Siria: la matanza de inocentes no se detiene
4 de abril de 2014
|Nuevas y modernas armas, principalmente misiles, son utilizadas por estos días por integrantes de los grupos armados que desde hace tres años son utilizados por el imperialismo y el sionismo para destruir a Siria y derrocar al gobierno de Bashar el Assad, en una agresión que cuesta más de 150 000 vidas y el desplazamiento y éxodo de millones de habitantes.
Es una guerra que daña a todos, pero principalmente a los pobladores sirios que, irónicamente, no comparten las mismas ansias revanchistas, de venganza, de quienes en el exterior participan en gobiernos que supuestamente deben sustituir al legítimo de Damasco. A pesar de los avances del ejército sirio en la lucha contra grupos armados que incluyen terroristas de Al Qaeda y otros que demuestran extrema crueldad con prisioneros que torturan hasta la muerte, los irregulares reciben cada vez más dinero y armas, e incluso se conoce que miles de jóvenes pobres tunecinos son enrolados en tan triste aventura.
En estos momentos, Arabia Saudita es el principal suministrador de armas que compra a Estados Unidos para los mercenarios, que incluyen en su más reciente remesa 15 000 misiles antitanque por valor de 1 100 millones de dólares, cuando Riad no está oficialmente en guerra con ningún país y posee ahora algo más de 4 000 de tales implementos.
La participación saudita en cada agresión emprendida por el imperialismo norteamericano es muy destacada en la compra de armamento estadounidense y su suministro a tarifados, muchos de ellos entrenados en territorio norteamericano, y así ha sido en cada caso, recuerda el investigador Andrés Martínez Lorca en Rebelión.
Y es que después de la agresión de Afganistán por Estados Unidos en el 2001, siguió la criminal invasión yanki-británica a Iraq y la posterior destrucción sistemática del país (salvo de los campos petrolíferos usurpados por las potencias ocupantes). Más tarde, le tocó el turno a Libia, cuyas inmensas reservas de gas motivaron la codicia occidental y el ataque implacable de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), con Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos a la cabeza.
Ninguno de estos países islámicos sacrificados en el altar del capitalismo global ha mejorado lo más mínimo respecto a la situación prebélica, ni ha vuelto a ellos la normalidad democrática: las heridas de estas guerras de agresión siguen abiertas y, en el mejor de los casos, tardarán varias generaciones en curarse. La ruina sobrevenida ha cerrado por largo tiempo la puerta a la esperanza.
Así, como ejemplo reciente, está Siria, empujada a una guerra civil que devino en invasión mercenaria contra el pueblo de la nación árabe. Más de tres años dura ya lo que empezó como una protesta política, se transformó pronto en guerrilla y se ha convertido finalmente en una guerra abierta protagonizada por una serie de ejércitos irregulares teledirigidos por Occidente, pagados por Arabia Saudita y Qatar, y en cuyas filas se alistan miles de soldados de la fortuna de 83 países.
La matanza de inocentes no se detiene, la destrucción de instalaciones vitales para la población prosigue de modo inmisericorde y los atentados criminales se extienden, mientras van asolando ciudades y pueblos en un diseño estratégico cuyo objetivo último no sería otro que la instalación de un gobierno títere, peón de la OTAN en la región.
La firmeza del Ejército Árabe Sirio, el rechazo mayoritario de la población al mantenimiento de la guerra y el freno de Rusia y China a la utilización del Consejo de Seguridad de la ONU como tapadera de una nueva agresión han impedido una nueva victoria del neocolonialismo en Oriente Próximo, que fue confirmado con la firme posición de Moscú para evitar la agresión directa de Estados Unidos a Siria, ante la mentira de las armas químicas supuestamente usadas por Damasco, cuando fue realmente obra de mercenarios pagados por Arabia Saudita.
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