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Transmisión “a mano”

24 de marzo de 2014

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Comerse-las-uñasHasta el nombre asignado a la fea costumbre de “comerse las uñas” resulta desagradable: onicofagia, no solo atribuible a la infancia pues se arrastra a los adultos incapaces de reprimir ese antiestético mal hábito.

No hay dudas de que el acto deviene involuntario, y no solo por nerviosismo -como algunos justifican-, pues no se abstienen ni en medio de una animada tertulia.

Sin embargo, el peligro mayor de la onicofagia  es que constituye una fuente de transmisión de infecciones parasitarias intestinales, bacterias, virus, hongos -entre otras-, con sus peor consecuencias de trasladarse a la mucosa oral. No exagero, es bueno recordar que muchas personas carentes de higiene personal, no toman en cuenta lavarse las manos al hacer sus necesidades fisiológicas, o tras usarlas como escudo al toser.

Otra seria complicación es la afectación estomatológica, pues la postura obligada de las mandíbulas y el “choque” de los dientes provocan desgates, y con los años, dolor en las articulaciones mandibulares.

Es lógico que tamaño riesgo no lo valoren los niños, que además, juegan en parques y calle, incluso, en contacto con animales;  y no valen castigos ni reprimendas que contribuyan a evitarlo.

Tranquiliza saber que ellos -principalmente las niñas- suelen abandonar esa costumbre cuando llegan a la edad de la presunción, momento en que gustan de pintarse las uñas, verlas crecer, y son otro elemento enriquecedor de su autoestima. En los varones también ayuda la adolescencia, cuando empiezan a enamorarse y unos dedos con uñas recomidas y olor a saliva no son aconsejables en una caricia amorosa.

En cuanto a los adultos se refiere, si están obligados a erradicar la onicofagia por necesidad de su imagen laboral -médicos, estomatólogos, oftalmólogos, personal gastronómico, etc.-, es conveniente acudir a un psicólogo, que oriente fármacos apropiados, y la práctica de técnicas relajantes como el yoga, que ayudan a reducir el estrés.

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