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¿Cómo castigar a mis hijos? (I)

25 de abril de 2014

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Nina_castigadaCuántas veces ha repetido en su vida esa frase que dice “Por hacer tal cosa, ahora estarás una semana sin ver la televisión”, o en el caso de los adolescentes y jóvenes, esa de que “Tenías que haber estado aquí antes de la medianoche, ahora no vas a salir más con tus amigos”….
Si se ha sentido identificado con estas frases, significa que usted ha utilizado los castigos como un recurso de crianza. Y efectivamente lo son, aunque depende de la forma y el momento en que se empleen. No es menos cierto, y está comprobado, que los refuerzos positivos – tales como caricias, estímulos y premios, entre otros- frente a conductas esperadas, o a comportamientos que estamos incentivando, son siempre más eficaces a la hora de educar. Pero hay ocasiones en que los actos de nuestros hijos, no son todo lo positivo que esperamos, y deben ser sancionados, considerando que ellos necesitan disciplina y aprender a respetar los límites.
Por otra parte, en ocasiones hemos escuchado por ahí, esa frase que se ha hecho casi célebre, que afirma que “los psicólogos dicen que a los niños no se les debe castigar, que es una forma de maltrato infantil”. Otros dicen, “los psicólogos dicen que sí se puede castigar, pero no darle golpes físicos a los niños”, y hay quienes aseveran, que si, que los psicólogos decimos que al niño cuando se porta mal, hay que castigarlo, y darle unas buenas nalgadas si es necesario.
Las teorías todas tienen sus aspectos ciertos y otros menos ciertos, pero su fundamento es lo errado en este caso. De momento, solo les puedo adelantar, que si, que una de las formas de educar a los pequeños, desde las más tempranas edades, es a través del castigo. Por supuesto, no quiero llegar  a ese extremo, de la antológica frase que viene desde nuestros abuelos, bisabuelos y hasta tatarabuelos, de que “La letra con sangre entra”, pero, si, definitivamente, el castigo constituye parte de las estrategias, métodos o como les quieran llamar, que pueden contribuir al mejor desarrollo y formación de la personalidad.
El problema de los castigos como un recurso de crianza, depende de la forma y el momento en que se empleen. No es menos cierto, y está comprobado, que los refuerzos positivos – tales como caricias, estímulos y premios, entre otros- frente a conductas esperadas, o a comportamientos que estamos incentivando, son siempre más eficaces a la hora de educar. Pero hay ocasiones en que los actos de nuestros hijos, no son todo lo positivo que esperamos y deben ser sancionados, considerando que ellos necesitan disciplina y aprender a respetar los límites.
El cuánto al cómo y  al por qué castigar, así como la validez y la eficacia de  los castigos,  dependerá de la forma como usemos esta herramienta. Lo primero que hay que señalar es que el castigo tiene un objetivo concreto: que los menores respeten las reglas de convivencia familiar y social, que modifiquen ciertos patrones conductuales, o al menos disminuya la aparición de un comportamiento anterior, que haya ido en contra esas mismas normas. No se trata de penalizar una situación que ocurre por primera vez, a pesar de que ella sea contraria a nuestra escala de valores. Antes de aplicar una sanción, por determinado hecho inadecuado cometido, debe haber existido una educación consistente, establecida, y mantenida en el tiempo. Aquellas conductas que como padres y madres esperamos que se den, o que también queremos favorecer y propiciar, deben estar claras, y sobre todo, haber sido explicitado previamente a todos los involucrados.
En muchas ocasiones, casi siempre sin percatarnos de ello, castigamos de manera aleatoria o dependiendo de nuestro estado de ánimo, o quizás motivados por la intensidad y la repercusión de los daños causados por la violación cometida. Proceder de esta forma,  desvirtúa la razón de ser, y la esencia del castigo en sí.
El castigo, al igual que el halago, pueden contribuir al desarrollo de la personalidad de los pequeños y adolescentes, e incluso en los jóvenes, pero hay que ser cuidadoso en el modelo de valores que establece la familia, sobre que normas, reglas y ética se establecen los limites de la disciplina y del respeto hacia los adultos por parte de los menores, llegar a los dos extremos, puede repercutir en la formación y estructuración de su personalidad, que es quién en definitiva, va a modelar y establecer sus patrones de comportamientos en la adultez.
Ser extremadamente exigente, puede crear personas temerosas, introvertidas,  e inseguras, entre muchas otras conductas, por el contrario ser exageradamente permisible, sobre protector, e inconsistente en las normas y límites disciplinarios, puede crear también los comportamientos descritos anteriormente.
Las normas establecidas, deben ser primero que todo, justas, sensatas y asequibles, pero una vez establecidas, deben ser  inamovibles y permanentes, porque de lo contrario pude traer confusiones y mostrarse inseguros respecto al comportamiento que deben asumir en las más disímiles situaciones de la vida.
El establecimiento de los límites, es la misión de los padres y es la forma más efectiva de establecer aquellas normas del comportamiento que se mantendrán para toda la vida, y con las cuales, podrán desarrollarse y crecer,  convivir adecuadamente en el contexto psicosocial que les corresponda, adaptarse a las reglas sociales impuestas por su entorno.
Lo más importante es que sepan, que el castigo o la sanción, pueden lo mismo dañar, que educar a nuestros hijos, el problema radica en cómo y cuando hacerlo, y de estas normas o reglas, estaremos conversando la próxima semana.

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