Triste realidad
27 de junio de 2014
|Bangladesh atraviesa desde principios de año uno de los momentos más violentos desde su sangrienta independencia, con la muerte de varios centenares de personas y detenciones de miles que se oponen al gobierno de la Liga Awami (LA), ganadora de elecciones en las que concurrió sin la asistencia del principal partido de oposición, el Partido Nacionalista de Bangladesh (PNB).
Pero la violencia ya persistía desde que el gobierno de la primera ministra Sheij Hasina creara un tribunal especial para juzgar los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la guerra de 1971, en la que Bangladesh se independizó de Paquistán, del que hasta entonces era su región oriental. Así, octogenarios líderes islámicos y dos del PNB fueron condenados a penas de muerte y prisión.
Asimismo, un tribunal ilegalizó al principal partido islámico, el Jamaat-e-Islami (JI), aliado tradicional de PNB, que encabeza Jaleda Zia, por considerar que se trata de un partido religioso que no reconoce al pueblo como la fuente del poder y que espolea la división entre comunidades.
Hasina y Zia, ambas pertenecientes a dinastías políticas, se han alternado en el poder en las últimas dos décadas y son acérrimas enemigas.
Diarios occidentales coincidieron en afirmar que esta violencia empaña los presuntos logros del país asiático en desarrollo humano en los últimos cinco años, en especial en alfabetización y mortalidad infantil.
Pero la verdadera preocupación de Occidente es la afectación a la industria textil, que proporciona trabajo a cuatro millones de bangladeshíes y vendió al exterior 21 520 millones de dólares, el 79 % de sus exportaciones, en el 2013.
Y es que la segunda nación más productora de textiles, luego de China, tiene su principal fuente de ingresos en manos de compañías europeas y norteamericanas, que tardan mucho para compensar magramente a víctimas y familiares de derrumbes en frágiles e inadecuadas fábricas
En la desgracia que ocurrió en Rana Plaza (a 29 kilómetros de Dhaka, la capital), donde perecieron más de mil trabajadores, el edificio se vino abajo, debido a que se abrieron muchas y amplias grietas en las paredes y en los tejados, aperturas que habían aparecido paulatinamente hasta entonces y que habían sido denunciadas por los propios trabajadores. Sus avisos fueron ignorados por el propietario del edificio, Sohel Rana, uno de los dirigentes de la gobernante Liga Awami, aunque igual responsabilidad tuvieron las corporaciones extranjeras, principalmente estadounidenses, que explotaban la producción.
Pocos días después del colapso de la fábrica, 20 000 trabajadores de fábricas cercanas a la que se derrumbó salieron a las calles para protestar, a lo que la estructura de poder que gobierna Bangladesh respondió con una mayor represión.
Pero existe otra forma de represión –que apenas ha salido en los medios- dirigida por las grandes corporaciones textiles extranjeras que, aliadas con las élites gobernantes del país, sostienen un sistema basado en una enorme explotación.
Es la gran industria certificadora (que maneja 80 000 millones de dólares) que trabaja para esas compañías textiles. Ella protege a los entes extranjeros, defendiéndolos legal y mediáticamente, minimizando cualquier daño.
Y es que detrás de cada corporación (sea textil o no) existen compañías de certificación que intentan trivializar los costes (incluyendo los de imagen) que estos desastres suponen para las compañías.
Por lo anterior, no se puede creer en frías cifras de avance, proporcionadas por los principales medios de información que las achacan a la “ayuda” que proviene de la explotación liderada por las compañías extranjeras y el patrocinio de la oligarquía local.
Sería muy extenso analizar sucintamente las causas de la pobreza en Bangladesh, pero hay que destacar que no es por falta de recursos, sino por su control. Es decir, no es un país pobre, aunque la mayoría de la población lo sea.
Cuando usted vaya a comprarse una camisa o cualquier producto textil, mire donde está hecho el producto. Verá que la gran mayoría procede de países mal llamados pobres, porque tienen en general grandes cantidades de recursos, aunque controlados por intereses financieros y económicos extranjeros, donde los seres humanos que los producen viven y trabajan en condiciones misérrimas. Uno de ellos es Bangladesh.
Este país es sumamente rico. Su tierra, extremadamente fértil, puede producir suficiente alimento para poder satisfacer las necesidades nutritivas de una población veinte veces superior a la actual.
Y a pesar de ello, la mayoría de sus 161 millones de habitantes, y muy en particular los que viven en las zonas rurales (82%), están malnutridos, con amplios sectores experimentando hambre.
No es, pues, la falta de recursos la causa de su pobreza, sino el control de estos, subrayo. El 16% de los propietarios de tierra controlan el 60%, la cual cultivan para producir alimentos que se exporta a los países llamados “desarrollados”.Esta casta de terratenientes se alía y está al servicio de compañías agropecuarias extranjeras que dirigen la explotación de la tierra, (es decir, lo que se produce, cómo se produce y cómo se distribuye.
El fin de esta situación es imprescindible para que haya verdadera justicia, por lo que se requiere de una unidad – lamentablemente, cada vez más en precario- para comenzar a eliminar la triste realidad de hoy en Bangladesh.
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