Diez de Octubre de 1868: la patria se hizo visible para todos
9 de octubre de 2024
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Muy cerca de la estatua que perpetúa su imagen en la Plaza de Armas del Centro Histórico, en los portales del Museo de la Ciudad, tuvo lugar en la mañana de este miércoles 9 de octubre el acto conmemorativo que realiza cada año la Oficina del Historiador de la Ciudad por el aniversario 156 del inicio de la guerra independentista el 10 de octubre de 1868.
En la ceremonia, como ya constituye una tradición, fueron interpretadas las notas del Himno Nacional y estuvieron presentes la General de Brigada Teté Puebla Viltre y el General de División Ulises Rosales del Toro. Junto a ellos se encontraban directivos y trabajadores de la OHCH, representantes del Partido y el Gobierno de la capital y miembros de la Academia de Historia.
El décimo día del mes de octubre marcó la historia de la nación y tuvo en Carlos Manuel de Céspedes su líder. Sin dudas, la impronta cespediana aporta a nuestra cultura de resistencia y soberanía, entre otros valores, uno básico, la capacidad de autogestión que Cuba tiene y la suficiente madurez política, económica, social y cultural para gobernarse por sí misma, como se ha expresado.
Como bien afirmara el Historiador Yoel Cordoví, Presidente del Instituto de Historia de Cuba, en las palabras centrales del encuentro, “el «primer día de la independencia» fue el despertar de un pueblo al redoble de las campanas del ingenio de Carlos Manuel de Céspedes. Era la herejía de la violencia que martillaba el pedestal sacrosanto de las propiedades y el señorío. Levantarse en armas, y junto con él sus esclavos, era dejar atrás su historia, no así un pensamiento que maduraría con la lucha armada para quien quiso despertar a un pueblo dormido y ponerlo en la senda con presteza de la virtud, de la ciencia y la riqueza.
“Incorporar la muerte como posibilidad ante vivir en la injusticia he ahí el otro de los desafíos; la muerte por la patria como acto trascendental, consagrado en el capo simbólico con «La Bayamesa», pieza del insigne patriota Perucho Figueredo, entonada en la ciudad capitulada de Bayamo, a escasos días del levantamiento en Demajagua. Justo en aquel ingenio se asomaba el «fuego subterráneo» al que se refería el maestro José de la Luz y Caballero poco antes de morir, el fuego que abrigaba en sus entrañas las fuerzas latentes; la fuerza de una cultura en proceso de integración de sectores y capas de una sociedad altamente estratificada; ya no en los escenarios de la plantación, al compás del látigo, entre barracones y cepos, sino en Cuba Libre, allí donde se fraguaba en esta «tierra de luz y hermosura» la epopeya contra «los horrores del mundo moral»”, sentenció el historiador.
Como acto sublime de consagración y entrega calificó Cordoví este movimiento independentista que estalló el 10 de octubre de 1868, al levantarse en armas el abogado bayamés, quien en su ingenio La Demajagua proclamó la independencia y dio la libertad a sus esclavos a través de un manifiesto histórico, en el cual quedaron reflejadas la decisión, firmeza e ideas de los revolucionarios. Ese día se pronunció el grito de “¡Viva Cuba Libre!”, se enarboló la bandera y se juró fidelidad a la misma.
“El grito mágico de libertad – sentenció –, como denominara Carlos Manuel de Céspedes a aquella mañana, encerraba, por los principios que le animaban, el sustento ético de la revolución”.
“En inmejorable imagen – continuó – el historiador Eusebio Leal Spengler, a quien recordamos cada año en cada una de estas jornadas patrias, nos dibujaba la extraordinaria valía de Céspedes, «la piedra angular», decía, la figura esencial en esta historia; es como esa piedra que se coloca en el centro del arco y que determina su fuerza. Él es el principio”.
“El acierto de Leal es indudable: fue el principio. Imposible entender la lógica de las luchas sociales y las revoluciones del siglo XX en Cuba, incluida, desde luego, la protagonizada por la Generación del centenario, concibiéndolas como hechos aislados desperdigadas de un proceso troncal, cuyas coordenadas remiten irremisiblemente al inicio de la Guerra de los Diez Años o Guerra Grande. Punto de partida, marcado en nuestro imaginario por el tañer de la campana de un ingenio, como si aquel sonido que convocaba hasta entonces a las faenas del campo, irradiara de repente con su nueva simbología hacia todos los siglos. Y así fue. El 10 de octubre de 1868, Céspedes encendió la llama, y «a través del fragor de los combates», como expresara el poeta cubano Cintio Vitier, «la patria se hizo visible para todos»”, finalizó.
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