Los actores juegan como niños (XIII)
1 de noviembre de 2013
|Tuve la tentación de escribir “el actor”, pero rectifiqué antes que los caracteres se deslizaran. Iba a decir “el artista”, pero volví a detenerme. Tomé una decisión, escribo: El ser humano debería seguir el consejo que la madre de una amiga le dio un día:
Cuando tengas ganas de decir algo, algo que sospeches inapropiado, tómate el buche del Obispo.
Ella no me contó la historia, quizás hasta no recuerde el origen de la frase, ni quién era el prelado, ni en qué época, ni dónde vivió; seguramente tampoco recuerda los detalles de su indumentaria; podría tener una amatista en su dedo índice, del lado derecho, un anillo pastoral; mostrar un solideo que terminará en gracioso pompón; podría llevar sotana roja con faja de seda, un poco ajustada por la incipiente prominencia de su vientre, y sobre ella descansar un pectoral de oro, recamado de aguas marinas y perlas de Oriente; quizás sobre sus hombros llevaba muceta y hasta un roquete de encajes llegándole hasta los tobillos. A ella o no se lo dijeron o lo olvidó, pero no deja de tener razón la invitación. Sea quien fuese el heredero de los apóstoles, le asistía, sino la gracia de su estado, al menos la sapiencia que se espera de uno de su rango. Mejor tener la boca cerrada, por si acaso, y por si las moscas. Octavio Paz, que era poeta y no obispo, dijo lo mismo en palabras gruesas y sonoras: “Para hablar aprende a callar”. Los dos, sin embargo, nos llevan al mismo sitio. Es preferible, cuando no tenemos nada sustancioso que decir, o creemos que será inoportuno, mantener la boca cerrado. En eso ayuda el famoso buche o el silencio.
Pero como estamos hablando de “La Extranjera” les contaré. Cada actor hizo su camino y el de todos. Algunos prefirieron los atajos, la mayoría escogió la recta intensión. Luego entonces, unos llegaron, y otros no tanto; o al menos no hasta donde se suponía que debieran o hasta donde se sabía que podían.
El elenco era de talento, lleno de gracias y virtudes, todos estaban en capacidad y plenitud de formas; sin embargo los resultados más altos, más brillantes, los alcanzaron los que se asumieron “el buche del Obispo”, y escucharon.
Puede que me equivoque, que únicamente sea una sensación subjetiva o que, apenas, corresponda a la experiencia concreta que tuve, pero me parece que los buenos actores, como los seres humanos, alcanzan esas cuotas altas cuando aprenden y se ejercitan en el arte de ver, escuchar, juzgar y luego actuar.
Tiempo al tiempo. Uno divaga. Cuando está sentado en la platea vacía, mientras ellos sudan el alma, le vienen a uno cada cosa a la cabeza. Cuando los ve pasar la letra y ajustar cada detalle antes de la función, cuando se les ve acariciando sus instrumentos, cuando finalmente escuchas los aplausos, en aquellas noches de sala repleta, uno no deja de pensar. Mejor me callo. Quizás esté necesitando al Obispo.
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