Pero Dilma sigue de líder
15 de octubre de 2013
|Pese a la inestabilidad en el crecimiento económico brasileño, el lento fortalecimiento de la infraestructura y, sobretodo, el mantenimiento de la desigualdad social y el descontrol en problemas claves del país, la presidenta Dilma Rousseff mantiene la simpatía de por lo menos el 57% de los brasileños, que llega a más del 70% en algunas zonas.
Conocedora de lo que es ser pobre, de la prisión y torturas a manos de la más reciente dictadura, Dilma ha afrontado con entereza y comprensión las manifestaciones de descontento de varios sectores de la población, e incluso animado a su realización, con el fin de presionar a un Congreso que la apoya nominalmente, pero que en la práctica se inclina generalmente a las proposiciones de centroderecha.
Así, no ha podido lograr la aprobación de un plebiscito que ayudaría a una mejor gestión de gobierno y la materialización de las respuestas que necesita dar a las demandas populares. Cierto, la Presidenta ha estado llevando a cabo obras de beneficio al pueblo, principalmente en la alfabetización, la construcción de viviendas y la salud, sector en el que buscó la colaboración con Cuba en zonas donde los médicos locales se negaban a acceder.
Brasil sigue siendo un país capitalista donde la mandataria aplica prácticas keynesianas, menos inhumanas que las neoliberales, en el que el Estado sigue predominando y enfrentando la crisis económica y financiera incoada mundialmente por Estados Unidos desde el 2008, lo cual ha estado deteriorando el panorama nacional.
Esto es bueno analizarlo, porque Dilma deberá afrontar el próximo año las elecciones presidenciales en las que seguramente buscará la reelección.
Eric Nepomuceno, analista de tema brasileños en Página 12, señala que “la popularidad de Rousseff sigue por encima del 60% de la población. Lula continúa siendo un formidable transferidor de popularidad. El carisma que falta en Dilma sobra en Lula. La estrategia de Dilma pasa por varios puntos. Todo dependerá, en buena medida, de la economía. Este año hay consenso: el crecimiento será pequeño, inferior al 3,5% del PIB inicialmente proyectado. Y la inflación podrá, una vez más, situarse alrededor de 6% anual”.
Efectivamente, los economistas brasileños han aumentado su pronóstico sobre el crecimiento de la tasa de interés para este año y el próximo, y bajaron su estimación de crecimiento para ambos años, mientras el banco central aumenta sus esfuerzos por controlar la inflación.
“Brasil pasó por una fuerte transformación en las últimas décadas, desde 1992 o 1993 cuando cayó Collor de Mello, luego una transición con Itamar Franco, hasta que vinieron Fernando Henrique Cardoso, Lula da Silva y ahora la presidenta Dilma. Lamentablemente, la clase política brasileña dejó los proyectos de largo plazo y fue apartando la agenda política de los valores de la sociedad. La inversión en infraestructura es el gran problema en relación con el desarrollo económico”, explica el director de la Fundación Dom Cabral, Paulo Resende al diario La Nación.
El PIB de Brasil está lejos del eufórico 7,5% del 2010 y en los primeros cinco meses del año, la séptima economía mundial acumuló un déficit comercial de 5 392 millones de dólares, lo cual revela que la nación sufre el mal momento de la economía mundial, con la retracción de la Eurozona, la casi nula recuperación de Estados Unidos y la desaceleración de China.
Las medidas de corte keynesiano que Dilma ha lanzado en respuesta desde 2011 no han logrado el objetivo perseguido: estimular la economía para crecer por encima del 5%, pues hacerlo por debajo no le sirve a este país para transformarse en la potencia emergente que aspira a ser.
Uno de sus planes fue la entrega de 18 700 millones de reales (unos 8 700 millones de dólares) en préstamos baratos para la compra de electrodomésticos, con el fin de impulsar el poder de compra de los brasileños.
Además de falta de reformas estructurales, el déficit en infraestructuras sigue siendo alarmante y la celebración de la Copa Confederación, el Mundial o los Juegos Olímpicos de Río no parece que vayan a cambiar el panorama.
Los brasileños guardan los recuerdos de la hiperinflación de los 80 y 90. Por eso, el temor a los rebrotes inflacionarios condiciona las decisiones del gobierno.
Dilma Rousseff sabe que gran parte de su tesoro político reside en la lucha contra la pobreza y después en salvaguardar al país de los riesgos de la inflación, por eso no deja de reiterar su compromiso en la lucha contra esta y el control ordenado de las cuentas públicas , al tiempo que lanza nuevos programas de distribución de rentas.
Desde que asumió la presidencia se comprometió en luchar contra la inflación y sigue cumpliendo: “No hay posibilidad de que mi gobierno no combata la inflación. La inflación está bajo control (…) las cuentas públicas están bajo control”.
Pese a todo, Dilma sigue siendo la principal esperanza de una nación en la que deben producirse mayores cambios para eliminar la pobreza, la desigualdad, el latifundio y la explotación monopólica.
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