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“Más difícil tocar con los Muñequitos de Matanzas que con la Filarmónica de Moscú”

17 de junio de 2014

Tomado de cubadebate
Por: Alejandro Ramírez Anderson, Mónica Rivero

Cercana a su cuarto año de andanzas por calles cubanas, dentro y fuera de la capital, la Gira por los barrios llega a Holguín, con dos propósitos. Por un lado llevar a efecto el acuerdo sellado hace años entre Silvio Rodríguez y Frank Fernández de presentarse en Mayarí, donde naciera el pianista; y por otro, hacer acto de presencia solidaria en Nicaro en un momento dramático –lo calificara Silvio– en que las circunstancias dieron al traste con la promesa niquelífera, de dimensiones mucho más que económicas para el alma de ese pueblo de Oriente.

En vísperas del concierto en Mayarí –primero de tres a celebrarse en Holguín– intercambiamos con Frank Fernández, esta vez a propósito de su doble condición de anfitrión e invitado.

Esta será la tercera oportunidad que participa en conciertos de la Gira por los barrios, próxima a su cuarto aniversario. ¿Qué opinión le merece este proyecto?

La Gira por los barrios me parece un acto característico de la vida de Silvio, de su altruismo, de su consideración de la utilidad del arte en el mejoramiento humano, al llegar con el mayor cariño a lugares con menos condiciones. Es algo que ya se insertó en la historia –no solo cultural– humanista de nuestro país; del humanismo que sembró Fidel, que sembró Martí. Todos los que somos martianos –y Silvio lo es– creemos que esa es la mejor manera de encontrar la felicidad.

Es la continuidad de otras acciones suyas como son las visitas a las universidades, a las cárceles… Pero me parece que la Gira por los barrios tiene el encanto particular, el buen sabor de cubanía de hacerlo en medio de la calle, al aire libre con todos los inconvenientes que eso implica para el trabajo nuestro (porque un músico necesita un mínimo de elementos acústicos) y, sin embargo, Silvio y las personas que colaboran con él se someten a estas dificultades.

Pero de cualquier manera el premio, la gratificación que él recibe… porque en esos dos conciertos que compartí con él como invitado –Pogolotti y Atarés– ¡yo me sentí tan bien! La gente pedía más música. Y resulta significativo eso tratándose de un concertista en barrios donde sabemos que los estados económicos son los más bajos, y son los de menos acceso a los grandes espectáculos, las grandes orquestas, y hay también una falta de entrenamiento y posibilidades de ir a los recintos donde se hace un arte de grandes valores culturales.

Lo que pasó en Atarés, ese aplauso continuado, ese Quiéreme mucho cuando Niurka tocó conmigo la famosa y paradigmática pieza de Gonzalo Roig, fue una demostración de la musicalidad del pueblo cubano, de un espíritu de complicidad: eso es más que el agradecimiento.

Me enorgullece ser un colaborador del maravilloso proyecto de la Gira por los barrios y ser además el anfitrión en esta ocasión en el pueblo que me vio nacer (Mayarí); un pueblo de las mejores tradiciones desde el punto de vista musical. Cuando el son se explayó en la república de Cuba se habla mucho de Santiago (de Cuba), pero no es casual que el Chan chan de Compay Segundo termine en Mayarí.

Celebro en Silvio el comprender la grandeza, la generosidad, la nobleza, la sabiduría de esa gente.

Además, Silvio con esta Gira está combatiendo, casi solitariamente, el embrutecimiento que se le está dando a estas generaciones con expresiones realmente retrógradas –por cierto, disfrazadas de modernas y buenas para la juventud–. Silvio está en el vórtice, en el medio del volcán, transmitiendo con su trabajo, con su gran talento, la verdad de que muchos de nosotros estamos en desacuerdo con perecer en la barbarie artístico-musical que está en punta en estos momentos. Y está llegando al mismo corazón de la gente, a los lugares de a pie, con un arte de primer nivel.

¿Cómo asume su interpretación ante un público popular, en una calle?

