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Los actores juegan como niños X

13 de septiembre de 2013

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Regreso una y otra vez intentando reconstruir las palabras del sabio africano, con ellas regresan los relatos que le escuché alguna vez pero que quizás no volvió a narrar mientras dirigía el montaje teatral; sin embargo, los ecos de esas historias se sienten en el aire. Por eso, ahí va otro cuento.

 

El pequeño Juan.

Pequeño Juan, era un hombre joven y fuerte, gracioso y bueno para cantar y bailar, buen mozo y había aprendido las artes y las mañas que le gustaban a las mujeres, pero era muy, muy, muy  haragán.

 

Un día se casó con una hermosa mujer y ella, junto a la madre de él, comenzó a hacerlo todo en la casa, pero no sólo allí, sino que  también en el campo. Las dos eran el sostén de la familia porque, como ya dijimos, con el hombre no se podía contar, era muy, muy haragán.

El enojo de la esposa y la tristeza de la madre crecía por día, mientras ellas se enojaban, sufrían, pero sobre todo trabajaban, Pequeño Juan dormía y holgazaneaba.

También había otro problema en la familia. Pasados los quince años de matrimonio Juan no tenía descendencia, pero parecía no importarle, a él sólo le interesaba comer, dormir, dormir, comer y holgazanear.

La madre trabajó tanto que fue perdiendo poco a poco la vista hasta que se quedó ciega del todo. Entonces sólo la esposa podía trabajar. Estaba cansada de trabajar y de esperar inútilmente un hijo, uno que pudiera ayudarla en el futuro, uno que le hiciera compañía, porque ella sabía que Pequeño Juan no servía para nada o mejor,  sólo servía para dormir, comer y vagabundear.

Un día amaneció con el cansancio al borde y se le desbordó la vasija, por lo que se presentó delante de su marido, que por su puesto dormía y dándole un puntapié le dijo:

–      Pequeño Juan, levántate y busca trabajo. Si no regresas con empleo tendrás que irte de la casa.

El se puso en pie, descubrió que su mujer estaba hastiada, cansada y furiosa. Y una mujer furiosa es de temer. Tuvo miedo unos segundos, pero como era muy haragán, en vez de buscar trabajo se fue a dormir debajo de un frondoso árbol.

Durmió todo el día, al llegar la tarde le dio hambre y quiso regresar a su casa, pero como no lo podía hacer sin haber conseguido empleo, y él no se había molestado en buscarlo, tomo polvo de la tierra y con él se embadurnó los zapatos y los bajos del bubú.

Llegó con cara de cansancio y lloroso le dijo a su mujer:

–      Mujer, déjame entrar a la casa. No conseguí trabajo por mucho que lo busqué. Anduve por todos lados. Mira el polvo en mis zapatos, mañana seguro tendré más suerte. Déjame pasar.

 

La mujer lo dejó entrar, había visto el polvo.

A la mañana siguiente se repitió la escena, pero Pequeño Juan, que era el hombre más haragán del mundo, volvió a hacerlo mismo que antes, se fue debajo del árbol y se acostó a dormir. Así estaba cuando lo despertó una voz de trueno:

–      ¡Despierta Pequeño Juan, despierta!

Era Dios el que le hablaba. Pequeño Juan no alcanzaba a verlo. Estaba muy alto.

–      Ya sé lo que te pasa. Te voy a resolver tus problemas. Pídeme un deseo y sólo uno…Ah, no se te ocurra pedirme uno de esos deseos que son tres, me aburren y además me irritan…

–       

Pequeño Juan no lo podía creer, Dios en persona le hablaba a él.

Pero Juan no sabía que pedir, el necesitaba trabajo o dinero, pero como era muy vago decidió pedir dinero de modo que no tuviera que trabajar, en esas estaba cuando Dios volvió a hablar:

–      No me vayas a pedir nada de lo que después puedas arrepentirte. Mejor te vas a tu casa, piensas bien el deseo, lo consultas con tu familia y regresas mañana.. y recuerda que es uno sólo… uno.

El regresó a su casa, le contó a su mujer lo sucedido y ella dijo:

–      Pide un hijo, pide un hijo. Eso es lo que debes pedir…

Y él como le debía tanto a ella y deseaba complacerla le dijo que si; pero detrás de la puerta estaba escuchando su madre que lo llamó y lo recriminó de esta manera:

–      Llevo años trabajando para ti, hijo haragán e ingrato, estoy ciega de tanto trabajar y ahora Dios te da la oportunidad de pedir un deseo y pides un hijo, porque tu mujer te lo pide…! Desnaturalizado! Deberías pedir la visión para tu madre.

Pequeño Juan, se quedó sólo pensando. Su mujer quería un hijo y tenía razón, su madre quería recuperar la vista y era justo, él quería salir de la pobreza sin trabajar y eso era muy necesario. Pero como era muy haragán pudo pensar poco pues se quedó dormido hasta que al amanecer la mujer lo levantó y le recordó lo que debía pedirle a Dios.

Él se fue pensando por el camino, llegó hasta donde estaba el árbol y espero hasta que apareciera Dios, y este apareció y le ordenó formular el deseo.

Pequeño Juan se rascó la cabeza, se rascó la axila y dijo:

–      Dios, yo quiero que mi madre pueda ver a mis hijos comer en platos de oro.

 

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