¡Qué difícil es!
1 de julio de 2014
|Se me hace difícil pensar que Estados Unidos no esté detrás de la más reciente y grave parafernalia bélica que estremece el norte de Iraq y amenaza zonas vecinas, con la puesta en escena de una organización calificada como aun más terrorista que la red Al Qaeda, el Estado Islámico de Iraq y Siria, denominación esta última que los medios occidentales sustituyen erróneamente por Levante, algo absurdo, subrayo, porque incluiría una región que abarcaría hasta el Extremo Oriente asiático.
Tal es el entuerto que el presidente Obama ha tenido que reconsiderar su política oficial de retirarse de Iraq, con la permanencia solo de tropas que tienen el fin de cuidar su búnker diplomático en Bagdad, para enviar 300 “asesores” que ahora actúan como observadores y guías de los ataques de los aviones sin piloto o drones, que tanto daño “colateral” hacen en cada incursión.
Por lo pronto toda esta situación ha servido para fortalecer a las tropas estadounidenses en la frontera con Jordania y rearmar a un ejército iraquí que improvisó antes de irse, el cual no ha podido evitar la ejecución de miles de personas y la fácil caída de importantes ciudades en manos de la nueva entidad, que amenaza con un continuado avance hacia la capital.
Se dice que el Estado Islámico de Iraq y Siria busca crear un estado independiente entre las fronteras de ambos países. De mayoría sunita radical, nació de la resistencia iraquí de las organizaciones Tawhid y Yihad, la cual luchó contra el ejército norteamericano en su agresión e invasión a Iraq en el 2003.
Sin embargo, ganó más poder durante la primavera del 2013, cuando se involucraron directamente en la agresión desatada por el imperialismo en Siria, recibiendo incluso apoyo financiero de Arabia Saudita y armas norteamericanas, que, paradójicamente, lo hizo enfrentar al Frente Al Nusra, que también tiene proximidad a Al Qaeda.
El avance fácil y el saqueo de bancos lo hizo crecer de forma desmedida -de 20 000 a 30 000 combatientes- que le ha valido el respaldo de mercenarios internacionales, principalmente musulmanes del norte africano, europeos y norteamericanos.
Pienso que con la entrada en escena del Estado Islámico de Iraq y Siria se resuelve en parte el “misterio” de las decenas de atentados indiscriminados que estremecieron a Bagdad y otras ciudades iraquíes con población predominantemente chiita.
Y digo en parte, porque no hay que ser adivino para entender que los verdaderos problemas que hoy sacuden a Iraq surgieron con la agresión del 2003 ordenada por George W. Bush, con antecedentes en la llamada Primer Guerra del Golfo.
DIVIDIR PARA VENCER
Dividir para vencer ha sido siempre el axioma imperial para prevalecer o dejar a un pueblo ensangrentado permanentemente. Con virtudes y defectos, el derrocado y ajusticiado por Estados Unidos presidente iraquí, Saddam Hussein, supo mantener la unidad del país.
No obstante, la amenaza del nuevo grupo sobre Iraq no sería tan grande si no contara con el apoyo de muchos sunitas, descontentos con el gobierno de Nuri al-Maliki, líder chiíta. Pero, ¿cuál es la razón para que el propio pueblo iraquí desangre a su nación, haciéndole el juego al imperialismo en la actual situación?
La división entre estas dos facciones musulmanas se remonta, según la historia, al año 632, fecha en la que el profeta y creador del Islam, Mahoma, murió. Antes de fallecer, había designado a su yerno, Alí, como su sucesor político y religioso.
Sin embargo, los altos mandos en La Meca tenían otros planes para el califato, por lo que Alí tuvo que esperar 30 años para asumir ese puesto.
Fue entonces cuando el pueblo se dividió, los chiítas apoyaron la legitimidad de Alí o cualquier descendiente directo de Mahoma, mientras que los sunitas requerían como líder a un hombre estudioso, justo y bueno sin la condición de que formara parte de la descendencia del profeta.
Actualmente, a esta guerra mística y milenaria se han sumado diversos intereses políticos y económicos, por lo cual las relaciones entre el Gobierno y la religión parecen tener un gran problema.
En el caso de los chiítas, sus líderes se caracterizan por mantener una gran independencia de los gobiernos iraquíes y generan una especie de sociedad aislada, lo cual les permite poseer cierto poder. Todo lo contrario pasa con los sunitas, quienes dependen de la economía estatal y de las decisiones del Gobierno central, y sus líderes evitan interferir en aspectos políticos.
Esto revela la hipocresía de la denominada “guerra global contra el terrorismo” dice la publicación Global Research, que deplora que el apoyo de todo tipo de Turquía, Qatar, Arabia Saudita e Israel se mueva en permanente consulta con la Organización del Tratado del Atlántico Norte y el Pentágono.
Por eso, en este contexto, hay que evaluar el desborde terrorista en el norte de Iraq y el control que ejerce el grupo a lo largo de la frontera sirio-iraquí, así como el manejo de la inteligencia norteamericana de una situación que puede llevar a la partición del país y a lograr el anhelado total control por EE.UU. de las riquezas energéticas no solo de la sufrida nación, sino de toda la región.
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