Jack Johnson y la farsa en el Hipódromo de Marianao
17 de enero de 2014
|Uno de los acontecimientos más polémicos en la historia del deporte cubano fue la pelea de boxeo por el título del mundo de los pesos pesados entre los estadounidenses Jack Johnson y Jess Willard, celebrada el 5 de abril de 1915. Sobre el desenlace final del combate se especuló por un largo tiempo; pero tendrían que pasar muchos años para que la verdad sobre lo acontecido en el cuadrilátero de Marianao saliera a la luz pública.
El Hipódromo Oriental Park, en Marianao, estaba lleno ese día de 1915. La pelea comenzó a la una y media de la tarde, como estaba previsto. Al sonido del gong, los dos corpulentos hombres avanzaron hacia el centro del ring e iniciaron el intercambio de golpes. El del short claro era Jack Johnson, negro y de 1.85 metros de estatura, con 97 kilogramos de peso. Su oponente, Jess Willard, era blanco, mucho más alto y también más pesado, exactamente 109 kilos.
Uno tras otro transcurrieron los rounds. La pelea estaba pactada a 45; aunque todo indicaba que Willard no iba a resistir por mucho tiempo los golpes de Johnson; sin embargo, a partir del round 25 comenzaron las señales de agotamiento en Jack. Sus golpes no tenían la misma potencia y casi corría por el ring, perseguido de cerca por Willard. El público presentía el desenlace de la pelea. En el round 26, Willard impactó con su mano derecha el rostro de Johnson. Este se tambaleó y cayó sobre la lona… Y en ese momento sucedió una cosa muy extraña, pues Johnson, en el suelo, parecía estar tapándose el sol con la mano. El árbitro inició el conteo de protección y, al llegar a diez, decretó el fuera de combate. Willard había ganado el duelo y era el nuevo campeón mundial de los pesos pesados.
Así podría haber sido la crónica de un periódico habanero del domingo 5 de abril de 1915. No se habló de otra cosa en la capital cubana. La pelea, llamada “la del siglo” por los promotores, provocó las más diversas especulaciones, especialmente por la extraña forma en que cayó Johnson. Los técnicos y testigos aseguraron que este boxeador no parecía un hombre noqueado por un golpe…
La historia de los rivales en Marianao
John Arthur Johnson nació el 31 de mayo de 1878 en Galveston, Texas. Era hijo de antiguos esclavos y tuvo que abandonar la escuela cuando apenas cursaba el quinto grado. En 1897 Johnson se convirtió en boxeador profesional. Este salto se debió, en gran medida, al triste estado del hogar de su familia que fue completamente destruido por un huracán en 1900.
Poco a poco su nombre comenzó a sonar en las arenas de California. Su triunfo más importante fue el alcanzado el 3 de febrero de 1903 cuando derrotó a Ed Martin. Esta victoria le dio a Jonson el primer título de su carrera. Ahora era “el campeón de los súper pesados de color del mundo.”
El siguiente paso fue desafiar al por entonces campeón mundial absoluto, Jim Jeffries; pero este se negó a enfrentar a un boxeador negro. La oportunidad de Johnson llegó en 1908. Ya Jeffries se había retirado y el mejor hombre era Tommy Burns. Sídney acogió el duelo entre los dos gigantes. El dinero fue el principal incentivo para Burns, pues este aceptó el desafío porque los patrocinadores le aseguraron, de antemano, una cifra cercana a los 30 mil dólares, una fortuna para la época.
Sobre el ring de la Bahía de Rushcutter, en la urbe australiana, todo salió muy bien para Johnson y en el round 14 la policía tuvo que irrumpir en el escenario para dar por terminada la pelea, ya que Burns apenas podía sostenerse sobre sus pies. Aquel fue un triunfo consagratorio y Jack pudo ufanarse de ser el nuevo campeón del mundo de los pesos pesados.
El novelista Jack London escribió acerca de la hazaña en un periódico neoyorquino: “fue un encuentro entre un coloso y un pigmeo. Burns no fue más que un juguete en las manos de Johnson. Depende ahora de Jim Jeffries salir de su finca y borrar la sonrisa dorada de Johnson.”
La fama que adquirió Johnson después de su espectacular victoria fue el factor decisivo que impulsó al antiguo campeón, Jim Jeffries, a aceptar la pelea contra el monarca. El 4 de julio de 1910 más de 22 mil fanáticos se reunieron en Reno, Nevada, para presenciar el esperado duelo. La mayoría esperaba ver caer al hombre que había desafiado a los prejuicios raciales de la época. Esas personas se fueron a casa de seguro desilusionadas, porque Johnson fue demasiado para Jeffries, quien cayó a la lona en el round 15 luego de recibir un fuerte golpe. La esquina tiró la toalla y Johnson ratificó que él era el número uno del mundo.
El nuevo éxito de Johnson, aunque lo llenó de fama, también le trajo problemas porque en una sociedad tan racista como la norteamericana de principios del siglo XX, un negro victorioso no era bien visto y los que controlaban el lucrativo negocio del boxeo profesional comenzaron a buscar un rival capaz de derrotar al campeón.
Johnson fue famoso tanto dentro como fuera del ring. Sus continuos triunfos se combinaban con la cantidad de mujeres con la que sostuvo relaciones sentimentales. Su segundo matrimonio, con la acaudalada Etta Duryea, una mujer blanca y de alta sociedad, levantó protestas en muchas partes. El odio y la presión sobre Johnson iban en aumento y cuando Etta se suicidó, Johnson comprendió que ahora irían tras él con mucha más fuerza.
