Yaíma Sáez: Cancionera en altura
25 de junio de 2014
|Fotos: Alexis Rodríguez
“Yaíma nos trae un eco dorado de lejanía del siglo pasado que debería perdurar indeleblemente en el alma y los oídos de las presentes generaciones”.
Luis Carbonell
Dicen que al inicio Grisell Bejarano, su mamá, se opuso a la idea y hoy— ¿resignación musical?— se desborda de orgullo y nerviosismo cuando la ve actuar. Yaíma Sáez tiene una voz poderosa y por ese motivo la música (cazadora de primera calidad) “la arrancó” de la Cultura Física en la especialidad de Psicología.
Tenía 26 años cuando escogió el camino de la interpretación y desde entonces se nos presenta serena y volcánica sobre el escenario. A Camagüey le agradeceremos siempre tener a una de sus hijas en las filas de la música cubana. Por ley divina este retoño camagüeyano se fue de casa para convertirse en una artista nacional, cuando el tiempo se lo permita, será una artista del mundo.
Muchos jóvenes intérpretes se sienten inconformes por la poca promoción de su música. ¿Sufres eso?
Para las personas que llevamos la carrera de solista hay menos espacios que para las agrupaciones o para los que defienden géneros como reguetón, salsa, timba…Quizás por ser más “populares” tienen más promoción en la radio o en la televisión. Hay menos espacios para los cancioneros, aunque se han abierto brechas con artistas como Ivette Cepeda, Waldo Mendoza. Algunos programas dedican más tiempo a solistas como yo, pero se necesita mucho más.
Tú asumiste el “riesgo” de entrar a la música como solista. ¿Por qué no lo hiciste con una agrupación o hasta con otro tipo de género?
Sería un error si me lo hubieran propuesto. No me gusta lo mismo. Me gusta marcar la diferencia y quizás por eso decidí también ser solista, que es un camino de muchos obstáculos, más engorroso. Pero se disfruta cuando ves los resultados en el público.
¿En qué circunstancias llegaste desde Camagüey hasta La Habana?
Yo vine definitivamente para La Habana en el 2006, pero un año antes estaba intentando que me dieran el aval de profesionalidad, pero estaban cerradas las audiciones para eso. Ya conocía al maestro Luis Carbonell y, de fresca, vamos a decirlo así, fui a su casa y le pedí ayuda. Por esas cosas lindas de la vida, a partir de Carbonell se me hizo la prueba, como caso excepcional, y se me dio la oportunidad de pertenecer al catálogo del bar El Gato Tuerto.
¿Pero quién te dijo que el maestro Carbonell podía ayudarte?
Fue Servando Vázquez, un amigo de Camagüey, quien me invitó ir hasta la casa del maestro. Pensé que iba a ser más protocolar el encuentro, pero no, fue muy sencillo. Vi un hombre grande y muy riguroso. Ese encuentro, que pensé fuera de mucho glamour, se convirtió en una tertulia.
¿Cantaste en ese momento?
Sí, me hizo cantar a capella. Nerviosa, pero canté y le interesó mucho mi registro vocal. También me dijo que tenía que superarme. No era de hacer muchos halagos, era muy objetivo y concreto.
¿Nadie en la familia se opuso a tu decisión?
Sí, cómo no. Mi mamá no quería. Soy hija única, ya sabes. Pero siempre he sido un poco fuerte en el sentido de tomar una determinación en mi carrera.
¿Y ahora?
Vive orgullosa. Ha visto que uno va teniendo resultados.
¿Cantas lo que quieres?
No es tan absoluto. Siempre he sido muy receptiva en escuchar consejos y de preguntar. He tenido la suerte de estar cerca de excelentes artistas y grandes seres humanos que me han asesorado. Me ha tocado trabajar con muchas personas y de todos aprendo. Una carrera como esta no se hace sola, es también de un equipo bien pensado.
¿A quién siempre te ha gustado escuchar?
Por no ser una artista de academia me he tenido que esforzar mucho. Por eso trato de escuchar mucha música. Al inicio me guiaron por lo mejor: Omara, Elena—para mi la voz más importante del siglo XX—, entre otros. Y por la parte internacional el mejor referente es Ella Fitzgerald, para mi es una cátedra.
Muchos encuentran similitud entre tu voz y la de Elena Burke, ¿te incomoda la comparación?
El hecho de que te comparen o te digan que tienes puntos de contacto con el timbre de Elena, para mi es un reto. Uno tiene que hacer su propio estilo y en que en algún momento digan: no, esa no es Elena, es Yaíma. Me ofendería si no supiera alcanzar mi estilo.
