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El Premio Flaco

15 de octubre de 2013

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“El Premio Flaco”, fue una de las obras teatrales cubanas más reconocidas y populares del recordado dramaturgo Héctor Quintero, basada en el concurso de una firma jabonera de la Cuba del pasado. Muchos años después el tan reverenciado y otrora respetado Premio Nobel de la Paz nos recuerda al Premio Flaco de Quintero: el galardón enflaquece cada año y se aleja rápidamente -por razones que aun se ignoran pero que algunos suponen-, de los propósitos originales para los que fue creado el ilustre Alfred Nobel.

El otorgamiento del galardón al entonces recién electo presidente de Estados Unidos, Barack Obama, encendió las alarmas y los hechos posteriores -lamentablemente-, se encargaron de demostrar que aquella decisión del Comité de la Academia Noruega no solo fue un error, sino que sentó un precedente funesto.

El razonamiento empleado este año para justificar la entrega del Premio a la Organización para Prohibición de Armas Químicas (OPAQ), por mucho que quiera enmascararse y remitirlo a la trayectoria de esa organización durante 15 años -posterior a la firma y puesta en vigor de la convención internacional que le dio origen-, en nada explica suficientes razones de peso que se correspondan con lo que expresan los propósitos recogidos en las propias bases del Premio y contribuye así con lo idea de quienes consideran que su politización y alejamiento de sus esencias es creciente.

Sin dejar de reconocer la labor de la OPAQ, cumpliendo las tareas para las cuales fue creada por parte de la comunidad internacional, son numerosas las instituciones y organizaciones que durante mucho más tiempo y con mayor o igual rigor y esfuerzo se han consagrado a la lucha por la paz. Las hay, por cierto, de diferente signo y magnitud como el Consejo Mundial de la Paz o la Fundación Carter, por citar solo dos ejemplos.

En cuanto a las personalidades que, en este año, habían sido propuestas y sobrepasaban los 250 no cabe duda de que las había de alta connotación y prestigio reconocido en su bregar por la paz en el mundo, como el Papa Francisco, la activista colombiana Piedad Córdoba y los relevantes casos de Edward Snowden, Bradley Manning y el periodista Julian Assange, que con sus revelaciones extraordinarias dieron un vuelco al escenario mundial y contribuyeron a reforzar una perspectiva de verdadera paz en el planeta, sobre bases de justicia y respeto al derecho internacional.

Si se trataba del tema sirio, en el que Estados Unidos y sus socios acaban de colocar al mundo al borde de la guerra y de una conflagración generalizada, nadie se atrevería a negar o dudar que el indiscutible merecedor del Premio era el presidente de Rusia, Vladimir Putin, quien junto al hábil canciller Sergei Lavrov y la diplomacia rusa en su conjunto fueron capaces de hacer salir al mundo del terrible atolladero mediante la búsqueda de una solución inteligente, digna y aceptable para todos, excepto los terroristas y sus patrocinadores.

Al analizar la fallida decisión, resultan ya numerosos los observadores que coinciden en que al citado Comité le faltó valor para dar ese paso, que en justicia evidente merecía el actual mandatario ruso, y prefirió refugiarse hipócritamente en una supuesta “neutralidad” que pudiera ser aceptable, sin violar compromisos ni causar irritaciones.

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