Gertrudis Gómez de Avellaneda y Safo
15 de noviembre de 2013
|Hacia 1865, Gertrudis Gómez de Avellaneda asistió a una función de ópera en Sevilla. Se trataba de una puesta de la Safo de Pacini, con la célebre soprano Ana de Lagrange en el rol central. Tanto la música como el desempeño de la artista impresionaron vivamente a la principeña, quien le dedicó el poema “A la célebre cantatriz Señora Ana de Lagrange”.
En nuestros días el nombre del compositor italiano Giovanni Pacini (Catania 1796-Pescia 1867) apenas aparece en los libros de historia de la música, pero durante su existencia, y todavía unas décadas después, fue una verdadera celebridad en Europa y América. Creador muy prolífico, aunque poco original – en gran medida era un imitador de Rossini- compuso unas sesenta óperas que se representaron con éxito singular, entre ellas se destacaron Safo (1840) y Medea (1843). Creó además música sinfónica, religiosa y cantatas dedicadas a exaltar reyes y pontífices de su tiempo.
Por su parte, Ana Carolina Lagrange, cantante lírica nacida en Francia en 1825, fue además, según la historia, una destacada pianista. Su consagración lírica tuvo lugar en Italia, precisamente en los años en que Pacini estaba de moda. Visitó a Cuba ya en la cima de su carrera y actuó en una temporada de ópera del Teatro Tacón entre 1856 y 1857. Quizá los habaneros, empeñados por entonces en aquella lucha de bandos, en la que unos apoyaban a Marieta Gazzaniga y otros a Erminia Frezzolini, no supieran apreciar cabalmente las dotes de la francesa. La Avellaneda sólo pudo encontrarse con su arte, años después, cuando la diva se presentó en Sevilla.
La escritora no sólo estaba dotada excepcionalmente para la música del verso, sino que tenía una particular sensibilidad para el arte melódico, así lo demuestra el que por esos tiempos haya compuesto la letra de la melopea “Soledad del alma”, sin olvidar un poema anterior como “El último acento de mi arpa”, donde elogia el canto de su coterránea, la principeña Leocadia Zamora, muy aplaudida en los salones de su tiempo.
El texto destinado a homenajear a la cantante francesa, no es una de las páginas más notables de La Peregrina, pero es evidente que no solo resultó cautivada por la exhibición de bel canto sino que el dramatismo con que Pacini desarrolla el tema de la legendaria pasión de la poetisa de Lesbos por el hermoso Faón, favoreció el que viviera con especial intensidad aquella puesta. Así reflexiona sobre el destino de aquella que considera su antecesora en la lírica:
Funesto es el genio: lo dice la historia
de aquella de Lesbos cantora inmortal…
¡No pudo su lira, no pudo su gloria
vencer los influjos de estrella fatal!
La envidia de abrojos sembró su camino,
le hirió la calumnia con ciego furor,
matóla el desprecio de un hombre mezquino…
que aun vive en sus cantos sublimes de amor.
Gertrudis reafirma aquí su concepto de la poesía como salvación personal y trascendencia. La poesía es verdad porque redime del dolor temporal, hace desaparecer lo mezquino para dejar perdurar solo las conductas elevadas y las creaciones más valiosas:
¡Es ella!¡no hay duda! Celeste armonía
-que al alma enajena- circula doquier…
¡Todo es entusiasmo, todo es poesía,
todo es verdadero del arte al poder!
Es preciso volver sobre esta y otras composiciones poco divulgadas de esta insigne escritora principeña que el próximo año celebrará el bicentenario de su nacimiento.
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