Jean Paul Belmondo
4 de abril de 2014
|La prensa del 4 de septiembre de 1999 dio la noticia de la presencia en La Habana del hombre de Río, no otro que el actor francés Jean-Paul Belmondo, quien ha aportado su piel y espíritu aventurero a tantos personajes audazmente simpáticos del séptimo arte mundial.
Casi cuatro décadas después de haber filmado “El hombre de Río” (1963), dirigido por Phillipe de Broca, se nos apareció Belmondo, con la barba y cabello canosos y unas cuantas arrugas que no hicieron mella alguna en su sonrisa y sencillez, más allá de las cámaras y las poses.
Célebre no solo por sus actuaciones, también porque los concurrentes al cine sabían que el protagonista de cuanta peripecia veían en pantalla no era un doble sino él mismo, Belmondo fue también (es) un extraordinario actor de carácter, y acumula un amplio expediente de actuaciones en el teatro.
El actor francés comentó que estaba feliz de poder venir a Cuba y sobre todo de conocer la Isla y a su pueblo. También aseguró entre risas que “voy a hacer turismo los domingos”, porque evidentemente sus jornadas en Cuba, con filmaciones en diversas localidades (Trinidad, Cienfuegos, Matanzas y La Habana) lo mantendrían bastante ocupado.
El rodaje de la cinta “La estrella fugaz”—dirigida por De Broca— lo trajo a Cuba. “Es una comedia cuya historia es algo complicada de contar, declaró. Narra la historia de una niña extraterrestre, que vive en un planeta en el que los habitantes tienen una existencia infinita, y decide fugarse a La Tierra”. También recalcó algo acerca de lo cual ya tenemos experiencia quienes hemos seguido su filmografía: “Prefiero filmar en el exterior que encerrado en un estudio, me gustan mucho los filmes de aventuras”.
Actor de suma versatilidad, su rostro sin bruñir rompió los estereotipos masculinos dentro de la pantalla francesa de los años sesenta. “Cartouche”, “Las tribulaciones de un chino en China”, “Pierrot el loco”, “Borsalino” (junto a Alain Delon), “Ho!”, “As de ases”, “El marginal” y otras muchas cintas le dieron popularidad y constituyeron éxitos de taquilla, pero además afianzaron el criterio de sus notables dotes histriónicas, su capacidad para asumir diversidad de roles y el indiscutible carisma del actor.
Jean-Paul Belmondo (1933), adorado por los cinéfilos, respetado por la crítica y con una larga filmografía, recibió la Legión de Honor de la República Francesa, se le nombró oficial de la Orden Nacional del Mérito, y oficial de las Artes y de las Letras.
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