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Miguelito Valdés. Mr. Babalú (I)

15 de octubre de 2024

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Pocas veces ocurre que el alcance de un artista querido y admirado por los grandes públicos, sea apartado o reducido en el juicio de los estudiosos y creadores de su propio país. Y mucho más si ese artista perteneció a la manifestación del canto popular. No es casual por consiguiente que, ante la proximidad del primer centenario de su natalicio, los medios extranjeros de comunicación recuerden con cariño a Miguelito Valdés.

Los primeros años de su existencia conocieron muy de cerca, escenarios caracterizados por actos de violencia, peligros, discriminación racial, y desasociegos. Solo el esfuerzo, el tesón, y el deseo de llegar al éxito, ayudaron a revelar las cualidades artisticas, aparentemente perdidas en las calles, de una figura que llegaría a ser cimera en el arte musical de Cuba.

En un ambiente de centenario, estos escrios aspiran a recordad el natalicio, de uno de los más extrordinarios cantantes cubanos, conocido como Miguelito Valdés, (Miguel Valdés Valdés)[1].

Nacido en una familia humide, en la antigua y bulliciosa barriada habanera de San Isidro, el 6 de septiembre de 1912, la familia se traslada al barrio de Cayo Hueso, una de las cunas de la rumba habanera, para instalarse en el renombrado Pasaje Aurora.

Sus primera “práctica musical”, ocurre en el “Sexteto Habanero Infantil”, en el que tocaba indistintamente, la guitarra, el tres, el contrabajo, o los timbales, llegando a cultivar, lo que años después sería, un estilo muy peculiar en el canto, y una melodiosa y poderosa voz de barítono lírico.

Aun adolescente, Miguelito llegó a vincularse con la legendaria trovadora-sonera, María Teresa Vera, se dice, que como “integrante ocasional”, del “Sexteto Occidente”, al lado de los virtuosos músicos, Miguelito García, e Ignacio Piñeiro.

Para Miguelito, estos fueron tiempos de grandes aprietos económicos, entonces, deambulaba, sin destino alguno, las calles habaneras, luchando por la existencia, alimentando sueños de tiempos mejores. La Habana, fue fiel testigo de sus desvelos, y lucha constante para llevar el alimento a la boca.

A pesar de las incertidumbres, que entonces le laceraban la vida, de cierta manera era un joven alegre e inquieto, entonces hacía lo que le venía en gana: aspirar a boxeador, cantar y rumbear públicamente, acompañado por el luego célebre tamborero, y amigo del alma, Chano Pozo; amén de un significativo grupo de amigos en la desgracia, abakuás, santeros y paleros.

Como cantante e instrumentista, en el año 1929, se encuentra, entre los fundadores del acoplado “Septeto Jóvenes del Cayo”; ampliado a conjunto-orquesta, a inicios de la década de los años 1940.

 

Nota:

[1] Existen escritos donde aparece una larga relación de nombres atribuidos a Miguelito Valdés; el investigador Ricardo Oropeza encontró la certificación de nacimiento y la fe de bautismo de Miguelito y aparece inscrito, solamente como Miguel Valdés Valdés.

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