Paderewski (I)
3 de febrero de 2025
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Su llegada a La Habana el 31 de enero de 1917 fue precedida de una enorme publicidad tal como le correspondía a uno de los más grandes pianistas de todos los tiempos además de ser un político muy respetado que lo llevó a ser nombrado primer ministro del Estado polaco cuando su patria volvió a ser libre por obra de la victoria aliada en la primera conflagración mundial.
No es de extrañar entonces que en la capital cubana Ignace Paderewski fuera recibido en pleno por las embajadas extranjeras acreditadas en la Isla. Sin embargo, quien no acogió al ilustre visitante, fue – como era de esperar- el desgobierno cubano de turno -el de Menocal-, quien lo ignoró olímpicamente.
El 6 de febrero de 1917 Paderewski debuta en la capital cubana, en el teatro Nacional. Y según recoge la prensa, el programa fue atrayente: obras de Bach y Lizt, Beethoven, Schubert, Chopin y del propio Paderewski.
“Al aparecer –según apuntó el Diario de la Marina- fue saludado por un aplauso unánime. Apenas empezó a ejecutar la primera obra el famoso pianista, comprendió el auditorio que se hallaba ante un genio. Como ejecutante sorprende, maravilla. A los conocimientos musicales más profundos, al dominio perfecto de su arte, une Paderewski una inspiración cálida y una fantasía espléndida”.
El segundo concierto lo da el 9. Y el Diario de la Marina se deshace nuevamente en elogios: “Pocas veces se ha oído seguramente a Chopin y a Liszt interpretados con tanta fidelidad e inspiración. Paderewski es sin duda uno de los pocos músicos capaces de apoderarse de la concepción de un compositor y transmitirla con tanto vigor sin falsearla ni reducir su belleza ni su expresión estética. Después del concierto, madame Paderewski venderá en el escenario sus muñecos hechos en París por pintores y escultores polacos de fama, víctimas de la guerra”.
No obstante, el tercer concierto, fijado para el 12, se suspende ante la partida de improviso del gran pianista polaco, que al decir del Diario de la Marina:” Se marcha enfermo. El reuma, atacándolo en un brazo, deja en un estado de inactividad desesperante a quien por hábito, por amor y por vocación se pasa horas enteras ante el piano todos los días.
“Su mal, inhabilitándolo para su arte, lo ha obligado a abandonar La Habana cuando la numerosa falange de admiradores que llegó a formar entre nuestro público se disponía a concurrir al anunciado recital de despedida.”
Pero lo cierto es que detrás de tales sucesos se esconde una trágica realidad, expuesta por Alejo Carpentier, no importa lo que hipócritamente dijeran otros.
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