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Fascismo revuelto

22 de agosto de 2024

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Bueno, aparentemente estaban saliendo bien las cosas en la vilipendiada Europa con las derrotas de la ultraderecha émula del fascismo en las elecciones francesas y la entrada de los laboristas en el gobierno británico.

Pero solo fueron apariencias, porque la política fascistoide, apegada a un neoliberalismo más estridente, antinmigrante y egoísta, ha proseguido su expansión, manteniendo estrechos lazos con ultraconservadores y premierato en Italia, aupando a gobiernos antidemocráticos en los países nórdicos, prosiguiendo la política guerrerista emprendida por Estados Unidos para utilizar a la OTAN y a Ucrania en la guerra de agresión a Rusia.

Precisamente, en Estados Unidos, los medios de comunicación al servicio del establishment que controla al gobierno del Partido Demócrata alertan de que si Donald Trump gana las elecciones presidenciales en noviembre venidero hará desaparecer la democracia en la nación que se autotitula la mayor democracia en el mundo.

Pero también habría que preguntarse dónde está la democracia en una nación en la que desde el aspirante a edil hasta el cargo de presidente tienen que estar avalados por gruesas sumas de dinero para aspirar a un cargo, con donantes que, de triunfar su candidato, exigiría prebendas ante el favor prestado, sin contar a esos lobistas que halagan monetariamente a los legisladores a cambio de que apoye a tal o más cual ley favorable a sus intereses.

En cuanto específicamente a Trump, sin dudas su caso es el más espectacular y discutido en los últimos años, además de ser particularmente ilustrativo.

Su trayectoria fascista apareció claramente al final de su presidencia, cuando se negó a reconocer su derrota y trató de invalidar el resultado electoral. La “insurrección” folclórica de sus partidarios que invadieron el Capitolio no fue un golpe fascista fallido: fue un intento desesperado de invalidar las elecciones por un líder que ciertamente había roto con las reglas más elementales de la democracia, por muy débil que sea -lo que permite retratarlo como fascista-, pero que era incapaz de indicar una alternativa política.

Los sucesos del Capitolio revelaron incontestablemente la existencia de un movimiento fascista de masas en Estados Unidos, pero que en ese momento estaba lejos de conquistar el poder.

La consecuencia inmediata fue poner al Partido Republicano en una profunda crisis.

Trump había ganado las elecciones en el 2016 como candidato del Partido Republicano: una coalición de élites económicas, clase media alta interesada en recortes de impuestos, defensores de valores conservadores, fundamentalistas cristianos y clases populares blancas marginadas y empobrecidas atraídas por el voto de protesta.

Sin embargo, como líder fascista de un movimiento de supremacistas blancos y nacionalistas reaccionarios, Trump no tenía muchas posibilidades de ser reelecto en el 2020. El movimiento fascista que lo respaldaba era una fuente de inestabilidad política, que podía conducir a enfrentamientos violentos contra BLM (Black Lives Matter) y otros movimientos de izquierda, pero debía entenderse en su contexto adecuado.

A diferencia de las milicias fascistas de 1920-1925 o las SA de 1930-1933, que expresaron la caída del monopolio estatal de la violencia en Italia y Alemania de posguerra, las milicias de Trump son el legado de la historia de Estados Unidos, un país que durante siglos consideró las armas individuales como una característica fundamental de la libertad política.

Su contendiente de ahora, la vicepresidenta Kamala Harris, dice encarnar la democracia, pero sigue el dictado generado por el senil presidente Joe Biden de mantener la política agresiva contra los pueblos más pequeños y aumentar el peligro de guerra nuclear.

Todo en un contexto que comprende la intensificación de la guerra contra Rusia mediante Ucrania, mantener y hasta aumentar las sanciones contra los estados considerados enemigos, entre ellos Venezuela y nuestra Cuba, país acusado alevosamente de propiciar el terrorismo, al que solo la jamaicana-india que ahora se considera negra, por conveniencia electoral, dice que le quitará el bloqueo que dura más de 60 años, solo cuando lo apruebe la mafia gusanera enquistada en Miami y nuestra Isla deje de ser una amenaza para la seguridad de Estados Unidos. Y si esto no es fascismo, ¿qué será, será?

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