El propio Luis Carbonell decía que los jóvenes de hoy no tienen a un repertorista que los ayude. ¿Cómo superas ese problema?
Ahora que él no está tengo que buscar personas que me ayuden. Las tengo. Cuando él estuvo no lo sufrí. Conté con su ayuda en muchas ocasiones. Aprendí de todo eso y logro tener una apreciación de qué puede ser o no. Pero sí, hoy nuestro país adolece de ese personaje tan importante. También el repertorista debe tener una cultura amplia, no se trata de “montar” un tema, sino trabajar la voz, la apariencia…
¿Qué es lo que más te molesta de la música que hacen algunos jóvenes hoy en Cuba?
Los caminos fáciles y trillados. Cuba es una isla musical y eso nos compromete. Debemos contribuir al desarrollo musical de nuestro país. No se trata de hacer lo mismo de hace cien años y si lo haces que sea de una manera atractiva. Es un tema muy polémico. En mi caso me gusta la música comercial pero no cursi. Hay temas que no son ni comerciales, sino mediocres. Y entonces, nuestro mercado cubano—si lo hay— se nutre mucho de eso.
Si esa forma de pensar perdura y más adelante te causa problemas, ¿cambiarías de opinión?
¿Quién te dijo que no me ha traído problemas? (Se ríe). A eso que me preguntas lo llamaría “hacer concesiones”.
No me gusta hacer concesiones, aunque quizás muera pobre o en el anonimato. El tema del anonimato no me preocupa, es mejor estar en lo que tú te sientas bien, que a veces, no es estar bien con un público mayoritario.
Pero pienso que el público cubano puede hacer cambios revolucionarios y no vender lo mismo de la música, eso que viene en el paquete: el tabaco, la mulata y el ron. La música nuestra es mucho más que eso. Ahí está Omara, los Van Van, entre otros, que defienden la música cubana con tremenda dignidad en el mercado verdaderamente fuerte. No estoy hablando de las plazas de Italia, giras europeas, ni nada de eso.
Apartémonos de la mujer que canta. Fuera del escenario, ¿eres introvertida?
No introvertida y sí un poco tímida. Cuando encuentro a un grupo de personas sociables me da por abrir un diálogo, cuando no es así no hablo mucho. Igual no soy muy habladora.
¿Lo haces para cuidarte la voz?
No. Déjame aclararte eso, porque si me oyen algunas amistades dirán que tengo la cara dura. (Se Ríe). Cuando estoy en círculo íntimo sí hablo mucho y por teléfono más.
Dicen que los hijos únicos son un poco egoístas, ¿tú lo eres?
(Se Ríe). Sí soy una persona egoísta. Con las personas que quiero mucho soy celosa y uno de mis defectos es ese y a veces lucho con él.
¿Y la relación con tu mamá, por ejemplo, cómo es?
Es una relación muy especial. Somos amigas, hermanas. Nos contamos todo y es por eso que ella siente tanto la ausencia y yo también.
Cuándo te vio cantar por primera vez, ¿qué pasó?
Ella se muere de miedo porque le parece que se me va a ir “un gallo”. (Se Ríe). Pero está muy orgullosa y es una de las críticas más grandes que tengo. Siempre está arriba de mí, exigiéndome lo mejor.
Te queda mucho por hacer…
¡Ufff!, un montón. Estoy pensando muchas cosas…
Por ejemplo…
Formar un grupo que tendrá una sonoridad inusual, por la presencia del chelo. Aunque Liuba María Hevia lo utiliza algunas veces en sus conciertos. Ya tenemos a los músicos y queremos estrenarnos en septiembre en Camagüey, donde ofreceré dos conciertos.
Ya has cumplido varios sueños, pero ¿cuáles son los que te faltan?
Ay, me faltan muchos. Por ejemplo, cantar con una orquesta sinfónica un aria de ópera, actuar en algún teatro de Broadway. Y no me gusta que me encasillen. Empecé en un festival de boleros y mucha gente me dice “la bolerista” y no soy eso nada más.
¿Cómo qué te presentamos entonces?
Cancionera o intérprete.
¿Hay algún artista con quien quisieras cantar en específico?
Con Pablo Milanés y Silvio Rodríguez.
¿Y fuera de Cuba?
Ay, chico, qué pretenciosa. (Se Ríe). Aunque no lo creas, con Madonna. Porque la considero un espectáculo sobre el escenario.
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