Conchita Piquer en La Habana
25 de abril de 2014
|En nuestra sección insertaremos hoy una crónica publicada el 2 de mayo de 1946 en el diario Prensa Libre por el periodista Germinal Barral (Don Galaor) acerca del debut en el teatro Nacional, la capital cubana, el 28 de abril de aquel año, de la entonces ya mundialmente célebre cantante y actriz española Conchita Piquer junto con cu compañía, integrada por más de veinte artistas.
Cuando apareció en el marco iluminado del escenario, estalló estruendosa una ovación. Se encendieron las luces. Aplaudían todos. Arriba y abajo en los palcos. Ella, serena, sin inmutarse, se inclinó una, dos, tres, cuatro, cinco, diez, ¡cuántas! veces. Cuando no quiso oír más la ovación, corriendo triunfadora, indicó al director de orquesta que empezara.
Se apagaron los aplausos y se escuchó la música. Después, su voz. Hilo de seda que se alarga o queda trunco, que dice palabras fervorosas o frívolas, sin que los labios apenas denuncien que sufre o goza. Sin que los ojos huyan de un punto fijo, en el que se clavan obsesionantes. Boca roja como una herida. Ojos negros como una pena. Y el hilo de seda, tan afinadito, tan discreto, se hace caricia que eriza la piel. Caricia leve, breve, suave…Ni desgarra allá dentro, ni profundiza en lo hondo. Se queda a flor de piel como un trino, como un suspiro. Y otra vez la ovación, y otra vez sus saludos hasta que ella quiere, que se retira, y la orquesta ataca el número que sigue en el programa.
Virtuosa de la canción, Conchita Piquer hace de cada número que canta un exquisito alarde de buen gusto. Cada palabra tiene su nota en el pentagrama y en su voz y en su gesto. Muy bien medido todo. Muy discretamente pesado todo. Las manos vuelan alrededor del nido negro de su cabeza en un vuelo fugaz, y se quedan después quietas, como sus ojos, en un gesto de defensa.
A la manera de las cupletistas que llevaron por el mundo a manera de decirl el cuplé de Raquel Meller, la señora Piquer dice el repertorio de canciones ahora. No interpreta, dice. Y dice con elegancia, con finura, con una especie de deleite interior que acaba por insuflársele al ánimo de quien la escucha.
De entre las opiniones que aparecen en el programa, la del pintor Julio Romero de Torres dice: «Si algún día los gitanos de mis cuadros han de cantar, Dios quiera que lo hagan con la voz melodiosa de Conchita Piquer».
Y Federico García Lorca, el poeta mártir, escribió: «Conchita Piquer: un poema afiebrando el frío cuerpo del aire».
¿Lo estáis oyendo? Voz melodiosa, poema afiebrando el frío cuerpo del aire… A mi juicio, las dos frases que mejor definen el arte personalísimo de la señora Piquer.
Porque en ella. En su voz, para ser exacto, la angustia y el llanto, la risa y la queja, el amor y el desdén, por igual, adquieren el tono menor de la confidencia, dicha con voz melodiosa, y con calor suficiente para afiebrar el frío cuerpo del aire.
Bella estampa de mujer española, Conchita Piquer domina la escena solo con plantarse en ella. No necesita hacer más. Y si a la mirada desdeñosa de sus ojos inmensos, y al vuelo raudo de sus manos responde una voz que acaricia, no es nada extraño que el silencio se sienta latir como un ala invisible en el ámbito inmenso del teatro.
Y otra vez la ovación, y otra vez sus inclinaciones de saludo. Sin inmutarse, sin emocionarse. Triunfadora, hará terminar el aplauso cuando ella quiera, sin repetir, sin hacer concesiones. Las reinas acatan los homenajes, los aceptan. Pero nada más. Y Conchita Piquer es una reina de la canción, que lleva la majestad de su figura y la gracia de su arte por los caminos de América, sabedora de que conquista para su arte adeptos, o idólatras para su belleza.
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