Sin embargo, el campeón siguió con su vida normal e incluso abrió en Chicago su propio negocio: un club nocturno llamado Café de Champion. Allí se le vio varias veces con Lucille Cameron, una secretaria blanca. En aquella época la nueva relación resultaba otro desafío para una sociedad que se negaba a aceptar que un negro estuviera saliendo con una mujer blanca.
La actuación de Johnson enfureció más a las autoridades y el juez Kenesaw “Mountain” Landis, quien sería años más tarde Comisionado de béisbol de las Grandes Ligas, condenó a Johnson a un año de cárcel. Además, el boxeador tuvo que pagar una multa de mil dólares por violar la Ley Mann que prohibía el movimiento de mujeres a través de los estados con supuestos “propósitos inmorales.”
El campeón apeló la sentencia; pero antes se casó con Lucille. Como sabía que su caso no iba a prosperar, decidió abandonar Estados Unidos y estuvo por Canadá, México y Francia. En París organizó algunas peleas contra luchadores para ganarse la vida; pero él deseaba regresar a su país y vivir en paz con su esposa; además, también estaba su anciana madre a la cual no podía visitar por miedo a que lo tomaran prisionero.
Johnson necesitaría un poco de suerte y algo de ayuda para reunirse nuevamente con su madre. La suerte llegó de manos del promotor Jack Curley quien se puso en contacto con el titular en Londres para arreglar una pelea por la corona del mundo. Al principio iba a ser en México; sin embargo, el temor ante el alzamiento de Pancho Villa la desvió hasta El Paso, Texas. Johnson no estuvo de acuerdo con la nueva locación, porque podía caer preso en Estados Unidos.
Esta serie de acontecimientos dejaron el camino preparado para que La Habana sirviera de sede al encuentro entre el monarca y un desconocido, el gigante Jess Willard. La “Gran esperanza blanca”, como llamaron los promotores del encuentro a Willard, era un campesino de Kansas a quien realmente no le interesaba mucho el boxeo. Con 34 años y una pobre historia como luchador, pocos esperaban que pudiera derrotar Johnson.
La farsa en Marianao
Lo que muchos ignoraban era que la pelea estaba comprometida desde el inicio. Los detalles internos fueron dados a conocer por Johnson en sus memorias, casi 30 años después de aquella farsa en Marianao. Para los mafiosos que controlaban el boxeo profesional aquel era un negocio redondo, pues se quitaban de encima al peleador negro que había escandalizado al mundo y, al mismo tiempo, se embolsaban una gran suma de dinero, ya que en las apuestas la gran mayoría colocaría su dinero a favor de Johnson. El pacto también parecía bueno para Johnson: solo tenía que perder, recibiría 30 mil dólares y la garantía de un regreso seguro a Estados Unidos.
Ya sobre el ring del Hipódromo de Marianao, Johnson dominó los primeros rounds del encuentro pactado a 45. Eso parece que incomodó a los apostadores, sobre todo al promotor Curley, quien se acercó a la esquina del campeón en el décimo round para recordarle el acuerdo.
Johnson le respondió que su mujer todavía no tenía el dinero. Lucille Cameron estaba sentada cerca del lugar donde combatía su marido. Curley se marchó; pero, en el round 25, Lucille recibió la cantidad acordada y le hizo una señal a Johnson con el ojo. Este la captó y le ordenó, también mediante gestos, que abandonara la sala. Tal y como declaró en sus memorias, no quería que su mujer lo viera golpeado y en el piso.
Johnson esperó un round más, el 26, y dejó penetrar un fuerte golpe de Willard. Cayó al piso y tuvo la mala suerte de que el sol de la tarde habanera incidiera directamente sobre sus ojos. Esto lo llevó a taparse la cara con los guantes. Ningún boxeador noqueado, como supuestamente estaría Johnson, habría podido realizar ese gesto. Los fotógrafos captaron el momento y para muchos esta fue la más clara señal de la trampa.
La farsa de Marianao sirvió para proclamar a Jess Willard como nuevo campeón mundial de los pesos pesados y Johnson pudo regresar a Estados Unidos. Allí cumplió el año de la condena por el supuesto crimen de haberse casada con una mujer blanca y después pudo vivir en paz.
No obstante, Jack no estaba destinado a ser un hombre feliz, porque su matrimonio con Lucille no duró mucho más y se divorciaron; aunque un tiempo después, Johnson se casó por tercera vez, ahora con Irene Pineau, quien también era una mujer blanca. A pesar de ser un gran mujeriego, Johnson nunca tuvo hijos.
Jack se mantuvo peleando hasta los 50 años y su mayor legado fue su espectacular récord histórico como boxeador: alcanzó 79 triunfos, solo cayó en ocho oportunidades y más del 60 % de sus éxitos llegaron por fuera de combate.
La vida del gran campeón terminó de forma trágica. En la noche del 10 de junio de 1946, Johnson estrelló su carro contra un poste y murió antes de llegar al hospital. El campeón tenía 68 años. Jack Johnson es recordado como uno de los boxeadores con mayor pegada en la historia del pugilismo y su fama se extendió fuera de los cuadriláteros. Fue uno de los primeros en desafiar las absurdas leyes raciales de la época y tuvo que pagar un precio bien alto por su rebeldía. Por sus méritos como boxeador, en 1954 se convirtió en miembro del Salón de la Fama del boxeo.
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