Yo me enfrento al público popular con cierta tensión, con cierta preocupación, con cierta interrogante: ¿Cómo lo van a recibir? Es lógico que esperen con más ansias la canción, uno de los géneros de mayor capacidad masiva y más con un intérprete de la altura de Silvio. Pero me enfrento con la tranquilidad y la seguridad de que si yo toco bien, la gente lo va a agradecer. Nunca me habían bendecido tanto como en mis participaciones anteriores en esta gira. Toda la gente, todos los creyentes me regalaban protecciones, me bendecían; entre otras cosas porque yo abrí con un Ave María, el más famoso de todos: el de Schubert.

El buen arte supera los géneros y las divisiones socioeconómicas. Eso de culto y popular no es una división de valor estético. Eso se determina por que, según avanzó el desarrollo musical en el mundo, se crearon las grandes academias a las cuales, por los precios tan altos, nada más podían ir los ricos. Entonces los pobres, aun con talento –a veces más talento que los ricos, porque el dinero no te da talento ni te lo quita– tenían que quedarse como juglares, como trovadores, como músicos empíricos en el mundo de la música popular.

Yo siempre he detestado esa división porque creo que no es estética y estoy seguro de que cualquier persona que tenga un poquitico de sabiduría comprende que tan difícil es escribir una sinfonía como una canción… si son buenas. Lo fácil es escribir mal. Pero una sinfonía no te hace mejor músico que un compositor de canciones populares, ni viceversa. Y yo no sé si sería tan o más difícil tocar un guaguancó, una rumba… Yo he tocado con los Muñequitos de Matanzas y me ha sido más difícil que con la (Orquesta) Filarmónica de Moscú. Y es no solamente por falta de entrenamiento de mi parte, que no soy un especialista en esos grandes géneros de la música popular: es que la rumba es un fenómeno polirítmico, telúrico, musical muy complejo. Como lo es también un concierto de Rajmáninof.

Yo creo que la división es entre buena y mala música. Sí reconozco que hay elementos de la llamada música culta, clásica, como son las grandes obras de los oratorios, las sinfonías, las misas, algunos conciertos de los grandes solistas, que llevan un nivel de elaboración, de trabajo, de erudición académica, de orquestación un poco más complicado en el sentido cognoscitivo, en el sentido de los valores intelectuales. Pero en el gran sentido del arte, que es un hecho eminentemente espiritual, está ese misterio de que no sabes cuándo tocas el corazón de la gente. Ese mundo de la comunicación de los espíritus es un privilegio de los grandes y es un reto siempre para cualquier artista.

Por otra parte, se aprende mucho tocando para gente de poco entrenamiento; en ese tratar de comunicarse, tratar de intuir, de saber lo que el público quiere, cuándo quiere que toques más fuerte, cuándo quiere que toques más suave, hasta dónde puede llevar una obra clásica a esos públicos masivos que a veces no tienen una disciplina. En Atarés tengo una foto donde hay una azotea con una bandera cubana y estaban tomando ron, pero estaban festejando, alegres. Estaban contentos lo mismo con Schubert que con Silvio Rodríguez, que son dos grandes.

Supo aquí, en Mayarí, que es el primer cubano honrado con la Medalla Pushkin. ¿Con qué ánimo recibe este reconocimiento?

Fue algo inesperado y me tiene muy muy feliz. No pensé que yo podría ser acreedor de una de las medallas más importantes –y para muchos, la más importante medalla– que se otorga a los intelectuales en Rusia y en cualquier otro país con el que sostenga relaciones.

Soy muy feliz de que aquí en mi provincia el embajador ruso me haya comunicado que fui acreedor de esta medalla, que solo aprueba el presidente. A Putin envío todo mi agradecimiento y mi promesa de que si ese gran homenaje está hecho, como me explicó el embajador, por la obra de mi vida y la contribución al desarrollo y el conocimiento de las culturas de Cuba y Rusia, lo único que voy a hacer es multiplicar mis esfuerzos, mientras tenga un poco de aliento, para de verdad hacerme acreedor de eso tan extraordinariamente honorable que me acaban de condecorar.

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