Jacques-Yves Cousteau. Un vínculo entre Cuba y Francia. Segunda parte
20 de septiembre de 2013
|En la primera parte de este trabajo, contamos sobre los orígenes y primeros trabajos de este célebre explorador y oceanólogo francés, cuya narración ahora retomamos a partir del penúltimo decenio del pasado siglo.
Entre 1979 y 1980 Cousteau vuelve su interés del mar hacia los ríos, y efectúa un largo recorrido de exploración siguiendo el curso del Nilo, en Egipto, y el del San Lorenzo, en Canadá. Ya entonces ha reforzado en mucho sus conceptos ambientales.
Entre 1982 y 1983 realiza una expedición que tiene como objeto explorar la cuenca del río Amazonas. Aquel mismo año, además, dedica su atención a la extensa red fluvial del Missisippi-Missouri.
En 1986 se dirige al océano Pacífico y efectúa una vasta exploración del islario que constituye la Polinesia Francesa. Visita el célebre Atolón de Mururoa, escenario de varios ensayos con armas nucleares efectuados por Francia, y censura enérgicamente tales actividades. El 28 de noviembre de 1988, Jacques-Yves Cousteau es elegido miembro de la Academia de Ciencias de Francia.
Entre 1990 y 1991, organiza y efectúa la histórica “misión en el Mekong”, un largo recorrido expedicionario dirigido al estudio de este extenso río del sudeste asiático, de 4 184 kilómetros de largo, prácticamente a salvo de la acción devastadora del hombre y poco contaminado hasta entonces. Cousteau lleva además como propósito prever las consecuencias que tendría más adelante el desarrollo acelerado de los países adyacentes al río, y sus efectos potenciales sobre la biodiversidad y el medio ambiente a escala regional.
En 1992 trabajó de manera destacada en la conferencia de Río de Janeiro sobre Medio Ambiente y Desarrollo, organizada por la ONU. Se le elige miembro del alto Consejo para el Desarrollo Perdurable, órgano orientado a realizar estudios sobre desarrollo sustentable. En 1994 realiza un viaje a Madagascar, en África. Se dedica a una importante investigación en torno al medio ambiente en aquella isla y en especial al tema de la deforestación y su relación con el crecimiento acelerado de la población.
En 1995 retorna al continente asiático para efectuar una expedición al río Hoang Ho, utilizando como equipo de base un aerostato sustentado por aire caliente. A continuación dedicó su atención al río Amarillo, en China, con el desarrollo de un programa de exploraciones que incluyó la participación de la UNESCO. En 1996 el equipo de Cousteau acomete el estudio del lago Baikal, de 30 500 km² de extensión. El 12 de enero de ese mismo año había ocurrido un lamentable suceso: el Calypso se hundió en los astilleros de Kwong Soon, en Singapur, en circunstancias confusas. No obstante lo ocurrido, al igual que la Santa María de Colón, la Victoria de Magallanes, el Challenger, o el Beagle, el Calypso ha pasado a ser un navío emblemático unido por siempre al nombre de Cousteau. De ambos puede decirse con justeza que cruzaron los cuatro vientos, los siete mares y los cinco continentes.
La vida de Jacques-Yves Cousteau tocó los dos extremos del Siglo XX. Oceanografía, Hidrografía, Arqueología, Biología y Etnografía; la naturaleza toda y el hombre indisolublemente unido a ella fueron a un tiempo escenario y herencia de Cousteau. Su testamento vivo quedó escrito en más de una veintena de libros y decenas de películas y videos de divulgación científica. A pesar de ello, nunca se consideró a sí mismo un “hombre de ciencia”. Ocurrida su muerte el 25 de junio de 1997, el Presidente de Francia, Jacques Chirac, lo calificó como “el francés más famoso del mundo”.
Para los cubanos, Cousteau constituye un recuerdo cercano. Entre noviembre y diciembre de 1985, el equipo bajo su mando realizó un conjunto de exploraciones en aguas costeras cubanas que incluyó al litoral de Santiago de Cuba, las bahías de Matanzas y La Habana, y el extremo occidental de nuestro archipiélago.
Así, pues, puede afirmarse que entre la obra del oceanógrafo francés y el pueblo cubano —históricamente constituido a partir de navegantes—, existe un vínculo eterno e indisoluble que debe ser preservado; ese vínculo es, justamente, el mar.
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