo y amor loco con ciertas dosis de humor, inspirado lejanamente en una narración de León Tolstoi acerca del enfrentamiento de un viajero con un viejo para no convertirse en “wurdalack”, una suerte de vampiro, para sucumbir luego a los encantos de la hermosa nieta, y, por último: “La gota de agua”, ejercicio de terror psicológico que toma como punto de partida un cuento de otro escritor ruso, Antón Chéjov. En este caso, una enfermera experimenta las consecuencias del robo del anillo a una mujer a quien amortajó luego de su muerte durante una sesión de espiritismo.
No obstante ser su mejor productora, Galatea Film, Bava tuvo dificultades con “Las tres caras del miedo”: en algunos países no solo variaron el orden original de los episodios (“Los Wurdalacks”-“La gota de agua”-“El teléfono”), sino que los distribuidores internacionales decidieron cortar la presentación y el cierre concebidos por él nada menos que con Boris Karloff, ícono del cine de terror Made in Universal.
El conflicto enfrentado con los productores por Freda y Tourneur, sustituidos por Bava, no tardaría en afectarlo una y otra vez a lo largo de una carrera en la que probó fuerzas en disímiles géneros: el Peplum de moda entonces: “Hércules en el centro de la Tierra” (“Ercole al centro della terra”, 1961) conocido como “Hércules contra los vampiros”; el espionaje en “Operación miedo” (“Operazione paura”, 1966), por supuesto, con ingredientes aterradores —estos dos presentes en el ciclo—; el cine de aventuras (“Gli invasori”, exhibido en Cuba como “La furia de los vikingos”, 1961), el fantástico (“La frusta e il corpo”, 1963), y hasta el Western (“I Coltelli del vendicatore”, 1966) y la ciencia ficción (“Terrore nello spazio”, 1965). No todas alcanzan un destacable nivel cualitativo por cuanto en algunas prefirió refugiarse detrás de otro seudónimo: John M. Old.
Sin embargo, es en las variantes del thriller fantástico que encuentra el cineasta el filón a explotar, ante todo en un dueto consagratorio: “La muchacha que sabía demasiado” (“La ragazza che sapeva troppo”, 1963) y “Seis mujeres para el asesino” (“Sei donne per l’assasino”, 1964). En el primero, conceptuado como un título precursor del giallo italiano, una turista norteamericana, víctima de un asalto y una golpiza en Roma, es testigo de un crimen, si bien las autoridades no otorgan credibilidad a su testimonio. El segundo se centra en las revelaciones a través del diario de una de las modelos asesinadas en un salón de moda regenteado por una mujer y su amante.
Mario Bava aportó al cine fantástico una forma nueva y dio un impulso determinante a la producción europea del género. “Diabolik” (1968), fue la única película en que el productor Dino de Laurentiis puso a su disposición un presupuesto holgado con el propósito de que adaptara un cómic erótico de Angela y Lucana Giussani, muy popular en esa fecha. John Philip Law encarnó a un atractivo, educado y escurridizo ladrón inconforme con lo que le ofrece la vida mientras aguardan cuantiosas fortunas por alguien dotados de sus habilidades. Para muchos, este constituyó una auténtica sorpresa en medio de tantas películas que Bava se vio obligado a realizar limitado por el financiamiento. Afrontó escarceos con la censura, que prohibió “por exceso de erotismo” su película: “Quattro volte quella notte” (1970), antes de “Reacción en cadena” (“Reazione a catena”, 1971), en el cual pudo reunir a un reparto de notorias figuras: Claudine Auger, Laura Betti, Leopoldo Trieste e Isa Miranda para contar la historia de los crímenes originados por el asesinato de la propietaria de una mansión, reveladores de secretos familiares y la codicia reinante.
El sentido de la imagen por el cuidado del realizador a cargo de la cámara en puestas en escena cada vez más refinadas, son aludidas por los estudiosos de la filmografía de Mario Bava, que cerró con “Shock” (1977), programada para el miércoles 20 en la función de las 5:00 p.m. Se añaden el gusto por temas y símbolos psicoanalíticos (castración, incesto…), el erotismo subyacente que a veces deriva en cierta tendencia al sadismo y el morbo. Lamberto Bava, su hijo, pretende heredar —con menos fortuna y talento— el genio de su padre. Quienes asistan a este contacto estival propiciado por la Cinemateca de Cuba del 15 al 21 de agosto podrán comprobar por sí mismos la incuestionable pericia de Mario Bava para estremecerlos y aterrorizarlos.
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