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Los caballos en la pintura

10 de enero de 2014

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“Blanco radiante en la noche”, alrededor del año 740, obra del pintor chino Han Gan, perteneciente a la dinastía Tang (618 – 907). Se encuentra en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Han Gan, fue un gran pintor de la corte y fue muy bueno  pintando una amplia gama de objetos, incluyendo plantas y animales, siendo considerado como el mejor pintor de caballos de la historia china. La dinastía Tang  es reconocida por su fuerte caballería militar. Como los caballos eran indispensables para los guerreros, la gente de Chang’an los preservaba, así que se convirtieron en un tema importante de pintura y escultura de la época. En esa época donde la caballería militar era lo más importante, las obras y el talento de Han Gan se ganaron la más alta reputación de la corte.  Como Han Gan dedicó la mayoría de sus obras a los caballos, pasó mucho tiempo en establos para observarlos de cerca. Hay un relato que cuenta que cuando Han Gan fue llamado a la corte porque el emperador quería buscarle un maestro de pintura, Han Gan dijo que los caballos de los establos reales eran sus mejores maestros. A diferencia de muchos pintores que lo antecedieron, Han Gan prestaba gran atención a los músculos y la piel de los caballos. Como resultado de su diligente observación y práctica, creó su propio estilo. En la pintura se representa a un caballo del emperador. Es un corcel musculoso y lleno de fuerza. Atado a un poste, la cabeza levantada, la melena ondeando al viento, las orejas rectas, las fosas nasales ampliamente abiertas y los ojos de mirada amplia y fija. Todos estos rasgos hacen de esta obra una pintura bien estructurada, de pinceladas concisas y potentes; un reflejo de la vívida pintura del autor.
“Derbi en Epsom”, 1821, es una pintura romántica de Théodore Géricault (Francia, 1721 – 1791) que era un apasionado de los caballos. Aquí se representa la carrera o derbi de Epsom, que está considerada aún hoy en día como una de las más prestigiosas carreras de caballos del mundo. Esta carrera se realiza cada año el primer fin de semana de junio en el hipódromo de Epsom Downs, Surrey, Inglaterra y se celebró por primera vez en el año 1661. La pintura llama la atención por su falta de realismo. Los caballos parecen flotar en el aire. Como si se tratara de una danza estilizada, los caballos son todos representados en el tiempo de suspensión de su galope. Actualmente se conserva en el Museo del Louvre de París, Francia.
“Felipe IV a caballo” fue pintado por Velázquez en 1634 y se conserva en el Museo del Prado de Madrid (España) desde la creación de la pinacoteca en 1819. Velázquez había recibido el encargo de pintar una serie de cinco retratos ecuestres de la familia real que se destinarían al Salón de Reinos del palacio del Buen Retiro de Madrid (antiguo Museo del Ejército). Allí se colgaron los cuadros de Felipe III a caballo y de su esposa La reina Margarita de Austria a caballo, el de Felipe IV a caballo y de su esposa La reina Isabel de Francia a caballo y el del hijo de ambos El príncipe Baltasar Carlos a caballo.  En esta pintura aparece un caballo trotón castaño, cuadralbo, con largas crines y cola. Los caballos que pinta Velázquez en estos cuadros de retratos son una mezcla del caballo frisón, fogoso y con brío y el caballo resistente y con pesadez de formas. En este cuadro se presenta en corveta.
“Rocinante en el suelo, tras la aventura de los molinos de viento”. Ilustración de Gustave Doré (1832 –1883) fue un artista francés, grabador, escultor e ilustrador.
Según se lee en el famoso libro de Miguel de Cervantes Don Quijote de la Mancha, “cuatro días se le pasaron en imaginar que nombre le pondría… y así después de muchos nombres que formó borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante, nombre a su parecer alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo”. Así pues, antes de lo que ahora era, piel y huesos, fue rocín que Don Quijote aún seguía viendo como “mejor montura que los famosos Babieca del Cid y Bucéfalo de Alejandro Magno”.
Recordemos que…“la Naturaleza inspira, cura, consuela, fortalece y prepara para la virtud al hombre”. Sólo hay un modo de que perdure: respetarla y servirla.

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