Dos genios de la ópera (I)
28 de junio de 2013
|En el siglo XIX, la ópera alcanzó niveles extraordinarios, con dos compositores que pasarían a la historia como las figuras más trascendentales del género: el italiano Giuseppe Verdi y el alemán Richard Wagner, nacidos ambos en 1813. Al segundo de ellos dedicaré este comentario.
Richard Wagner nació en Leipzic, en el seno de una familia dedicada al teatro, por el que se sintió atraído desde sus primeros años de vida. Su formación musical transcurrió en la Tomasschule de su ciudad natal, de donde J: S: Bach había sido maestro durante el período barroco. A los diecisiete años, compuso una obra orquestal que fue objeto de duras críticas, lo que le impulsó a estudiar composición para lograr el dominio de la técnica. Dos años después de su fracaso, creó una sinfonía, la cual fue estrenada en uno de los famosos conciertos de la Gewandhaus de Leipzig. Luego de este éxito, obtuvo una plaza de músico en un teatro de ópera, y escribió algunas arias, que no provocaron interés alguno. Decidió entonces viajar a París, donde creó El buque fantasma, el primero de sus dramas musicales, basados en temas legendarios.
La creación de Richard Wagner se desarrolló durante el Romanticismo, pero revolucionó la ópera, al lograr una síntesis perfecta entre la música y el drama, gracias sus profundos conocimientos musicales y literarios, que le permitieron crear los propios libretos de sus “dramas musicales” donde las arias y los recitativos perdieron importancia, y se fusionaron a un nuevo modo de expresión musical al que el público de entonces no estaba habituado.
Uno de los recursos a destacar en las óperas de Wagner es la utilización de leitmotives, para caracterizar situaciones y personajes desde el inicio, que serán registrados en la memoria del público y reforzarán el aspecto dramático de la obra, donde cada uno de los detalles, incluso, escenográficos, jugará un rol fundamental.
Además de crear sus propios libretos, Wagner escribe todo lo referente a escenografía y vestuario, hasta en sus más mínimos detalles. Tanto en el aspecto dramático como en el musical, sus óperas son de una grandiosidad nunca antes vista, por lo que él mandó construir, en los dominios del Rey de Baviera, en Bayreuth, el famoso teatro de los Festivales Wagnerianos.
El buque fantasma se estrenó en Dresde cuando el compositor tenía treinta años y su talento fue reconocido, al ser designado director orquestal de la ópera de esa ciudad, donde compuso Tannhäuser y Lohengrin. Pero debido a su vinculación con la revolución de 1848 fue desterrado, y viajó entonces a Weimar, y más tarde a Suiza donde permaneció ocho años, durante los cuales comenzó a escribir su monumental tetralogía: El anillo de los nibelungos (“El oro del Rhin”, “La Valquiria”,“Sigfrido” y “El crepúsculo de los dioses”) cuyo final demoró más de dos décadas.
Cuando Wagner tenía 48 años, le fue revocada la condena de destierro. Por entonces había terminado Tristán e Isolda y algún tiempo después, Los maestros cantores de Nuremberg.
Wagner y Liszt eran muy amigos, y grandes defensores de la que ellos denominaron “música del futuro”. Esa relación se reafirmó cuando el compositor alemán se casó con Cósima (la hija de Liszt) de cuya unión nació Siegfried.
Las traiciones y pecados cometidos por Wagner, le alejaron de personas que habían sido muy importantes para él. Sintiéndose muy enfermo y solo, viajo a Venecia donde falleció, de manera repentina, en 1883. Cósima y Siegfried murieron cincuenta años después.
A Verdi, dedicaré mi próximo comentario.
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